Desde Barcelona

UNO Desde el último miércoles (2/2/22) Rodríguez percibe extraña vibración en las calles: una callada a la vez que valiente angustia en rostros con pupilas desorbitadas. ¿Será por este invierno primaveral alterando biorritmos? ¿O por ese otro esperpéntico episodio en el Congreso a la hora de votar Reforma Laboral? ¿O tal vez por el constante pero espasmódico minué/baile de medidas/cifras por/contra covid? ¿O acaso es la fatiga de la partida de ajedrez en USA y Rusia con Europa en el medio? No, nada de eso. Lo que ocurre es que en el centro exacto de la semana pasada se cumplieron cien años de ese monolito casi extraterrestre y rebosante de voces que es el Ulises de James Joyce. Y por lo tanto, entonces, fueron muchos los que se dijeron (con ese entusiasmo cuya gasolina es la efeméride y sus ruedas el número redondo; vencidos por última vez durante las semanas más confinadas del confinamiento 2020) que había llegado el momento preciso para volver a intentarlo o para intentarlo por primera vez. Así, ahora, son muchos los que andan por ahí, como sonámbulos, atrapados o expulsados, monologando interiormente con el libre flujo de sus conciencias prisioneras, preguntándose para qué se metieron o cómo van a hacer para salir de allí.

DOS Y, claro, las mismas canciones que sedujeron a Odiseo se dejan oír por todas partes llamando desde librerías y mega-stores. Ediciones conmemorativas, versiones ilustradas, comparación de traducciones y hasta opciones alternativas como puerta de entrada conteniendo toda la ficción breve (con esa epifanía final en Retrato del artista adolescente invocando la protección de un "Antepasado mío, antiguo artífice") saltando desde la nieve de "Los muertos" de Dublineses a los muy vivos del Dublín de Ulises. Las cada vez menos páginas culturales de los diarios, por supuesto, se ampliaron para la fiesta. Y titularon, con modalidad de manual de instrucciones, "Guía para hacerse el entendido sobre el Ulises" o "Cinco razones para leer Ulises" o "¿Por qué se debe leer Ulises?... o no". También, se aportaron mapas de la ciudad/libro como entrenamiento previo al próximo Bloomsday (jueves 16 de junio) al que muchos de los habitantes de la ciudad ya temen como a un Woodstock donde correrán ríos de cerveza y torrentes de sangre de riñones de cerdo. Y se establecieron los inevitables esquemas/paralelismos de personajes/episodios entre la clarividente ceguera de Homero y el visionario glaucoma de Joyce. Y, por supuesto, se erigieron incontables columnas (muchas torcidas por el peso de la obviedad o de la tontería) en las que alguien dijo que la novela "me recordó a la cascada de sinsentidos que escupían por la calle los locos de mi pueblo", o que "acabo de leerlo por primera vez en tres días" y que pronto daría cuenta de semejante experiencia, o que la verdadera verdad "se encuentra, por supuesto, en Finnegans Wake". Se recordó también la saga de la librera-editora Sylvia Beach y el folletín legal-censor de sexo más bien difuso y de voluptuosa escatología masturbatoria en fronteras y aduanas y tribunales (que Kevin Birmingham recreó magistralmente en El libro más peligroso: James Joyce y la batalla por "Ulises"). Se volvió a hojear/ojear la canónica biografía de Richard Ellmann y la de Nora Joyce de Brenda Maddox (y se glosó esa carta acerca de pedos y ese amoroso "Dirty Little Fuckbird"). Se subió a escena teatral el soliloquio de Molly ahora envuelto en sábanas empoderadas y #Me Too. Se volvió a revelar esa foto de Marilyn Monroe leyéndolo. Se compró jarrito o camiseta con la azulada cubierta de aquella primera edición (Joyce exigió que fuese el mismo azul de la bandera griega) que hoy se cotiza a 100.000 euros y sumando. Y, por supuesto, alguien carraspeó y pidió la palabra para informar que las estadísticas afirman que un tercio de los que comienzan a leer el Ulises naufragan mucho antes de llegar a esa Ítaca de la última página, con los corazones latiendo enloquecidos y sí diciendo sí lo quise y lo hice Sí.

TRES Y Rodríguez sí Sí lo leyó hace tanto. Con esa poderosa inercia adolescente, en una edición de bolsillo de Bruguera que era la reencarnación económica de la de Lumen con traducción de José María Valverde: ahora en nueva versión ejemplarmente puesta al día por el por suerte ubicuo y sabio y por siempre joven Andreu Jaume (Rodríguez, cuando sea chico, quiere/quisiera ser/haber sido Jaume) y a la que se considera acaso la más estable y mejor establecida a la hora de bajar las escaleras de la Martello Tower y poner proa rumbo al ciclópeo pub de Barney Kiernan y al burdel de la hechicera Bella Cohen. Rodríguez recuerda poco y nada y mucho y todo de semejante experiencia. La sensación de haber escuchado con los ojos la intermitente emisión de una radio cuadrafónica de la que, por momentos, no se entendía nada y, de pronto, las palabras y las oraciones y los párrafos parecían arder como serpientes de fuego en el centro de habitaciones a oscuras.

Después, con los años, Rodríguez se compró una edición en inglés (que nunca leyó de corrido). Y hasta se adentró en las muy útiles guías sobre Ulises & Co. de Anthony Burgess. Y escuchó una y otra vez esa gran canción --"The SensualWorld/Flower of the Mountain"-- de la inmensa Kate Bush floreciendo a Mrs. Bloom. Y supo de la admiración del tan poco admirador Vladimir Nabokov ("obra de arte divina"), de Jorge Luis Borges, de una irritada Virginia Woolf ("catástrofe memorable") y de T. S. Eliot quien, ese mismo 1922, publicaba La tierra baldía. Pero lo que sintió entonces Rodríguez (y que ya había sentido con el Quijote y Moby Dick y Rayuela y volvió a sentir con Tristram Shandy, Bajo el volcán, ¡Absalón, Absalón!, El hombre sin atributos, El arcoiris de gravedad, La muerte de Virgilio, El padre muerto, El almuerzo desnudo, Pálido fuego, The Tunnel, El alma fugitiva, La broma infinita y, ya todos alistándose para centenario de muerte de Proust este noviembre, En busca del tiempo perdido) fue el estar enfrentándose a uno de esos contados libros tan difíciles de contar y que exigen al lector común que se convirtiese en su lector particular. Que mutase hasta entender que todo eso de la dificultad de leer (un absurdo; porque eran después de todo los mismos veintitantas letras combinándose en las mismas palabras a separar por un puñado de signos plenamente conocidos) no era otra cosa que la cobarde poca voluntad de permitirse entender un nuevo idioma a partir del propio. ¿De qué trata finalmente Ulises? Fácil y difícil: de lo que sucede dentro de la cabeza del lector mientras lee Ulises. La novela de Joyce invita y obliga a poseerla siendo poseído y, por lo tanto, decidir qué es para uno mientras se la recorre siguiendo su recorrido. Y ser más de lo que se fue y ser mejor y sentirse, a partir de entonces, parte de una secta de elegidos, de una atemporal y modernista banda de hermanos. Y, así, cuando se pregunte una y otra vez eso de "¿Por qué se debe leer Ulises?" sentirse autorizado y con autoridad para responder alto y claro (como quien propone un brindis por el siglo que concluye y cumple y por el que comienza para seguir cumpliendo, hasta alcanzar esos trescientos años con los que Joyce decía querer mantener "ocupados" a críticos y académicos) que se debe leer Ulises para ya no tener que pensar en que se debería leer Ulises.

 

Salud.