Apenas 3 puntos. Esa diferencia, mínima, fue suficiente para marcar el inicio de una nueva etapa histórica en la política argentina. En noviembre de 2015, después de un peleado ballotage frente a Daniel Scioli, Mauricio Macri se convirtió en el primer representante de las elites económicas nacionales en llegar al poder a través de un partido político propio y mediante elecciones libres. El PRO se proyectó como fuerza política nacional aliándose a la UCR y la Coalición Cívica y concluyó así el proceso de más de 12 años liderado por los presidentes Néstor y Cristina Kirchner. El cambio de gobierno significó también un giro para latinoamérica, que dejó atrás una inusual coincidencia de mandatarios de corte progresista o de izquierda. Como si fuera poco, 2015 fue un año de importantes consecuencias hacia el interior del país: el peronismo sufrió una derrota en la provincia de Buenos Aires después de 28 años ininterrumpidos. En ese contexto y pese a una gran debilidad institucional, la alianza gobernante emprendió en tiempo record una serie de transformaciones de gran impacto: la eliminación del cepo y una devaluación superior al 35 por ciento, quita de retenciones a los sectores agropecuarios y mineros, despidos en el Estado, el anuncio de un tarifazo brutal en los servicios públicos, el nombramiento por decreto de dos jueces de la Corte Suprema, entre otras iniciativas que vendrían durante los primeros meses de 2016 como la destrucción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y el acuerdo con los fondos buitre. 

“Hoy es un día histórico. Es un cambio de época y va a ser maravilloso”, aseguró Macri emocionado la noche del 22 de noviembre. Acababa de ganar la segunda vuelta por 51,48 por ciento de los votos contra el 48,52 del Frente para la Victoria. Cambiemos, que tenía apenas unos meses de vida, llegaba a la Casa Rosada repitiendo casi hasta el hartazgo la promesa de un país mejor para todos. Promesa que hoy, a casi dos años, se mantiene intacta. 

El hito fundacional de la alianza se produjo el 16 de marzo, en Gualeguaychú, Entre Ríos. El radicalismo saldó allí un largo y duro debate interno entre quienes pregonaban el acuerdo con el PRO y Elisa Carrió versus quienes proponían un gran frente antikirchnerista que incluyera también al Frente Renovador de Sergio Massa. El encuentro terminó entre gritos, insultos y agresiones al sector que lideraba el ex senador Ernesto Sanz, quien pocos días después del triunfo electoral desistió de ocupar cualquier cargo formal en el Gabinete nacional. El regreso de la UCR a la Casa Rosada luego de protagonizar en 2001 la peor crisis de la historia argentina diluyó aquellas tensiones y dejó en el olvido el 3,34 por ciento que obtuvo Sanz en las primarias abiertas. Esa victoria también tapó el exiguo resultado que le tocó a Carrió: 2,28 por ciento. Macri los había superado ampliamente con el 24,5 por ciento pero estaba lejos del 38,7 de Scioli-Carlos Zannini. En la primera vuelta esa brecha se acortó a 3 puntos para darse vuelta en el ballotage.

Tras la derrota, el Frente para la Victoria comenzó un proceso de reacomodamientos internos que todavía sigue abierto. Un sector del PJ encabezado por Diego Bossio rompería al año siguiente el bloque en la Cámara de Diputados y semanas más tarde el Movimiento Evita seguiría el mismo camino, poniendo en cuestionamiento del liderazgo de Cristina Fernández. 

El año electoral había comenzado con siete precandidatos presidenciales por el FpV hasta que distintas señales de la ex presidenta comenzaron a ordenar el espacio oficialista. Sin embargo, la negativa del ex ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo, a bajar su postulación para competir como candidato a gobernador bonaerense, abrió el juego para una dura disputa interna en el principal bastión electoral del peronismo: Aníbal Fernández-Martín Sabbatella contra Julián Domínguez-Fernando Espinoza. A pesar de una impactante operación mediática lanzada unas semanas antes desde el Grupo Clarín, Aníbal Fernández venció en las primarias y se quedó con lo que, en aquel momento, parecía ser un triunfo asegurado para suceder a Scioli. En la elección de agosto ambos postulantes del FpV sumaban el 40,4 por ciento de los votos frente al 29,4 de Cambiemos, que llevaba una lísta única encabezada María Eugenia Vidal. Pero la diferencia entre Fernández y Domínguez había sido pequeña –21,2 a 19,2– y en la primera vuelta el ex jefe de Gabinete no logró retener un porcentaje suficiente de los votos del titular de la Cámara de Diputados. Igual que Massa, Felipe Solá, del Frente Renovador, logró sortear la polarización. Consiguió un tercer puesto con poco más del 19 por ciento, lo que completaba el número histórico del 60 por ciento para el peronismo bonaerense. Así, con el PJ altamente dividido, Vidal se convirtió en la primera gobernadora mujer de la provincia de Buenos Aires. Ese triunfo se convirtió en un gran espaldarazo para Macri, que todavía tenía el desafío de dar vuelta la elección nacional. 

El año electoral había tenido momentos delicados para el macrismo. Las tensiones en el armado de las listas, con competencia interna en varios distritos, sumadas a la elección de jefe de Gobierno en la que Gabriela Michetti decidió desafiar la voluntad de Macri y competir contra su elegido, Horacio Rodríguez Larreta. El líder del PRO se encargó de inclinar la cancha en favor de su jefe de gabinete y, en paralelo, de alimentar la disputa dentro de ECO, con el objetivo de restarle votos a Michetti. La jugada, arriesgada, por parte del macrismo, casi se les va de las manos y pone en riesgo el sueño presidencial del ex titular de Boca Juniors. Martín Lousteau venció a Graciela Ocaña, y Larreta a Michetti pero en el ballotage de la Ciudad realizado el 19 de julio, Larreta obtuvo el 51,6 por ciento de los votos frente al 48,4 de Lousteau. “No me hubiese sentido con autoridad”, dijo Macri, días después, al referirse a su candidatura presidencial en caso de que el PRO hubiera sido derrotado en su principal bastión electoral.

Otro punto saliente del año electoral fue el primer debate televisivo entre los candidatos presidenciales. Scioli y Macri se midieron en un formato estructurado de preguntas y respuestas organizado tras el fuerte lobby de la ONG Argentina Debate, cuyo director es hoy funcionario del gobierno de Rodríguez Larreta. “¿Daniel, en qué te han transformado? Parecés un panelista de 6,7,8”, fue una de las pocas frases memorables de Macri en aquella transmisión desde la Facultad de Derecho. El candidato del FpV, en cambio, anticipó una serie de medidas económicas y políticas que el PRO buscó luego descalificar como “campaña del miedo”. Si bien el impacto del debate televisivo fue difícil de calcular, lo cierto es que al año siguiente sirvió para dejar en evidencia la cantidad de promesas incumplidas como “pobreza cero”, “unir a los argentinos” o la no realización de un ajuste.

En septiembre, el escándalo en torno a la elección de gobernador en Tucumán generó un clima de sospecha que permitía preparar el terreno para denuncias de fraude, agitadas desde la oposición en más de una oportunidad. También le sirvió luego al macrismo para instalar la supuesta necesidad del voto electrónico, uno de los pocos proyectos fallidos de Cambiemos durante 2016. Como Cambiemos resultó vencedor no hizo falta echar mano a ese recurso. 

Tras el fin del proceso electoral, el flamante oficialismo se encontró con dificultades para cubrir los cargos políticos producto de la sorpresa de tener que gobernar los tres principales poderes ejecutivos. Apeló a segundas y terceras líneas y diseñó un gabinete que sufriría varios cambios importantes al cabo de un año. 

Pasada la elección no se agotó el conflicto. El traspaso de mando fue altamente problemático, a punto tal que terminó judicializado. La jueza María Romilda Servini de Cubría determinó que el mandato de CFK vencía el 9 de diciembre a las 23:59. Producto de esa situación, la ex presidenta se despidió sin entregarle la banda ni el bastón a Macri, ni en el Congreso, ni en la Casa Rosada. Hizo, en cambio, un acto multitudinario en Plaza de Mayo donde dio un emotivo discurso: “Después de 12 años y medio podemos mirar a los ojos de todos los argentinos. Sólo le pido a Dios que quienes nos sucedan por imperio de la voluntad popular dentro de cuatro años puedan, frente a una plaza como esta, decirle a todos los argentinos que también puede mirarlos a los ojos”.