Es verano, segundo mes del verano, segundo verano del primer gobierno abiertamente de derecha que llegó al poder mediante un preciso operativo de extorsión sentimental –la revolución de la alegría– y misoginia manifiesta –el cambio necesario para que “la yegua” no vuelva–. El calor es agobiante en la mayor parte del territorio argentino. En las playas de la costa atlántica, casi desiertas por las políticas de ajuste y la inflación creciente, tampoco hay alivio. El mar está tan sereno que tiene el color del Caribe, no hay viento que agite las olas ni marea que remueva la arena del fondo. Pero casi nadie se sumerge porque en cuanto lo hacen unas pequeñas medusas urticantes se cuelan dentro de los trajes de baño. Los cortes de luz instalan olor a podrido en las heladeras. Nubes de mosquitos zumban sobre los cuerpos que mojan las sábanas, en Buenos Aires y más aun en el Chaco, en Córdoba o en Santa Fe, donde llegaron a registrarse 60 grados a la sombra en una siesta tórrida. Dengue, zika, chikunguña son las amenazas que traen los insectos; al menos una de estas enfermedades también se transmite por vía sexual pero en los hospitales públicos ralean los preservativos. Sin embargo, contra el sopor de un verano que parece ensañarse, una intensa agitación política circula como la corriente eléctrica que falta en tantos hogares y fábricas. 

Las mujeres se han declarado en estado de insumisión y convocan, en complicidad con otras mujeres de 50 países del mundo, llaman al primer Paro Internacional de Mujeres para el 8 de marzo, una fecha del calendario mundial que hacía décadas había perdido su memoria combativa. 

En Argentina, las dirigencias sindicales se encabritan, se sienten expropiadas de su herramienta de lucha. Sobre todo, la Confederación General del Trabajo que sostiene con el gobierno neoconservador un pacto explícito para mantener dormido el conflicto social. Pero no es sólo la CGT la que toma como una ofensa tal atrevimiento, todas las dirigencias sindicales acusan recibo de la insolencia y llegan a poner el grito en el cielo cuando desde la asamblea que convoca el colectivo Ni Una Menos cada viernes en el barrio de Chacarita se las interpela públicamente para que adhieran a esta medida de fuerza. Doscientas organizaciones de todo el arco político exigen cobertura gremial para que se cumpla la medida. La carta de interpelación se replica en otras asambleas, a lo largo y ancho del país. Contra todo pronóstico de letargo en el conflicto social, las mujeres de las bases sindicales junto a algunas dirigentes empiezan a presionar. El Paro Internacional de Mujeres desborda como una marea, arrasa con la propiedad sindical de la medida de fuerza laboral, el paro empieza a hablarse en lenguas diversas en muchos rincones del mundo pero es la fuerza que desde el sur más sur del mundo le imprime el movimiento de mujeres de Argentina la que empuja los océanos hasta erosionar las costas más rocosas. La fecha esta marcada para día internacional de la mujer. Pero “mujer”, cuando se pronuncia ahora, en este año en que los mosquitos seguirán azotando incluso cuando llegue el invierno y las cuentas de gas se multipliquen casi al mismo ritmo en que el país se endeuda expropiando el futuro de todos y todas, ya no significa lo mismo, al menos no lo mismo que significaba en los últimos 30 años, los mismos que tiene este diario. Mujeres ahora se dice siempre en plural y Movimiento de Mujeres se escribe siempre con mayúsculas. 

Desde el 3 de junio de 2015, cuando en Argentina más de medio millón de personas se convocaron en las plazas públicas de 80 ciudades del país con el grito ¡Ni Una Menos! Para denunciar la violencia femicida que descuenta la vida de una mujer por día, otras manifestaciones igualmente masivas tomaron las calles en distintos lugares del mundo: el 7 de noviembre de 2015, Ni Una Menos se gritó en España, el 24 de abril de 2016, el mismo grito se escuchó en México; el 1 de abril de ese año fue en Brasil que las mujeres tomaron las ciudades contra la cultura de la violación; el 3 de junio de 2016, Ni Una Menos volvió a irradiarse desde Argentina hacia el mundo. El 13 de agosto de 2016, Perú fue testigo de la mayor manifestación de la que se tenga memoria en ese país: la bandera principal decía Ni Una Menos. El 3 de octubre fue el turno de las mujeres polacas, que hicieron un paro contra las restricciones que se pretendían imponer al aborto no punible; el 19 de octubre otra vez Argentina, con el acompañamiento de muchos países latinoamericanos, desbordó las calles. El 26 de noviembre fue el turno de Italia, la consigna: Non una di meno. El 21 de enero de 2017, las mujeres de Estados Unidos le plantaron al presidente recién electo, Donald Trump, su desprecio a la misoginia. La marea no se detiene, ese temblor era el que venía agitándose para anunciar que la tierra se iba a estremecer el 8 de marzo.

Pero en ningún otro país como en Argentina, existe una experiencia como los Encuentros Nacionales de Mujeres que en 2017 van a cumplir –cuando llegue octubre– 32 años de voluntad y persistencia de miles de mujeres que viajan cada vez a ciudades distintas para debatir entre ellas y sin jerarquías sobre todos los temas que hacen a sus vidas: desde política hasta economía, desde derechos sexuales hasta la sexualidad misma, desde la maternidad al aborto, desde el derecho a la tierra al salario digno, desde el trabajo doméstico a la representación en los lugares de poder. Esa vocación por el debate y la movilización, esa manera de poner el dolor en acción –dolor por la violencia machista, por la falta de autonomía de nuestros cuerpos– tal como hicieron las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, había congregado cien mil cuerpos en las calles en el último ENM en la ciudad de Rosario. Pero los medios de comunicación –con excepción de PáginaI12–, se mantuvieron siempre indiferentes a esa potencia. Si el 31 ENM fue registrado se debió sólo a la represión que dispersó la interminable marcha de cierre. Replicar la acción de las polacas el 19 de octubre de 2016, dos semanas después de aquella represión y como respuesta a un femicidio cruel y con impronta colonial –una niña de 16 había sido empalada en Mar del Plata, justo el 12 de octubre– fue una manera de terminar con esa ceguera mediática. El primer Paro Nacional de Mujeres fue como poner una palanca y correr el mundo de eje. Fue paladear una revolución sensible que cambió no sólo el umbral de tolerancia machista si no que a la vez nos alejó definitivamente del lugar de las puras víctimas. Somos trabajadoras, se dijo al usar la herramienta del paro y la categoría de trabajo se complejizó para todas: doméstico, informal, de cuidado, formal, popular, precario. Todas podían parar. Aunque fueran unos instantes frente al bebé que necesita un cambio de pañal, parar y dar lugar a la insumisión, dejarlo llorar un instante y no por recomendación de un pediatra si no para tomar conciencia del valor que producen a diario las mujeres.

El 8 de marzo de 2017, cuando las mujeres del mundo sostuvieron esa insumisión colectiva llamada Paro Internacional de Mujeres, en Argentina se coronaban tres días de movilización callejera que obligaron a la CGT a poner fecha a un paro nacional en el sentido más clásico. Las mujeres pararon contra la violencia machista y contra la precarización de sus (nuestras) vidas, pero a la vez, con su llamado rebelde, generaron un debate entre las bases sindicales que empujó la medida. El movimiento de mujeres volvió a hacer historia.

Y es más, cuando el gobierno de la Alianza Cambiemos abrió espacio para que la Corte Suprema de Justicia emitiera el fallo que podía permitir a los autores del Terrorismo de Estado terminar sus penas anticipadamente, que podía permitir a los genocidas volver a mezclarse con la gente del común devolviéndonos a todos y todas a una pesadilla de injusticia interminable, fueron mujeres las que estuvieron al frente de la marcha más multitudinaria de que se tenga memoria en el movimiento de Derechos Humanos. Madres y Abuelas de Plaza de Mayo que hasta se reconocieron feministas en esa plaza cubierta de pañuelos blancos que por una vez en los últimos 20 años no reconoció diferencias políticas. Esas mujeres, Madres también del Movimiento que se escribe con mayúsculas, lideraron la más potente expresión de contrapoder que puede poner en acto un pueblo: torcieron el brazo de las instituciones que pretendían amparar la impunidad. 

Todavía no termina 2017, pero cuando está llegando a la mitad ya se puede dibujar su perfil, su perfil de mujer.