¿Es posible ser deportista olímpico y un año antes ni siquiera conocer los movimientos básicos de la disciplina en la que se va a competir? ¿Se puede representar a un país que ni siquiera se conoce y no se sabe una palabra de su idioma oficial? ¿Y competir bajo una bandera después de haber participado en tres Juegos anterioes para otra? Todas las respuestas a esos interrogantes son "sí" dentro del particular mundo de los Juegos Olímpicos invernales, que en Argentina muchas veces pasan inadvertidos y que son una fuente inagotable de historias de superación y, a la vez, son caldo de cultivo para exponer a un sistema que busca ampliar el negocio, muchas veces a cualquier costo.

Tal vez el ejemplo del alemán Johann Mühlegg sirva para graficar a la perfección ese tipo de situaciones. Expulsado por la federación de esquí nórdico de su país luego de tres participaciones olímpicas (Albertville 1992, Lillehammer 1994 y Nagano 1998), Mühlegg se contactó con la federación española, que ávida de resultados en un deporte con nula tradición en la península, lo aceptó sin demasiadas concesiones y consiguió su nacionalización en tiempo récord. A partir de sus grandes resultados, el alemán Johann se convirtió en "el murciano Juanito", el nuevo héroe nacional de una prensa que encontraba un personaje perfecto para explorar sensaciones inéditas hasta ese momento. "Estoy muy feliz de haber ganado para España y para los españoles", lo citaban los diarios el 24 de febrero de 2002, cuando sumó en Salt Lake City su tercer oro olímpico, el que el Rey Juan Carlos le había pedido especialmente unos días antes, tras su segunda medalla.

Sin embargo, al día siguiente se conoció que su control antidoping había dado positivo de EPO, con lo que le quitaron uno de los tres títulos. Meses después, tras la intervención del Tribunal Arbitral del Deporte (TAS), le quitaron las otras dos medallas. Claro que para ese entonces ya había vuelto a ser el alemán Johann y su publicitado encuentro con su Majestad Juan Carlos había sido cancelado.

Si Eric Moussambani se convirtió en un emblema del olimpismo en Sidney 2000 cuando casi se ahoga en los 100 metros libres pero su esfuerzo sirvió para que Guinea Ecuatorial por fin tuviera una pileta olímpica, los Juegos invernales suelen tener sus "Moussambanis" en cada edición. Las plazas directas que entrega el COI para fomentar la presencia de países sin tradición provoca que muchas veces aparezcan competidores que no parecen estar a las alturas de  una exigencia olímpica.

En Sochi 2014, la actuación del peruano Roberto Carcelén se convirtió en una de las imágenes de los Juegos. Radicado en Seattle tras conocer a la que luego sería su esposa por internet y aprender a esquiar a los 35 años por incentivo de su pareja, Carcelén aprovechó la laxitud del COI para clasificarse para Vancouver 2010 y ser el primer peruano en unos Juegos Invernales. "Había visto en los Juegos de Turín 2006 a atletas de Kenia y de Brasil, así que me propuse ser el primer peruano en lograrlo", reconoció en ese momento. Cuatro años más tarde repitió la experiencia, con la salvedad que una lesión en las costillas dos semanas antes de competir en Rusia casi no le permite participar. Bajo esas condiciones, terminó último en los 15 kilómetros de cross country a casi media hora del campeón, el suizo Dario Cologna, que lo esperó en la pista para saludarlo.

La historia de Carcelén motivó al mexicano Germán Madrazo, que en 2017 aprendió a esquiar sobre ruedas, a los 42 años, con la intención de llegar a competir en los Juegos de Pyeonchang 2018. Triatleta en su juventud, Madrazo apenas tuvo unos meses de contacto con la nieve, pero se las ingenió para alcanzar los mínimos requisitos de clasificación y, al ser el único esquiador de su país que los cumplía, consiguió su boleto para la cita surcoreana. Con una bandera gigante de México que le dieron en los metros finales, Madrazo cruzó la meta último, casi media hora después de Cologna, que de nuevo fue el campeón olímpico y coprotagonista de la escena de película. Llevado en andas por sus compañeros de aventura, Madrazo se despachó en la zona mixta con todas las frases posibles de un manual de autoayuda y se definió como "un soñador, un perseguidor de sueños y un contador de historias".

Otro de sus colegas que supo aprovecharse del sistema y de estar en esa especie de vuelta olímpica en el centro invernal de Alpensia fue Pita Taufatofua, el mediático y musculoso abanderado de la delegación de Tonga en Río 2016, en Pyeongchang 2018 y Tokio 2020. El también taekwondista completó la prueba en tres minutos menos que Madrazo y finalizó 113 de 115, aunque cumplió el objetivo que se había planteado: "En lo único que me concentré fue en no chocar contra un árbol". En Beijing no llegó a competir porque está focalizado en conseguir ayuda para los afectados por las erupciones del volcán submarino en Tonga.

Pero si alguien estafó con estilo el espíritu olímpico, sin dudas que Liz Swaney ocupa un lugar en el podio. Nacida en California en 1984, en plena disputa de los Juegos Olímpicos de Los Angeles, su primer intento lo hizo a los 30 años, cuando buscó representar a Venezuela, la patria de su madre, en skeleton y en esquí acrobático en Sochi 2014. Incluso creó un crowdfunding para juntar dinero para solventar la experiencia, pero no pudo concretarla. Sin darse por vencida, tuvo revancha en Pyeongchang, aunque bajo la bandera de Hungría, país de nacimiento de sus abuelos maternos, y con esquíes en el halfpipe.

"Estoy realmente decepcionada porque no logré un lugar en la final", atinó a decir luego de su debut olímpico. Nadie supo si lo dijo en serio o de manera irónica, ya que, literalmente, no intentó nada para lograrlo: su bajada se limitó a evitar caerse, sin probar ningún truco que le entregara puntos para la clasificación final. Su actuación provocó un escándalo entre la federación de esquí de Hungría y el Comité Olímpico nacional, que prometió revisar y cambiar los criterios de elegibilidad de sus deportistas.

Es que el COH no se había percatado de la artimaña que usó Swaney para asegurarse el lugar en los Juegos y la federación ni siquiera se preocupó en informarlo. De acuerdo al reglamento de la Federación Internacional de Esqui (FIS), cada prueba de su calendario le entregaba puntos a las 30 primeras ubicadas. Swaney viajó especialmente a cada etapa con menos de 30 anotadas y así, si no se caía y no era descalificada, sumaba unidades de cara a los Juegos. Luego, como cada país sólo podía presentar a cuatro representantes, muchas esquiadoras de más nivel que ella quedaron excluídas. Y por último, un par de lesiones sobre el límite de la competencia le permitieron pasar de la lista de reserva a la de participantes. 

Lo que no pudo evitar Swaney fue quedar expuesta en la competencia, donde su papelón se hizo viral y expuso, otra vez, las dudosas reglas de clasificación del COI y su particular y tantas veces cuestionado espíritu olímpico.