Corría 1966 y a California llegaban jóvenes de todo el país, atraídos por una vida diferente a la sociedad materialista de sus padres. Pronto tomarían las calles, protestando contra la guerra en Vietnam y bregando por tener voz y voto en sus carreras universitarias. Las ideas de la contracultura joven se filtraban en la música de grupos de San Francisco: Jefferson Airplane, Country Joe & the Fish y Grateful Dead y de Los Angeles, como los Byrds y Buffalo Springfield, y también en los artículos de publicaciones como Crawdaddy y Rolling Stone, e innumerables fanzines.

Los Doors eran otra cosa. James Douglas Morrison había nacido en Miami, Florida, en 1943. Su padre era un militar de carrera, habituado a frecuentes traslados, lo que contribuyó a la naturaleza errante del futuro cantante de los Doors. El mayor de tres hermanos, Jim tuvo siempre un profundo recelo hacia figuras de autoridad. Ávido lector, amaba a escritores franceses como Rimbaud y Baudelaire; la poesía de William Blake y la filosofía de Nietzsche. Y el cine: estudió en la escuela de la Universidad de Los Angeles, junto a Francis Ford Coppola y Martín Scorsese, y filmó un par de cortos pero, frustrado por la pobre recepción, dejó la carrera. Antes conoció a Ray Manzarek, un pianista de formación clásica, y en un reencuentro posterior, en la playa de Venice, decidieron formar The Doors. En una conferencia sobre Meditación Trascendental del Maharishi –el gurú indio que fascinó a los Beatles– Manzarek se topó con el guitarrista Robbie Krieger y el baterista John Densmore y los sumó a la banda. El nombre surgió del libro Las puertas de la percepción de Aldoux Huxley, título a su vez inspirado en una frase de William Blake: “Si las puertas de la percepción se pudiesen abrir de par en par, la naturaleza humana se revelaría tal cual es: ilimitada.”

El éxito fenomenal de los Doors en 1967 y 1968 con “Light My Fire” y “Hello, I Love You” fue propulsado por la figura de Jim Morrison, portada habitual de las revistas para adolescentes de entonces. No obstante, detrás de la imagen sexy de su cantante, los Doors eran una banda ajena al protocolo rockero. En sus shows tocaban sin bajo –sustituido por las notas graves del órgano de Manzarek– y al haber tan solo tres instrumentistas tenían un margen de expresión más elástico, con la soltura del jazz. Por su parte, las letras de Morrison evitaban las utopías hippies: sus visiones apocalípticas mostraban una Norteamérica dividida: dos generaciones de visiones opuestas, con un marco de intolerancia y de violencia latente flotando en el aire. Un comentario aparte merecen las extensas excursiones como “The End”, con su mezcla de drama edípico sangriento y oda a la inocencia perdida, y “When The Music Is Over”, temprana épica ecologista que exalta el poder balsámico de la música.

En 1969 la pulsión dionisíaca de Morrison, alimentada por un serio consumo de alcohol y estimulantes, había exacerbado sus latentes contradicciones: con los Doors en la cima, Jim era un rock star endiosado por su audiencia como el chamán que se comía sus penas de chicos y chicas de clase media, atrapados en una sociedad represora. Pronto Morrison comprendió que esa adulación era una trampa más. Harto de actuar las fantasías de su público, en marzo del ’69, la pegajosa noche de un hangar transformado en improvisado auditorio, en Miami, vio a un alcoholizado Morrison explotar en pleno recital: “¡Son un montón de imbéciles! ¿Cuánto tiempo van a dejar que esto siga así? ¡A lo mejor les gusta que les hundan la cara en la mierda! ¡Vamos, digan la verdad: les encanta! Son una manga de esclavos a los que empujan de acá para allá. ¿Qué piensan hacer al respecto?”

A Morrison le cayó una demanda por “lenguaje profano” y “exposición indecente” acusado de haber mostrado sus genitales en público. Sin pruebas, en un juicio claramente inclinado en su contra, fue condenado a seis meses de prisión, pero siguió libre bajo fianza, a la espera de una apelación. Pero después de Miami, los promotores de rock se alejaron de los Doors como de la lepra y la cancelación de recitales se volvió costumbre. Igual, los Doors consiguieron grabar un notable álbum en directo, Absolutely Live y retornaron a su base de poesía quemante y rhythm and blues en un excelente disco de estudio: Morrison Hotel.

Para Morrison, en 1970, no parecía haber vuelta atrás: alentado por el moderado suceso de sus libros de poesía, The Lords &The New Creatures, quería dedicarse de lleno a la escritura, y jugaba con la idea de un viaje a la meca de sus ídolos literarios: París

El renacer musical y poético insinuado en Morrison Hotel iba a alcanzar una nueva expresión en el álbum L.A. Woman. El comienzo no fue auspicioso: el productor histórico de los Doors, Paul Rothchild, cuya relación con la banda ya venía desgastada, escuchó el tema “Riders On The Storm” y lo consideró “cocktail music”. Los Doors, confiados en la fuerza de sus nuevas canciones, aceptaron la sugerencia del ingeniero de grabación Bruce Botnick de producirse ellos mismos con su ayuda, y de grabar en el subsuelo de su sala de ensayo en Los Angeles.

En una entrevista de 1972, Ray Manzarek explicó: “La idea era volver a nuestras raíces y que el disco tuviese una vibra espontánea, como la de un recital. Sumamos a Marc Benno en guitarra rítmica y a un bajista que había tocado con Elvis Presley, Jerry Scheff y prácticamente todo L.A. Woman se grabó en vivo, con muy pocas sobregrabaciones. Por eso suena tan fresco...”

La reciente edición que marcó el aniversario 50 de L.A.Woman confirma ese clima de inmediatez del que habla Ray. Junto al disco original –versiones en CD y vinilo, remasterizadas– hay un CD con versiones alternativas de casi todos los temas más un par de inéditos como “She Smells So Nice” y el blues “Rock Me” y otro CD que muestra en detalle y con amplio margen para las improvisaciones vocales e instrumentales, el proceso de gestación de clásicos como “Love Her Madly” y “Riders On The Storm”. Las cajas/aniversario a menudo adolecen de múltiples, tediosas versiones parciales de temas que uno ya supo apreciar en su forma final, pero en el caso de L. A. Woman el oyente se siente como un espía privilegiado del proceso creativo de los Doors.

El álbum original comienza con “The Changeling”, aludía al “cambiadizo”, una criatura del folklore fantástico que podía ser cambiada por un recién nacido, por hadas o espíritus maléficos. En apariencia era idéntica al niño robado, pero siempre permanecía conectada al mundo de los espíritus. Al escribir este tema, Morrison parecía anunciar el cambio que se operaba en su propia persona, su deseo de dejar atrás a la estrella de rock para iniciar otra fase de su vida.

Aunque L.A. Woman retoma la costumbre de dar crédito a los cuatro Doors, “Love Her Madly” era obra del guitarrista Krieger devolvió a la banda al Top 20 del ranking cuando salió en simple. El crudo blues que la sucedía, “Been Down So Long” era también el nombre de una novela del cantautor y escritor Richard Fariña, convertida en un testimonio de la contracultura de los ’60. Fariña grabó varios discos con Mimi Baez, hermana de Joan, antes de fallecer en un accidente motociclístico en 1965. Se decía que antes había participado en la revolución cubana, y que luchó al lado de Fidel Castro en Sierra Grande. Morrison amaba esa novela y la recomendaba cada vez que sus amigos le pedían asesoría literaria. El clima de blues seguía con “Cars Hiss By My Window”, lento y perezoso, con una línea hipnótica de bajo. Densmore toca la batería con escobillas y al final Morrison sorprende imitando con su voz el sonido de un wah-wah.

El tema/título de L. A. Woman, más que a una mujer, está dedicado a Los Angeles; es una oda a la ciudad que Morrison convirtió en su hogar adoptivo, con sus autopistas, sus playas, sus bares y los misterios de su vida nocturna; su atracción y sus peligros, todo resumido en esa aliteración de “m” que Jim hace en el medio del tema: motel, money, murder, madness… Hay una referencia al “mojo”, término del blues que se traduce como “hechizo” o “gualicho”. La frase que el cantante repite insistentemente, “Mr. Mojo risin’” es un anagrama de... ¡Jim Morrison!

“L’America” parece fuera de lugar dentro del estilo del álbum y, en realidad, su destino iba a ser otro, porque fue compuesto para la banda sonora de Zabriskie Point, de Michelangelo Antonioni, un film donde el director italiano buscó explorar la marea de cambio social y la brecha generacional en los Estados Unidos. “L’America” parecía ideal en ese marco, pero a Antonioni quizás le resultó demasiado oscuro y tortuoso y lo descartó. Morrison dijo que el título era una abreviatura de Latinoamérica, puesto que el tema describe un extraño viaje al sur de la frontera, o sea, a México.

Los Doors grabaron grandes baladas y “Hyacinth House” es una de ellas. Hay varias interpretaciones factibles pero una de sus influencias fue el mito de Jacinto, amigo del dios Apolo. Durante un certamen de lanzamiento de disco, Apolo golpeó accidentalmente a su amigo y lo mató. Desconsolado, lo tomó en sus brazos y prometió hacerlo inmortal. El suelo manchado por la sangre de Jacinto pronto se cubrió de flores, que hasta hoy recuerdan su nombre.

Retomando el concepto basal del álbum, los Doors grabaron “Crawling King Snake” un libidinoso tema de John Lee Hooker que tocaban en sus días formativos del club Whisky A-Go-Go. Luego viene “The WASP, Texas Radio And The Big Beat”, un poema que Morrison solía recitar en vivo y que aquí fue transformado en canción, para evocar los recuerdos de infancia del cantante, cuando escuchaba programas de rhythm and blues y rock and roll en su pequeña radio a transistores. La canción contiene una frase que se volvió famosa: “ninguna recompensa eterna nos perdonará por haber malgastado el alba...”

La última canción, “Riders On The Storm”, marcaba un nuevo rumbo musical. Sobre efectos sonoros de lluvia torrencial y truenos, surge la percusión hipnótica de Densmore, la guitarra trémola de Krieger y las sutiles frases de piano eléctrico de Manzarek. La voz de Morrison aparece como en un trance, con un relato propio de una “road movie” acerca de una familia que viaja en auto por la ruta en medio de la tormenta, con el acechante peligro de un asesino que aguarda en algún lugar del camino. El título se inspiró en una frase del poema “Praise for an urn” de Hart Crane, un poeta estadounidense que, al igual que Morrison, tuvo corta vida; célebre por su poema “The bridge”, donde usó el puente de Brooklyn como símbolo para explorar la psiquis y los mitos de Estados Unidos a través de sus ciudades.

El destino convirtió a L. A. Woman en el canto del cisne de Jim Morrison, quien viajó a París con su novia Pamela Courson poco después de finalizado el álbum. Tras la buena recepción de su libro The Lords and the New Creatures, es posible que Jim buscara inspiración en la ciudad de sus ídolos literarios para profundizar su vocación de poeta. Por desgracia, sus demonios fueron más fuertes: el 3 de julio de 1971, Pamela lo encontró muerto en la bañera del apartamento que compartían, en circunstancias aún misteriosas. Los Doors continuarían como trío por un tiempo e incluso grabaron nuevos discos sin mayor relevancia, a excepción de An American Prayer, una reunión póstuma en la que Manzarek, Krieger y Densmore musicalizaron varios poemas que Morrison dejó grabados en diciembre de 1970, en el que sería su último cumpleaños.

El medio siglo transcurrido desde la edición original de L.A. Woman permite apreciarlo en su justa dimensión. La actual edición extendida que marca su 50 aniversario nos sitúa en el centro mismo de su gestación y nos hace verlo como lo que es: el renacimiento final de una de las bandas más originales que dio el rock en su variopinta historia.