"Hacete amigo del juez", dice el viejo Vizcacha, nuestro Diógenes de cabotaje. Era difícil imaginar entonces que esas palabras serían una ley no escrita siglo y medio después. Más difícil sería imaginar que la haría propia toda una clase social. Para entender esto hay que ir a Borges, que todo lo pudo, aun para los que no lo leyeron.

Borges decía que el problema de este país era que el argentino era un individuo, no un ciudadano, y todo por haber tomado el Martín Fierro como libro nacional. El Martín Fierro es la idealización del rebelde, del desertor, de ahí que el argentino no respete las leyes y que "a diferencia de los americanos del norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado", dijo Borges.

Esta definición, que parece haberse comprobado largamente con los años, quizá esconde una trampa, también comprobada. Para eso hay que pensar en términos de la lucha de clases o, si lo prefiere, de grieta, de clase media versus negrada, de oligarquía versus pueblo, o, incluso, de peronismo y anti peronismo. 

Borges era un hombre de clase media con cierta alcurnia sin demasiado brillo. Eso lo llevó a mitificar un poco sobre su pasado, a construirse una épica no muy impresionante; nada de otro mundo en un país donde muchos tienen abuelos que han peleado en guerras mundiales o en la guerra civil española.

Pero con esa mitificación, sumada a opiniones propias de lo que antes se llamaba un conservador, le bastó a Borges para sentirse a gusto entre los que ahora llamaríamos la derecha.

Pero, ¿a quién estaba alertando Borges con la dicotomía individuo ‑ ciudadano? ¿A los argentinos de a pie, como nosotros, a los que Borges ninguneaba un poco, justamente por esa tendencia a no creer en el orden? ¿O a su clase adoptada, a la que hubiera deseado valiente, con un pasado de mural, y merecedora de ser respetada, al punto de que alguien como Borges la eligiera como destino?

Es verdad que nosotros tomamos a libro cerrado la épica de bajo fondo de Fierro, que se basa en no aceptar órdenes, no respetar la ley, ser rebeldes a tiempo completo, sobre todo ante el Estado. 

Ahora, si Borges le hablaba a la clase a la que había apostado, y a la que se había sumado más por voluntad propia que por recibir una invitación, podríamos pensar que la alerta que el gran escritor argentino hizo iba también dirigida "a los suyos". Sería así: no acepten el Martín Fierro como libro de cabecera porque corremos el riesgo de volvernos peor que "los otros" si hacemos nuestra la frase "hacete amigo del juez".

"Hacete amigo del juez", en términos del siglo XIX, era no caerle mal al juez de paz. Era lo máximo que podía aspirar un pobre. De ahí los versos "Y cuando quiera enojarse / Vos te debés encoger". Con el tiempo el juez (parte del sistema judicial) pasó a ser una pertenencia de los pitucos; si la clase media soñó con "m'hijo el dotor", la oligarquía construyó mi hijo el juez.

 

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Ahora, si los pelagatos como nosotros hemos sido moldeados a la medida de Martín Fierro, o Martín Fierro es una cabal representación nuestra (es lo mismo para entender esto), nos cabe el estigma de ser rebeldes ante el orden establecido. Eso, en la calle, sería no respetar el semáforo, pagar las cuentas siempre vencidas, y llevar el perro a ensuciar la vereda del vecino.

Pero cuando la oligarquía, que también está formada de individuos, tan argentinos como nosotros, hace de la frase de Vizcacha su biblia, ¿en qué se transforman? Ya no en rebeldes, sino en evasores, represores, genocidas, contrabandistas, criminales, mafiosos. Está en su ADN. Ellos saben que, siendo amigos del juez, no serán juzgados, si lo son serán exonerados, y si son culpables, pagarán dos por uno. Lo venimos comprobando desde hace dos siglos. Hasta ayer, nomás.

En la representación de esta dualidad o grieta, y si se nos diera la posibilidad de estar dentro del libro de José Hernández, nosotros seríamos los borrachos de la pulpería, un gaucho de paso, como mucho el pulpero. Mientras que los oligarcas, los Martínez de Hoz (ya por entonces robaban a cuatro manos), serían los dueños de la tierra, los que vendían las entradas para la pelea, levantaban apuestas, esponsoreaban la matanza y tercerizaban el servicio de ambulancia. Estaban construyendo ese ADN al que me refería.

 

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Hay otra clave en Martín Fierro que Borges no vio (no era su obligación). La pelea entre el negro y Fierro, por los prejuicios raciales de Fierro, anticipa las disputas de pobres contra pobres. Mientras... los oligarcas se repartían la Patagonia y los indios que habían sobrevivido a la campaña del desierto. Ese ADN, dije.

Ya que estamos con el asunto del libro nacional, digamos que esta cuestión de que Borges sea el escritor nacional, y haya sido un tipo de derecha, también merece una lectura extra. Tal vez la existencia de un imponente Borges dentro del imaginario argentino impulsó la idea de que derecha, intelecto, éxito, eran parte de una misma cosa. A Borges le resultó, pero no hay que olvidar que una parte de esa construcción es una ficción que él construyó.

Quizá algo así intentan los pocos intelectuales que tiene nuestro querido gobierno para mostrar: Rozitchner, Andahazi. (Aguinis y Sebreli están un poco out generacionalmente).

Esa mitificación, en Rozitchner, es tratar de dotar al gobierno de un discurso (que simula épico, pero es vacío: "El gobierno es como Batman") ideal ante la ausencia de una filosofía o ideología más consistente. Es como si quisiera dotar a la derecha de una biblioteca cuando solo tienen dinero; al revés de Borges, que tenía los libros pero no la plata. Pero el discurso de Rozitchner aparta a la derecha del foco de lo único que le interesa: el dinero.

En el caso de Andahazi, que es, como Borges, de clase media, y uno de los pocos intelectuales que defiende abiertamente al gobierno, intenta, también como hizo Borges, reformularse como alguien de pasado épico en un programa de televisión, hablando de un abuelo aventurero del que nadie sabe mucho, vistiéndose a lo Indiana Jones, paseando en moto vintage y hablando de verdaderos aventureros como Vito Dumas, como si fueran pares.

Esto quizá aporta un poco de luz a la polémica que iniciara Rozitchner sobre por qué los artistas populares no se conmueven ante el globerío amarillo. El artista popular no necesita la construcción ficcional de ninguna épica. La épica es ser artistas.

 

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