La voz es instantáneamente reconocible: sardónica, humorística, cuestionadora, un poquito nasal. Una voz que está contando la historia detrás de la película de Norman Jewison sobre el musical El violinista en el tejado, sobre un lechero judío en el cambio de centuria en un pueblo de la Rusia imperial.

Al principio cabe preguntarse por qué extraña razón un actor de tanto renombre como Jeff Goldblum está narrando Fiddler’s Journey to the Big Screen ("El viaje del violinista a la gran pantalla"), un nuevo documental de bajo presupuesto que se exhibió durante el Festival Internacional de Cine de Berlín, como una manera de celebrar el 50° aniversario de El violinista en el tejado. Entonces uno se da cuenta de que ese es el punto central sobre la carrera de Goldblum: continuamente aparece en los lugares menos esperados.

Este año, el actor cumplirá 70 años. Sigue siendo la presencua ubicua en películas y producciones de televisión que fue durante buena parte de los últimos 50 años. Dentro de poco, a fines del verano boreal, se lo verá nuevamente entre dinosaurios en Jurassic World: Dominio, el más reciente episodio en una de las más exitosas franquicias que haya dado en cine en su historia reciente. Una vez más, Goldblum interpretará al  Dr. Ian Malcolm, brillante científico y ardiente defensor de la teoría del caos.

Goldblum ha hecho mucho más que una buena cuota de tanques de Hollywood (incluyendo películas de Thor y Día de la Independencia), mientras también aparecía en películas rigurosamente independientes como el drama sobre el Holocausto de Paul Schrader Adam Resurrected, y algunos títulos de Wes Anderson, Lawrence Kasdan y Robert Altman. Aparece en ficciones televisivas y anuncios publicitarios, y ha tomado trabajos de voz para videojuegos y películas de animación. El público lo acepta en prácticamente cualquier cosa que haga, en prácticamente cualquier personaje que asuma. Puede ser el villano en una película y el héroe en la siguiente. Se adapta a interpretar a machos alfa pero también sabe cómo pulsar las teclas de su lado más neurótico o necesitado. Se lo selecciona con frecuencia para ponerse en la piel de científicos, pero también como un periodista mujeriego. A veces es el protagonista. A veces aparece "escondido" dentro del reparto, aunque dada su estatura de 1,95 metros, tiende a sobresalir del resto. Pero tiene la habilidad para encajar en cualquier ensamble actoral. 

Goldblum es también un pianista experto, y en 2018 lanzó un disco de jazz, The Capitol Studios Sessions, que vendió bien y fue recibido de manera muy respetuosa por los críticos. Es un avezado actor de teatro, con algunos créditos de puestas en Broadway. En la actualidad es también reconocido como un icono de la moda. "Goldblum es uno de esos tipos perennes -como un vino fino, como un vestido negro- que se vuelve más disfrutable con el tiempo", escribió un periodista inglés en 2018, luego de que apareciera en la televisión estadounidense vistiendo una camisa Prada multicolor que pegaba en los ojos.

Por supuesto, este hombre del Renacimiento también sabe todo sobre las artes culinarias. Se lo puede escuchar hablando con locuacidad sobre cosas como el hinojo cocido a fuego lento en River Cafe, el podcast de la chef Ruth Rogers.

Y el casi septuagenario ahora tiene también su propia serie televisiva, The World According to Jeff Goldblum, que se ve en la plataforma Disney+ y en la cual investiga los misterios del universo... o, al menos, su propia fascinación sobre objetos de la vida cotidiana y rituales de uso común. La serie expone el irreprimible entusiasmo de Goldblum, y su sed de conocimiento. Sea cuando pregunta con total formalidad por qué realmente los perros son el mejor amigo del hombre o cuando investiga nuestra obsesión por los monstruos aterradores, el actor lidia con cada nuevo tema de un modo que es humorístico sin ser frívolo o excesivamente leve, informativo pero nunca seco.

El productor británico Kevin Loader, quien trabajó junto a Goldblum en la película de bajo presupuesto Un fin de semana en París (Roger Michell, 2013), da testimonio del encanto del actor estadounidense, y su voluntad de tomar opciones poco convencionales. Goldblum, según revela Loader, recibió menos salario que sus coprotagonistas Jim Broadbent y Lindsay Duncan (ellos trabajaron en la película cuatro semanas, y Goldblum solo una). "Lo hizo por muy poco dinero", dice Loader, y no exagera ni un poco. 

El actor tomó el personaje porque tenía buenos recuerdos de una película anterior que había hecho con Michell, Morning Glory (2010), una comedia satírico-romántica ambientada en un noticiero neoyorquino. Su personaje en Un fin de semana en París, el adinerado y exitoso académico Morgan, es superficial y narcisista. En última instancia es engañado por Broadbent y Duncan (la pareja de mediana edad de Birmingham de vacaciones en París), y queda expuesto como un poco bobo. Pero de todas maneras, Goldblum disfrutó la experiencia.

La película no tenía ninguno de las adornos de las grandes producciones de Hollywood, pero el productor recuerda a Goldblum como alguien muy llevadero, de mantenimiento muy bajo. "Recuerdo que lo fui a buscar al aeropuerto en París, y tenía una cualidad muy de acuerdo al personaje mismo, que era capaz de una inmensa curiosidad sobre las personas", dice Loader. "Para el momento en que lo había llevado hasta el centro de París desde el aeropuerto Charles de Gaulle, sentí que había descargado la mitad de mi vida en él. Tiene una habilidad para hacer que le termines contando cosas. Tiene una habilidad asombrosa para conectar uno a uno con las personaes. Creo que es una de sus grandes cualidades personales, pero también una de sus grandes cualidades como actor. Su rango es tan magnífico porque siempre es capaz de habitar el personaje que está interpretando, conectar con él."

Goldblum es muy gracioso en Fin de semana en París. Es un escritor y un tipo de renombre, con una esposa mucho más joven y una bodega impresionante, pero en el fondo él sabe que es un fraude. Tuvo mucha suerte, mientras que su mucho más inteligente viejo amigo y mentor de los días en la Universidad de Cambridge (Broadbent) se fue deslizando a una vida anónima y mediocre en una academia provincial. El rol demuestra la incomparable habilidad de Goldblum para hacerse cargo de personajes absurdos de un modo que cae en gracia, a veces llegando al encantamiento.

Sin dudas, hay una sola película en la que Goldblum es enteramente despreciable, y es en su debut, como un matón callejero en El vengador anónimo (Michael Winner, 1974). Allí se comporta como un primo larguirucho y neoyorquino de los drugos de Stanley Kubrick en La naranja mecánica. Se lo ve al comienzo de la película, desatando el caos con su banda en un supermercado y luego persiguiendo a una madre de clase media y su hija hasta adentro de un departamento. El espigado delincuente, que luce asombrosamente parecido a un joven Adam Driver, habla y acosa a la mujer con argot callejero. Cuando descubre que la mujer no tiene casi nada de dinero, encabeza un brutal ataque. "Malditas putas ricas", farfulla mientras la hija es violada y la mujer es asesinada.

Es difícil pensar en una performance de Goldblum más alejada de su apuesta, sofisticada persona en pantalla, Michael Winner no estaba interesado en su suavidad o ingenio, solo en su presencia física y su aspecto amenazante. Aquí no hay bromas o guiños redentores a la cámara. La película es cruda y violenta, pero consigue explotar la energía del delincuente de Goldblum. "Jeff tiene una presencia en pantalla muy particular y excéntrica", dijo David Cronenberg tras tranajar con él en la película de terror La Mosca (1986), en la que el elegantemente flaco actor interpreta a Seth Brundle, el científico cuyo ADN se fusiona con el de una mosca casera luego de que el insecto se mete en una cápsula transportadora en un momento crucial.

Brundle transita una de las grandes transformaciones en pantalla, convirtiéndose de humano a un insecto gigante. El proceso llevó cinco horas de maquillaje y partes prostéticas para conseguir a un Goldblum como el espantoso "Brundlemosca" que aparece al final, deformado, pegajoso y profundamente grotesco. Como Winner, Cronenberg estab determinado a ponerse en contacto con el lado animal del actor. La diferencia es que, en esa performance, Goldblum también muestra su inteligencia y carisma. 

Goldblum siempre tuvo voluntad de mostrarse en talk shows y sketches humorísticos. Cuando en 2018 se celebraron los 25 años de Jurassic Park y detrás de él, en el Tower Bridge de Londres, se puso una estatua gigante y semidesnuda de él mismo, estaba tan dispuesto a reírse del absurdo de todo eso que nadie más pudo siquiera pensar en burlarse de él.

El autodesprecio es la manera en la que el actor logra desviar la atención, una estrategia de esconderse a plena vista que mantiene a los medios imposibilitados de siquiera acercarse a él. Es también la razón por la que es tan subestimado. Si se mira la lista de películas en las que participó se encontrarán muy pocos premios. En 1996 fue nominado al Oscar de la Academia como director por su cortometraje Little Surprises, pero ha sido ignorado de plano cuando se trata de esos premios o su símil británico, los Bafta. Dados los personajes que ha interpretado en algunas de sus mejores apariciones en las más grandes películas de esta era, parece un chiste. Ahora, a medida que se acerca a los 70, su consumada capacidad en pantalla debería ser reconocida. 

Como sea, es el indiscutible rey de los cameos. "Olvidé mi mantra", dice de manera desconcertante, en una fugacísima aparición hablando por teléfono en Dos extraños amantes (Woody Allen, 1977). No muchos otros actores pueden convertir una performance que dura como mucho cinco segundos, pero de la cual los fanáticos siguen hablando 45 años después.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.