Y finalmente reabrió. Luego de un año y medio de cierre total y de varios otros de vaciamiento, el Teatro San Martín volvió a “entrar en funcionamiento” y lo celebró con un imponente espectáculo que se ofreció anoche en un escenario montado frente al mítico edificio, en la Avenida Corrientes al 1500. Miles de personas celebraron la finalización de la etapa más gruesa de la demorada “puesta en valor” de la institución, que requirió una inversión de 400 millones de pesos y puso al teatro en el centro del debate político cultural. Estuvieron presentes el jefe de gobierno Horacio Rodríguez Larrea, su ministro de cultura, Angel Mahler, y el director del complejo teatral que integra el San Martín, Jorge Telerman, aunque ninguno de ellos habló para los presentes. Si bien simbólicamente fue la reapertura, sin embargo, el teatro estuvo cerrado para la gente, que no pudo entrar a ver el resultado de las obras. 

Desde las 18, dos pantallas gigantes proyectaron primero un video institucional que mostró la programación para este año de todos los teatros del Complejo Teatral de Buenos Aires y luego otro en el que se vio a primeros actores recitando fragmentos de texto en distintos espacios del teatro. Participaron, entre otros, Ingrid Pelicori, Horacio Roca, Antonio Grimau y Eleonora Wexler, Muriel Santa Ana y Pompeyo Audivert, que el miércoles será el encargado de abrir la programación con el estreno de La farsa de los ausentes, su versión de El desierto entra en la ciudad, de Roberto Arlt, en la que actuarán Daniel Fanego, Roberto Carnaghi, Juan Palomino, Ivana Zacharski, Carlos Kaspar y Mosquito Sancineto, entre otros. 

Cuando el reloj dio las 19 exactas y el frío ya empezaba a inquietar a los presentes, las pantallas se volvieron negras y en la gran estructura montada en el medio de la calle comenzó la obra que dirigió Pichón Baldinú, uno de los fundadores del grupo De la Guarda. Con 300 artistas en escena, el show narró la historia del San Martín en cinco actos, en los que se vieron desde las discusiones iniciales entre los arquitectos Mario Roberto Alvarez y Macedonio Ruiz y sus colaboradores, cuando el teatro era apenas un proyecto, hasta la actualidad, pasando por un recuerdo de las obras más emblemáticos que se vieron en el teatro. Con música original y un llamativo soporte audiovisual, el show fue todo lo espectacular –en el sentido de majestuosidad y show– que las autoridades del Gobierno de la Ciudad necesitaban para que la gente aplauda y se olvide del costo político y cultural que implicó ese final, y también de que hay otro teatro a unas cuadras, el Alvear, que aún sigue cerrado y que así seguirá.

Si bien para el Pro fue una gran “fiesta”, tal como prometían los carteles y volantes que anunciaba que “el San Martín vuelve a brillar”, la noche no estuvo exenta de reclamos de algunos sectores culturales que aprovecharon la multitud presente para visibilizar sus conflictos. Tal fue el caso de los alumnos de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático (EMAD), que durante la jornada exigieron la efectivizacion de la Beca Podestá y la recuperación de la Sala Alberdi, del Centro Cultural San Martín. La primera, explicaron mediante un volante, se entrega todos los años a los primeros promedios de la escuela y consiste en la participación de los alumnos en una obra del San Martín, beneficio que está frenado sin respuesta desde el 2010. Por otro lado, la Sala Alberdi era destinada a la exposición de trabajos, ensayos y muestras de fin de curso de los estudiantes de las carreras artísticas de la EMAD y las otras escuelas artísticas de la Ciudad, algo que en la actualidad no sucede más. 

Si bien la Sala Lugones, el espacio de cine que funciona en el último piso, tendrá que esperar hasta julio para volver a funcionar, con esta reapertura del teatro se reanudan las actividades en las salas Martín Coronado, Casacuberta y Cunill Cabanellas, que en las próximas dos semanas también estrenarán obras: Parias, con dirección de Guillermo Cacace en la primera y Umbrío, por Luciano Suardi, en la segunda. Además de su reacondicionamiento, la puesta en valor incluyó la sustitución de las carpinterías exteriores del edificio por otras de acero inoxidable pintado, la creación de nuevas salas de ensayo para el Ballet Contemporáneo, la renovación de las instalaciones eléctricas y de los sistemas de seguridad contra incendio, la instalación de iluminación a base de tecnología LED y de un nuevo sistema de aire acondicionado. 

Concluida esta etapa de la obra –la más visible, la que más importaba al Ejecutivo porteño y la que en definitiva permite el acceso a público al teatro–, en los meses que siguen se hará lo que falta, ya que aún resta mudar todas las oficinas de los trabajadores, y reinaugurar la histórica fotogalería, entre algunas otras cuestiones de importancia, por lo que el fin de obra está planteado para septiembre. Ahora, entonces, lo que resta es encargarse del “Servicio Integral de Operación, Mantenimiento y Limpieza”, servicio que se licitó por 37 millones de pesos. El adjucatario fue publicado la semana pasada en el Boletín Oficial. Curiosamente (o no) es un viejo conocido: Nicolás Caputo.