El beso de la mujer araña, de Manuel Puig, escrito en 1976 y prohibido en la Argentina de la dictadura, fue un libro de nicho, leído por mucha gente de la comunidad gay. La admirable puesta en escena de la escenógrafa, directora y actriz Valeria Ambrosio con Oscar Giménez y Pablo Pieretti como protagonistas, le hace honor al libro, retratando una época donde el par-binario de las identidades (marica-chongo) cobraba otra importancia en un contexto histórico muy diferente al actual. A sala siempre llena, visitada –curiosamente- por un público muy joven y que en apariencia excede al colectivo LGBT, la obra, por fin, salió del clóset.

Puig en palabras de Molina: “Nosotrxs nos enamoramos de hombres, algunxs se enamoran entre ellos, pero eso es cosa de homosexuales”.

La obra y esta puesta en escena nos permiten pensar cómo se vivía la homosexualidad en 1976, cuando Puig escribió el libro.

--Cuando terminé de leer el libro me dije: ¡Esto es de una modernidad increíble!, más allá de un texto tan bien escrito. Me pregunté ¿Cómo hago esto para llevarlo al teatro en una hora y media? Mi idea era hacer una adaptación en ese tiempo, concentrar las ideas, y encarnarlo desde un lugar más redondito, porque la adaptación que hizo Puig –estaba buenísima- pero era muy extensa, Molina no narraba una sola película sino muchas… Hice el trabajo de adaptación que fue como ir editándola en mi cabeza.

Que haya sido dirigida por primera vez por una mujer parece que tuvo sus frutos…

--Lo que a mí me interesaba, teniendo en mi carrera más musicales que obras, era hacer otro tipo de búsqueda, más estética. Antes ponía pantallas y toda una parafernalia propia de los musicales... Mi objetivo fue que esos textos, tan bien escritos, estén muy bien dichos, creando las imágenes para que lxs espectadorxs puedan entrar a ese universo. Lo primero que hice fue armar esa cárcel, muy simple pero que crea el clima, donde todos los objetos que están en escena son utilizados. El actor está hablando pero también estás tomando el té con él.

Todo es muy real en esta puesta. Por ejemplo, la escena del budín, porque ahí no ves a un actor haciendo que se enoja, sino que ves a un hombre realmente violento; y es espeluznante, sobre todo frente a los cuidados y la identidad de Molina…

--Es genial ese momento porque él rompe el budín después de que fue vulnerado porque Molina lo bañó y es mucho más fuerte que Molina lo bañe que la escena de sexo; porque después él se despierta con una erección.

Y genera muchas pregunta, por ejemplo si Valentín, militante de izquierda en los años 70, es un machirulo.

--Claro, pero la lección se la da él a Molina cuando le pregunta si duele tanto o no, porque sino le gustaría que Molina se lo hiciera a él para demostrarle que… Es una lucha interna porque también está eso de cómo me voy a levantar con una erección después de haber sido tocado por un hombre… Pero está eso y se entregó a eso… La rigidez por la causa se rompe con esa debilidad adversa que él mostró con esa blandura…

¿Se enamoró entonces Valentín de Molina o fueron unos garches ocasionales?

--Yo lo pensé de esta manera. Lo primero que decidí fue no hacer la escena de sexo en apagón, como está en el libro, donde todo era muy tosco y contra la pared: “Correte. Ay, no, me duele…”. Muy masculina en un punto y eso me parecía que tenía que ser un encuentro poético. Yo quería ver ese encuentro, esa entrega y ese cuidado; me parecía fundamental eso. Elegimos que Valentín no lo hizo por una calentura por esto que se cree que en la cárcel se garcha con cualquier con tal de sacarse la leche; sino que de verdad él se dejó vulnerar, y él entró en el mundo de Molina. Ocurrió un hecho de amor y no es que después de eso Valentín se hizo puto.

Esta puesta me hizo un link con lo que dice Perlongher (Puig y Perlongher compartieron algunos encuentros –no muchos- en el FLH, en el 72) sobre el devenir sexual, esto de las no identidades, esto de poder tener un encuentro con unx maricx y no necesariamente ser gay u homosexual… Muy vivido por aquellos años y retratado en la obra…

--Hay algo que Valentín se permite, al menos para mí, por estar en cuatro paredes, entre rejas, donde se pudieron construir una sub-realidad. Así como Molina lo mete y lo saca de su mundo de ilusión, al contarle películas, creando un universo para salir de esa mierda que están viviendo. Este mundo tan íntimo, de cuidados, hizo que se permitieran ese hecho desde un punto de vista amoroso y no violento o simplemente sexual; es un intercambio. Molina después dice que soñó que tenía un lunar y se lo toca, pero el que tenía el lunar era Valentín. “Yo sentí que no era yo, que yo ahora era vos”, le dice. Por eso después yo lo hago dormir en la cama de Molina. Ese entrecruzamiento, para mí, tiene que ver con el amor.

Esto también se ve en el libro donde los diálogos empiezan a fluir y se pierde de vista quién es el que está hablando, pero no importa, porque hay una mimesis.

--Al final, claro, porque no importa ya de dónde hablan, si están muertos o no. Hay un salto temporal y espacial donde se narran lo que les pasó como una película. Como está tan bien escrito, no podés fallar.

Y la parte del beso... es un guiño al feminismo…

--Cuando Molina dice: “Lo lindo es que cuando un hombre te abrace te de miedo, sino no tiene gracia”. Valentín lo agarra bien a lo chongo pero después se dan un beso con una reverencia como en las películas de los años 50, bien de Greta Garbo. “Vos me tenés que prometer algo” -le dice Valentín- “y es que no vas a dejar someterte”. Valentín es el personaje que más hace una transformación, porque Molina la tiene clara desde el primer momento que aparece con la toalla como turbante, no tiene contradicciones, es pura emoción y el otro razonamiento. Molina siente que se enamoró desde el primer momento y se comporta como una madre, pero es el otro el que hace la transformación y permite que eso ocurra.

La obra muestra muy bien la posición femenina, muy marcada, de Molina buscando a un chongo medio estereotipado, bien heterosexual. ¿Cómo pensaron eso?

--Lo mantuve como estuvo escrito por Puig, me gustó ser fiel a eso. Hoy la mayoría de lxs chicxs son bisexuales, cambió mucho todo, y tampoco se enamoran tanto. No atraviesan el amor como en esa época. Cuando antes no se decía lo que hacías era para que no te metieran en cana... Valentín es un chongo, pero sin embargo se entrega. Mira desde otro lugar, por eso es el personaje más rico, porque es el que hace la transformación.

En un momento Molina dice: “Los homosexuales se pueden enamorar entre ellos, pero esos son los enfermitos (con humor), nosotras somos mujeres que soñamos con un hombre para toda la vida”. Y el otro le pregunta: “¿Pero todos son así? Vos no me tenés que hacer la cama para devolverme un favor. El hombre y la mujer están en igualdad de condiciones, sino es un abuso de poder”, le dice Valentín a Molina.

Teatro Buenos Aires. Av Corrientes 1699. Jueves, viernes y sábado 20,30.