Desde Río de Janeiro

Mientras el horror de la guerra entre Rusia y Ucrania sigue atormentando y asustando al planeta, bastante lejos un involucrado indirecto ya fue bastante fortalecido: el agro negocio más impúdico de Brasil, con el ultraderechista Jair Bolsonaro (foto) y la banda del llamado “Bloque Ruralista” en el Congreso dando saltos de alegría. Y, por rebote, los mineros ilegales, los destrozadores del medio ambiente, los invasores de tierras indígenas y gente de la misma calaña.

Régimen de urgencia

El pasado miércoles el vocero del gobierno en la Cámara de Diputados, Ricardo Barros, involucrado en un sinfín de denuncias de desvío de recursos públicos destinados originalmente a la Salud, logró que fuese aprobado el régimen de urgencia para la votación de un decreto enviado por el Despacho Presidencial. El presidente de la Casa o jefe de Gabinete, el derechista Arthur Lira, que antes del actual gobierno solo era conocido por haber golpeado a su entonces mujer, actuó rápido.

Resultado: el proyecto de Bolsonaro fue aprobado, y ahora el Senado dará la palabra final.

Sería un mero trámite si viviéramos bajo un gobierno y un Congreso normales.

Pero lo que el decreto de Bolsonaro determina es una agresión sin precedente alguno, siquiera en tiempos de la dictadura (1964-1985): autoriza la minería en reservas indígenas, además de liberar la construcción de presas hídricas y la plantación de transgénicos en esas tierras hasta ahora protegidas o supuestamente bajo protección Constitucional.

Justificación mentirosa 

La justificación para toda esa urgencia es la suspensión de exportación de fertilizantes rusos para el campo brasileño, a raíz de la guerra.

Pura manipulación: Bolsonaro aprovecha un dato real, el conflicto armado, argumentando la urgencia en utilizar el potasio de las reservas indígenas.

Omiten, él y sus cómplices, un pequeño detalle: no hay potasio en las reservas indígenas. Lo que hay es oro y otros minerales preciosos.

Y aunque hubiese potasio, serían necesarios largos años para sacarlo de la tierra e industrializarlo para uso agrario. La cuestión de la urgencia, por lo tanto, es otra excusa burda y criminal.

Devastación

En el fondo, lo que quieren Bolsonaro y la pandilla criminal que lo respalda es institucionalizar lo que su gobierno viene incentivando desde el primer día en el poder. O sea, institucionalizar la devastación, la minería ilegal, la invasión de reservas indígenas.

El llamado “Bloque Ruralista” desde siempre defendió el derecho de instalar minas en reservas, bajo el argumento de que generarían “empleos y desarrollo”. Todo lo que generan es devastación.

Si el Senado aprueba esa iniciativa bárbara, un paso más habrá sido dado para terminar de destrozar Brasil.

Promesa cumplida

Y Bolsonaro habrá, otra vez, reiterado la única verdad expelida por su boca a lo largo de la vida: luego de asumir la presidencia le preguntaron qué tipo de país pretendía construir. La respuesta: “Primero, hay que destruir todo. Luego veremos”.

El peor presidente de la historia brasileña cumple de manera irremediablemente fiel esa promesa, la única entre todas las que hizo.