En 1986, Arturo Bonín tenía más para perder que para ganar si aceptaba el ofrecimiento del director Américo Ortiz de Zárate para interpretar en cine a un hombre casado que se enamoraba de un compañero de oficina. Por entonces, el actor acababa de personificar en la pantalla grande a Juan Bautista Bairoletto, un bandido algo machirulo con reminiscencias de Robin Hood y desde ese y otros papeles se asentaba en un recurrente rol de galán varonil que parecía coincidir con su physique du role. Podría haber seguido tranquilamente por esa línea. Sin embargo, Bonín no dudó y junto a Mario Pasik protagonizó Otra historia de amor, la primera película argentina centrada en una pareja gay con final feliz para los protagonistas.

Hoy puede parecer un gesto menor. Sin embargo, en aquellos tiempos más prejuiciosos de lo que se los suele evocar, al interpretar a un personaje que devenía homosexual, el inmenso Arturo no solamente ponía en jaque su carrera, sino que hacía a su persona vulnerable de insultos e injurias públicas. De hechos varios actores se negaron antes que él al ofrecimiento de Ortiz de Zárate. 

A eso se sumaba que la película violaba la regla no escrita de las ficciones del momento: si una marica aparecía en escena era como objeto de burla para hacer reír y si un gay tenía sexo o se enamoraba, su destino inexorable era la tragedia. Como una pedagogía moral, el mensaje parecía ser: si se consumaba el amor que no osa decir su nombre, la pena a pagar era la enfermedad fatal, el suicidio o la muerte violenta. De hecho, cuando la película fue emitida por primera vez en televisión, culminaba con la separación de los amantes negando al público el verdadero final. Una evidencia quizás de que en 1991, aún gran parte de la sociedad -o al menos la familiar cadena Telefé- no estaba preparada para que dos varones terminaran juntos.

Como comunidad siempre le estaremos agradecidos a Bonín. Fue un hecho de importante relevancia para la militancia que un actor heterosexual, reconocido por la crítica y querido por el gran público asumiera valerosamente ese riesgo y nos visibilizara. También el hecho de reflejar en una película que no había nada de malo en el amor entre varones, que podía ser un hecho tan dulce o desgarrador como el que implica cualquier forma de afecto. Y que el destino de final feliz que las películas de amor suelen reservan a los enamorados era también posible cuando se trataba de dos hombres.

Bonín y Pasik en las primeras marchas del orgullo

Para representar ese papel, Bonín no escatimó esfuerzos ni exposición. Se reunió con los activistas Carlos y Roberto Jáuregui y César Cigliutti y junto a Pasik participaron de las primeras marchas del orgullo gay. No estamos hablando de las actuales marchas multitudinarias con carrozas, música y luces que abarcan manzanas sino de aquellas que se reducían a poco más de una decena de hombres, la mayoría con máscara -por el temor de ser despedidos de sus trabajos-, a una camioneta Rastrojero equipada con dos parlantes miserables y una vueltita entre la Plaza y la Avenida de Mayo.

En la película, Bonín aparecía en escenas inéditamente románticas y desnudo con Pasik en la cama, acariciándolo con ternura, a punto o después de concretar una cópula dulce y pasional. Y si el beso en la boca entre los amantes era invisibilizado por una pudorosa botella de vino blanco eso no se debió a falta de valor de los actores, sino a que temían espantar al público masivo al que se dirigían. La convicción que los guió fue que, a veces, para derribar prejuicios o avanzar hacia la concreción de los derechos se precisa de acciones menos radicales. De hecho, en agosto de 2014, en ocasión de ser homenajeados por la película, Bonín y Pasik finalmente se dieron en público el ansiado beso entre los labios que no se pudieron dar en 1986.

Bonín nunca cesó de cooperar en la causa por la igualdad de derechos civiles de las comunidades diversas. Ya sea desde acciones políticas concretas tales como su militancia en Fundación Huésped junto a su amigo Pedro Cahn o desde la ficción en obras de teatro como “Tarde” (Saad, 2016) en la cual encarnaba a un padre que buscaba reconciliarse con su hijo gay. Él decía que lo hacía porque sentía bronca cuando un amigo suyo gay era discriminado. También debía pesar en términos personales que, cuando en su adolescencia decidió ser actor, su padre lo acompañó por primera vez al médico -rol familiar que siempre ejercía su madre- temiendo que fuera puto.

La coherencia de su existencia parece tener relación con el nombre del programa paradigmático de la apertura democracia y la memoria histórica que supo conducir: “Yo fui testigo” (1986-1989). Pero, para ser justos, Arturo Bonín fue mucho más que testigo de su tiempo: fue protagonista comprometido de sueños por un mundo mejor y más igualitario.

En el final de Otra historia de amor cuando los personajes de Bonín y Pasik se funden en un abrazo en Ezeiza decididos a vivir el resto de su vida juntos suena “Todo sin vos” interpretada por Eduardo Alfonsín. Parafraseando las primeras palabras de aquella bella canción, ante la ausencia de Arturo Bonín y de la sensación de alivio que su presencia solía transmitir, muchxs de nosotrxs quisiéramos expresarle: “Se hace todo más difícil sin vos”.