“Es el kirchnerismo un nuevo movimiento popular, una etapa política diferenciada del tronco peronista, el embrión de un proyecto emancipatorio que aún espera su plena realización? O, por el contrario,  ¿la fuerza que gobierna a la Argentina desde 2003 terminará por ser absorbida como una variante más del justicialismo? Con esta pregunta, Eduardo Jozami abría El futuro del kirchnerismo, libro publicado a comienzos del 2015 en el que realizaba un balance sin concesiones del ciclo K. Han pasado siete años, pero esa pregunta se revela tan vigente y en cierto sentido más dramática que entonces: ¿Cuál será el destino de esa verdadera cultura política que supo forjarse al calor de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner?

Párrafos más adelante, el mismo Jozami advertía la faceta emancipadora de los gobiernos K cuando nos recordaba una vieja idea que se remonta a John William Cooke: “un peronismo que avanza en su proyecto y amplía su convocatoria sin temor de que en algún momento pueda descubrirse como otro”; (ideas que pueden leerse en un escrito de 1967: “La revolución y el peronismo”) . Es cierto que en su apogeo el Frente para la Victoria arañó tal posibilidad, que hubiera significado su ruptura frente a un peronismo clásico relegado a la función de partido conservador popular. En breve: el kirchnerismo convertido en un movimiento con identidad propia, al modo del yrigoyenismo o del peronismo histórico. Lo cierto es que con el paso del tiempo esa mutación casi consumada fracasó: el Frente para la Victoria consolidó su hegemonía pero mantuvo las mismas prácticas clientelares de siempre que en última instancia terminaron reproduciendo jerarquías, verticalismos, mandatos, (despropósitos como las candidaturas testimoniales, o los candidatos ignotos puestos a dedos en las listas de concejales y diputados de cualquier pueblo …) . Y todo ello para culminar en la candidatura de Daniel Scioli, expresión acabada del fracaso en forjar un liderazgo que expresara en el plano político los logros del ciclo 2003-2015 . Porque eso no se logró pudo ocurrir el ensayo neoliberal conservador de Mauricio Macri.

Durante el gobierno de Cambiemos, Cristina volvió a mostrar su talento en la conducción y por otro lado la movilización popular produjo acontecimientos históricos como la marea verde que abrazó el parlamento en agosto de 2018 y gigantescas marchas de resistencia al neoliberalismo que culminaron en la pueblada de diciembre de 2017 contra la reforma previsional – acontecimiento que significó el principio del fin del macrismo. Sin embargo, en el ámbito institucional las falencias fueron notorias, basta recordar la impotencia del grueso de diputados k hacia 2016/17 reclamando la vuelta de Cristina a la arena política: que se tomara rápido el avión desde Santa Cruz a efectos de disimular tantas dificultades en el ejercicio de generar alguna oposición cierta al PRO . He aquí una clave que creemos explican algunas cosas del presente: una disociación entre las potencias que ese movimiento ha sabido suscitar en los ámbitos más diversos y una organización política que no está a la altura de su propia historia. Y así llegamos a la post-pandemia y al inminente acuerdo con el Fondo: -cómo te has dejado llevar a ese callejón sin salida…?

Semanas atrás, febrero de 2022, en una reunión de la Corriente Nacional de la militancia se llamó a que cada militante fortalezca la gestión del gobierno “defendiendo y acercando sus políticas a la gente”. ¿Cuáles políticas? El militante o adherente que quisiera defender algún proyecto de los tantos ministerios y secretarías se encontraría con que tales políticas no existen, y si existen están mal comunicados de modo que buena parte de la población los desconoce. Pero incluso en el caso de aquellas políticas que han sido instaladas en el debate público tampoco sabemos si el gobierno estará en serio dispuesto a sostenerlas, duda que atañe a la ley de humedales, a la hidrovía, a la reforma de la justica o el control de precios –en todos esos items se teme con razón que Alberto tire la toalla sin dar pelea, como ocurrió con el frustrado ensayo de expropiación de Vicentín. Lo cierto es que, a más de dos años de albertismo, la detención de Milagro Sala nos sigue recordando que en Argentina hay presos políticos; mientras tanto su carcelero, el gobernador de Jujuy, se ha convertido en otro aliado estratégico del gobierno . Cualquiera sea el caso, algo es seguro: el sueño de Alberto es el de una república con buenas ideas, con nobles intenciones, pero sin el pueblo.

En estas circunstancias, la decisión de Máximo Kirchner de abandonar la conducción de la bancada oficialista en el parlamento puede significar una ruptura con esa lógica de gestión signada por la pandemia, el FMI y la languidez del orden Albertista, lógica que en los hechos conduce al kirchnerismo a un proceso ineluctable de alvearización. Pero para que esa decisión sea algo más que un gesto testimonial loable pero frívolo (el kichnerismo controla de hecho importantes porciones del estado nacional y es co-responsable de la anomia vigente), se hace necesario que esa fuerza política se abra a otra forma de comprensión de la política. Si Máximo Kirchner quiere en serio construir algo distinto a lo que nos impondrá el FMI deberá abandonar de una buena vez los sueños superestructurales, “el control del peronismo bonaerense”, para volver al llano, convocar a la población e iniciar otra vez la construcción de una voluntad política capaz de sostener un proyecto popular, entendiendo que no hay posibilidad alguna de conquistar nuevos derechos, ni siquiera de garantizar los adquiridos sin una activa movilización cotidiana de la ciudadanía. La situación del país y del mundo es tan difícil que siquiera para zafar se necesita no solo de pericia sino también una enorme cuota de coraje. Sería ingenuo pedirle tanto al presidente y su equipo de jóvenes porteños y sería injusto exigirle todavía más –todavía más magia- a la vice presidenta. Lo más saludable sería imaginarlo no como un desafío individual sino colectivo. Pensar ni más ni menos que en la construcción de un pueblo: movilizar voluntades para contrarrestar el síndrome del buen progresista garca, pronto al fracaso y a la huida que atenaza a Alberto, forjar una fuerza que haga que el bono contribución que se les cobró (¡por única vez!) a los ricos se transforme en un verdadero impuesto, impedir que la ley de humedales pierda, otra vez, estado parlamentario… Esa es una tarea que atañe a la promoción de lógicas autogestionarias, horizontales, democráticas - políticas con que el kirchnerismo amagó años atrás. Todo ello vuelve necesaria la emergencia de otra generación que desafíe costumbres, conducciones y burocracias y se imponga en el centro de la escena para encarnar y relanzar –quizás refundar- el movimiento nacional, popular y democrático hacia el futuro.

El kirchnerismo es la única formación con capacidad cierta de resistir los embates del neoliberalismo pero le falta imperativamente proyectos a futuro, nuevas utopías. Tal el dilema, si eso no ocurre ese vasto colectivo se verá reducido a ser meramente otra fuerza partidaria que podrá tener mayor o menor suerte, podrá contribuir a ganar y perder elecciones, pero no será otra cosa que un ciclo dentro de la larga historia del peronismo. Si, en cambio, se da la hipótesis que trabajamos, si el kirchnerismo prueba estar a la altura de sus propias circunstancias, si logra romper con su filiación originaria para siguiendo ese viejo sueño de Cooke profundizar su faceta emancipadora, la historia argentina habrá cambiado para mejor, más allá del resultado de las próximas elecciones presidenciales. 

*Profesor de Teoría Política, UNR/UNER.