En un pueblo pequeño y aislado desde que ya no pasa ningún tren, un hombre proveniente de Buenos Aires es contratado para restaurar un Cristo crucificado sobre una cruz de madera proveniente de Ancona. Mide unos ochenta centímetros de alto, los clavos son de oro y los ojos de zafiro. La procedencia del Cristo a cargo del enigmático Padre Bracelli es tan oscura como la tarea en la que se verá envuelto el restaurador. Aceptar ese trabajo implicará mucho más que desentrañar una trama de conspiraciones y corrupción política en nombre de la Fe para el narrador de El Cristo roto, novela de Marcelo Rubio, escritor y conductor del programa radial Kriminal Mambo, autor de los libros de cuentos Bajo el signo de Eva, Fútbol sin tiempo, La Strada y la novela Lo que trae la niebla. 

”Desde hace un tiempo me obsesiona, tal vez es un verbo algo exagerado, elijamos mejor, me intrigan, los procesos de creación en el arte. Y considero que ese proceso es independiente de ser arte, puede no serlo nunca. Para lograr que un proceso creativo se manifieste, lo hace, digamos, por medio de una pieza maestra, a la cual el público al verla la vuelve arte. Bueno, ahí existe algo misterioso”, dice Marcelo Rubio. “Ninguno puede decir como funciona la cabeza en ese momento de creación, previo a plasmarlo en algo concreto. En la cabeza del artista se cocinan las ideas, se arma, se desarman. Nadie puede controlar ese momento, es íntimo, es libre. En esa libertad se crea y por eso en medio de hechos deplorables, llámese guerras, nazismo, dictaduras, siempre se obtiene un resultado artístico. El momento de censura se da cuando esa idea, ese proceso, se muestra al público. Y ahí está bueno pensar si es el sistema el que de inmediato produce una censura, hoy le dicen cancelación o si a veces esa censura está en manos de movimientos culturales o sociales. Digo, la iglesia por ejemplo, mantuvo la censura de material durante muchos años, por ejemplo. No sé si la idea se comprende, pero tengo la pequeña duda de si a veces el sistema social no deja o le ofrece a algunos movimientos, la posibilidad de ejercer un poder policíaco, a sabiendas que la tentación es grande”.

Una de las motivaciones que llevó a Marcelo Rubio a escribir El Cristo roto se centra sobre las estafas morales. “Además estaba muy inmerso en una suerte de análisis de la obra de Lorenzo Bernini, El rapto de Proserpina, que fue realizada allá por el 1600. Me obsesionaba la obra en sí, por su belleza, su trabajo, te aclaro, nunca la vi en directo, ya esta altura sospecho que jamás lo haré. Pero también me gustaba la historia de la primavera, de ese secuestro. Me dejé atrapar por las historias de la mitología”. En la etapa de reescritura de la novela, que es un trabajo tan disfrutable como la corrección, tenía la convicción de que el cura Bracelli debía quedar expuesto. En la novela hay otros personajes un tanto extraños, el Rengo, dueño del bar, un Peluquero, un ex levantador de quiniela, la Viuda irresistible, y este sacerdote cuya historia no es limpia. “Lo cierto es que buscaba mostrarlo como miserable, como un tipo de esos que uno no termina de definir. Pareciera que es el único que no advierte la verdad, esa me pareció una buena condena para alguien que se dice: “hombre de fe” no poder admitir que ante sus ojos ocurre una verdad y creerla falsa. Aclaro que no es una novela religiosa, ni cerca de eso”, concluye Marcelo Rubio.

La fe no necesita justificación alguna, pero ¿se puede construir sin correr el riesgo de que torne incontrolable sus efectos? Con una prosa depurada que refleja el universo sensorial e intelectual de Carlos, el restaurador, Marcelo Rubio aborda la trama en dos planos simultáneos, por un lado las altas esferas de autoridad y por el otro los habitantes del pueblo, gente sencilla, sin mayores aspiraciones y aparentemente bien intencionada, aunque no menos necesitada de un perdón. El Cristo roto apenas se asoma al género del policial negro para luego dar un giro donde las confesiones de partes asumen el relevo de pruebas. “Pero yo le voy a decir algo más –se envalentonó el Intendente–. Si sale bien lo del Cristo, digo, si el milagro se produce, entonces este pueblo va a ser la nueva Roma, vendrán turistas de todo el mundo. ¿Me entiende? ¿Y eso qué trae? Dinero, mi amigo, dinero. Mire. –se inclinó hacia delante y con un tono de confesión dijo:–Esoy pensando que hasta puedo hacer venir al Papa ¿Y sabe qué? Hasta gobernador no paro y no le digo presidente por no agrandarme. Por eso debo tener mucho cuidado con mi carrera. Nada puede mancharla. No es fácil. Si sale mal lo del Cristo, si n se produce el milagro, mi carrera se acabó”. 

Carlos tiene apenas unas horas para reparar el Cristo y no hay un solo habitante del pueblo que no esté pendiente de su labor, incluso recibe ofrendas de calmo tono amenazante como si se tratara de un salvador divino. Pero un solo hombre sabe la verdad sobre el daño que ha sufrido el Cristo y el que confiesa, necesita, o tal vez exige a su vez una confesión. “Tranquilo, escuche. Todo va a quedar entre usted y yo. Nadie más puede saber ni una palabra. Absolutamente nada saldrá de esta habitación, con excepción del Cristo, ¿capishe? ¿Por qué? Sencillo. Si el milagro no ocurre, la gente le echará la culpa a usted y si el milagro ocurre, entonces todos van a decir que el mérito es suyo. ¿Y sabe? Jamás podrá evitar eso. Por la fe de ellos. La fe es lo más peligroso que tiene el mundo. Se mata por la fe, se tortura, se condena. Uno es capaz de manejar la fe propia, pero no puede hacer nada con lo de los otros”. 

 El Cristo roto retoma desde una perspectiva original temas centrales de la condición humana, más allá de la fe, el poder, lo político y lo religioso y que, como diría el poeta, se cree más en los milagros a la hora del entierro. Este hombre trabajó. ¿Quién escribirá su historia?