La matemática sentencia que, si ponemos dos naranjas una al lado de la otra, la distancia entre sus centros es igual a la suma de sus radios; en caso de ser menor, ambos cuerpos estarían incrustados entre sí, enquistados. Lo que Andrés Piatti descubrió es la primera de estas superposiciones, pero en cúmulos estelares, y sorprendió a la comunidad científica al clarificar que se trata de una colisión.

El choque en curso entre ambos grupos de estrellas se da a 1.100 años luz de nuestro planeta y abre un nuevo horizonte para la investigación en astrofísica. El hallazgo se publicó en la connotada revista Monthly Notices of the Royal Astronomical Society Letters.

Piatti, de 52 años, reconoce haber sido durante su infancia “el niño preguntón” que apenas podía contener su inquietud por conocer cómo funcionaba la naturaleza, una curiosidad que en su juventud dejó madurar a la vez que obturaba su foco cada vez más sobre la astronomía. Al terminar el secundario, se trasladó de su Río Cuarto natal a la capital cordobesa para estudiar la Licenciatura en Astronomía en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).

“Me embarqué en esa empresa que no me resultó fácil, sobre todo en los primeros años, en los que transpiré mucho la camiseta. Tuve que nivelarme en la formación de base que la facultad requería”, recuerda el investigador en diálogo con el Suplemento Universidad.

El siguiente paso fue un doctorado en la UNC. Actualmente se desempeña como investigador independiente del CONICET y como profesor invitado en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo).

En diciembre, durante una de sus investigaciones en la que intentaba rastrear entre los 1800 cúmulos estelares –grandes grupos de estrellas atraídos entre sí por su gravedad mutua– aquellos que formaban pares, se topó con lo que consideró, en un principio, como un error de cálculo y que luego pasaría a ser la clave de su hallazgo.

“Yo creo que a los descubrimientos uno no los predice; de alguna manera ellos te sorprenden”, afirma Piatti, quien se había arrojado en el proyecto casi artesanal de medir la distancia entre cada uno de los 1.800 cúmulos con los 1.799 restantes. Del total, se quedó con un puñado, cuyas distancias eran muy pequeñas y parecían constituir grupos binarios. Cuando miró de cerca uno de ellos y vio que la distancia entre los centros era menor que la suma de los radios se dijo a sí mismo que “estaba haciendo algo mal”. “Luego del escepticismo inicial fui sintiendo que se me ponía la piel de gallina. ‘Acá están chocando’, dije”, comenta.

Con treinta años acumulados en el campo de la investigación astronómica, Piatti no recordaba información acerca de un fenómeno de ese tipo. Con igual cautela que emoción, buscó y preguntó. No halló nada que se pareciera a lo que él había descubierto.

Sin embargo, para darle solidez a su trabajo necesitaba un dato más. Era imprescindible establecer las órbitas hacia atrás en el tiempo de cada cúmulo para conocer su trayectoria. “Es una prueba que no la sabía hacer, porque se trata de un área de la astronomía que yo no he desarrollado. Busqué entre toda la comunidad internacional alguien que pudiera hacer el cálculo y encontré una posdoc en Suecia que se dispuso a hacerlo”, explica Piatti.

Esa investigadora es Kyathi Malhan, de la Universidad de Estocolmo, quien contribuyó a trazar la historia de cada cúmulo: tenían edades distintas y ahora se encontraban en la misma coordenada del espacio, colisionando.

El astrónomo detalla: “Nos dimos cuenta de que no se trata de un par de cúmulos, porque los dos no tienen la misma edad. Tienen historias totalmente distintas. Nada que ver uno con otro. Pero sus trayectorias, el movimiento que tienen en la galaxia los ha hecho encontrar en un mismo punto. Es como encontrar una aguja en un pajar”.