El relato del macrismo podría ser involuntariamente proustiano, si se permite la ironía de propinar una estocada a la farsa de un discurso de pasteurización de los conflictos, mientras que en la práctica se erosionan brutalmente derechos, democracia e igualdad. “La derecha se prepara para recuperar el tiempo perdido. Fue, es y será implacable. Ellos, los republicanos, no tienen ningún inconveniente en arrasar la legalidad constitucional”, advierte Ricardo Forster en su nuevo libro La repetición argentina. Del kirchnerismo a la nueva derecha (Marea). “Van por todo pero, ahora, con globos de colores y la revolución de la alegría. Las carcajadas de los gerentes de las grandes corporaciones económicas resuenan en todos lados. Ellos les harán ganar fortunas incalculables a sus empresas mientras aceitan golosamente la transferencia de recursos de los trabajadores a los dueños del capital y de las tierras. Pero claro, a eso no se lo llama ‘corrupción’, son solo negocios habilitados por los magos del macrismo e invisibilizados por los medios de comunicación”, agrega el filósofo en este ensayo que explora las tramas sociales, políticas, económicas y culturales de esta restauración conservadora que se ha abierto con el triunfo de Mauricio Macri.
   ¿Se puede hoy ser peronista sin ser kirchnerista?, se pregunta Forster al comienzo del libro. “Voy a ser políticamente incorrecto retomando una cierta visión de Nicolás Casullo, cuando decía que el peronismo atraviesa los 90 como quien entra en su propio momento prostibulario de destitución de sus mejores tradiciones y borra la memoria de lo plebeyo, de lo insurrecto, del igualitarismo –plantea el filósofo en la entrevista con PáginaI12–. El peronismo de los 90 liquidó la tradición igualitarista y el kirchnerismo lo que hizo es reponerla a contracorriente. La llegada de Néstor Kirchner y el proceso histórico que continuó Cristina significó una profunda redefinición y una reinvención del peronismo. Durante los doce años de kirchnerismo, el peronismo se reencontró con lo mejor de su tradición histórica, rearticuló un vínculo con la memoria, construyó puentes hacia el pasado y al mismo tiempo colocó a la tradición popular en el interior de los desafíos del siglo XXI. Si el kirchnerismo se disuelve y lo que queda es un peronismo que opera bajo cierta lógica que ya conocimos, sería una tragedia para la historia del movimiento popular. El kirchnerismo volvió a colocar al peronismo en una dimensión maldita”.
–En uno de los textos de “La repetición argentina” observa que “mirar el mundo desde el miedo constituye lo peor que le puede suceder a una sociedad”. Este es un momento de anestesiamiento, si se piensa en lo que destruyó el macrismo económica y socialmente hablando a casi un año de gobierno. Excepto algunas pocas manifestaciones y marchas que hubo, ¿el miedo explica la desmovilización?
–El libro sale en el contexto en que (Donald) Trump gana las elecciones en Estados Unidos, obviamente que leyendo lo que está sucediendo uno tiene la obligación de reformular muchísimas cuestiones. En países como el nuestro, donde se atraviesa un largo período de reconstrucción de una tradición democrática ampliadora de derechos, que pone el acento en reinventar el concepto de igualdad, que opera sobre la politización de la sociedad, la respuesta es una restauración neoliberal. Si bien el kirchnerismo logró producir cambios en la percepción de la realidad, generó las condiciones de una repolitización de la sociedad, no cabe la menor duda de que perduró una mirada neoliberal del mundo en parte de la sociedad argentina. La fábrica de producción de subjetividad que es el neoliberalismo siguió funcionando a pleno a través de los medios de comunicación, la industria de la cultura, la sociedad del espectáculo. El miedo es algo muy profundo, no es simplemente una sensación a flor de piel. León Rozitchner hablaba de ese terror que quedó enquistado en el cuerpo a partir del terrorismo de Estado. Para León, aquella decisión histórica de Néstor Kirchner de dar la orden para que se bajaran los cuadros de (Jorge) Videla y de (Reynaldo) Bignone fue como el punto de ruptura con ese terror que estaba en el cuerpo. Pero a su vez hay otro tipo de terror que viene atravesando la sociedad argentina, que es el terror a la caída en abismo de lo social, el miedo al otro, el hecho de que un sector de la clase media, aunque hoy esté mal, prefiera atravesar su propia malaria con tal de que los negros no tengan más ese lugar de privilegio que tuvieron con el gobierno “corrupto”, “demagógico” y populista de los Kirchner. En los 90 el neoliberalismo estaba socialmente habilitado; una parte mayoritaria de la sociedad veía que era inexorable y necesario avanzar en el desguace del Estado y en las privatizaciones. Hoy el neoliberalismo ha caducado como dispositivo capaz de enamorar a una sociedad y de proyectar fantasías irrealizables para las grandes mayorías.
–La corrupción, minimizada por el kirchnerismo o el PT en Brasil, descolocó a los movimientos populares y los dejó sin una construcción discursiva que pueda contrarrestar el tema. ¿Cómo cree que se puede desarticular ese sentido común que busca instaurar que los corruptos son los políticos de los movimientos populares, mientras que las figuras empresariales de las nuevas derechas, desde Trump a Macri, son presentadas como una especie de “ángeles impolutos”?
–Hay una diferencia no menor entre la corrupción del capitalismo y la corrupción al interior de las prácticas públicas, mucho más si esa corrupción está dentro de proyectos emancipatorios. El capitalismo ha logrado transformar la corrupción de origen en éxito y virtud, desde la acumulación originaria del capital descripta de una forma extraordinaria por (Karl) Marx, que va mostrando cómo se despoja a los campesinos y se sobrexplota las fuerzas de trabajo para generar las condiciones de una acumulación desde la cual desplegar al capitalismo hasta el endeudamiento feroz, la fuga de capitales, la banca offshore, el producir políticas para que el uno por ciento de la sociedad acumule más. Todo eso está en la trama de lo que (Jean-Paul) Sartre definía como la corrupción propia del capital, que no puede ser sino corrupto. Sin embargo, en el imaginario de la sociedad no es identificado como corrupto el vaciamiento del Estado, el desguace, las privatizaciones, la famosa patria contratista, el hecho de que Macri sea del riñón de aquellos que se aprovecharon del Estado para enriquecerse y que hoy vienen con el discurso de la virtud pública. La corrupción está sobrevaluada por los grandes medios de comunicación y subvaluada por los proyectos populares; ahí tenemos un dilema. La paradoja es que mientras que la corrupción puede ser un dato persistente en el interior de cualquier gobierno neoliberal, su existencia en el interior de un proyecto democrático popular es una debilidad sobre la que van a trabajar sistemáticamente los medios de comunicación. De ninguna manera la corrupción es el centro de lo que ha ocurrido en Argentina -todo lo contrario-; pero sí entiendo que es un dispositivo que ha funcionado como una bomba de relojería que la hacen estallar todo el tiempo. 
–¿Cuáles fueron los límites con los que se encontró el kirchnerismo? Una cuestión a pensar podría ser si el exceso de debate, la intensidad política del kirchnerismo, no se le volvió en contra…
–Lo mejor del kirchnerismo fue su potencia disruptiva, su capacidad de ir por delante de lo que la sociedad demandaba. Néstor y Cristina se pusieron a la izquierda de la sociedad. Yo recuerdo que “Pancho” Aricó decía que (Raúl) Alfonsín se había puesto a la izquierda de la sociedad. Y efectivamente cuando uno mira las demandas de la sociedad argentina del 2003 de ninguna manera en esas demandas estaba lo que Néstor iba a realizar: ni la política de derechos humanos, ni la política económica, ni la política latinoamericana, ni la política social. El kirchnerismo fue lo que fue porque se atrevió, porque tuvo coraje para lanzarse adonde nadie se atrevía, porque extremó muchas veces la propia disputa. Yo soy de los que reivindican que la resolución 125 fue el punto de clivaje en la historia del kirchnerismo: fue una derrota política, pero al mismo tiempo generó trama identitaria, mística, politizó a la sociedad. De los ciclos de ampliación de derechos, de democratización, el más largo fue el de Néstor y Cristina con un nivel de confrontación con los poderes reales y las estructuras corporativas muy significativo. Uno de los límites más importantes del kirchnerismo fue no haber podido cambiar la estructura económica argentina, no pudo generar una salida a ese chantaje histórico que es el momento exacto donde hay una restricción de dólares. La restricción cambiaria es el límite de todo proyecto democratizador e igualitarista. A eso hay que agregarle seguramente el hecho no menor de tener que focalizar en la expansión del consumo, que para mí tiene un gran problema: la metamorfosis simbólica cultural que se opera en aquellos que acceden al consumo.
–¿Por qué quienes acceden a determinados bienes que mejoran significativamente sus vidas pronto se olvidan de la exclusión de la que vienen para adoptar los valores de las clases medias?
–(Álvaro) García Linera viene planteando que quizá no vimos el impacto de estos procesos virtuosos de movilidad social ascendente, que son virtuosos en términos económicos, pero son complejos en términos ideológicos, culturales, en términos de pérdida de memoria y de historicidad. El hecho de haber llegado a una diferencia muy baja en el balotaje plantea que una parte importante de la sociedad no ha aceptado como verdad ni el discurso mediático ni el discurso del macrismo. Cristina se fue con un acontecimiento político extraordinario como fue la movilización del 9 de diciembre de 2015 y sigue teniendo una capacidad de interpelación importante en los sectores populares. El kirchnerismo sigue siendo una lengua que se está desplegando y que no se ha disuelto. Fredric Jameson decía que es más probable imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Nunca un sistema en el mundo ha logrado lo que logró el capitalismo contemporáneo, que es transformar en energía la fuerza de sus críticos. Nunca se había dado en América Latina una confluencia de experiencias y liderazgos como en Bolivia, Venezuela, Ecuador, Brasil y Argentina. Después de un ciclo importantísimo de 15 años, ¿qué hacer? Melancólicamente nos volvemos sepultureros y en un gesto de harakiri decimos: “somos responsables de la derrota”. O le sacamos el jugo a una experiencia formidable, de una potencia que no se ha cerrado. 
–¿La puerta del optimismo está abierta?
–Yo parto de una premisa: lo peor siempre está garantizado. De vez en cuando algo se interrumpe en la historia; soy muy benjaminiano en ese sentido. El infierno es que todo siga igual, decía (Walter) Benjamin. Cada tanto hay un dislocamiento, una ruptura, una sorpresa. Doce años de sorpresas llevó a que movimientos como el kirchnerismo, que ciertos sectores de la izquierda siguen execrando, hayan sido los únicos que cuestionaron al poder real. La construcción del odio es muy impresionante y sólo se construye el odio cuando el sujeto odiado ha sido capaz de tocar algunos resortes del poder.
–¿Cómo ve el panorama electoral para el próximo año? ¿En 2017 se juega la posibilidad de relección del macrismo?
–Absolutamente. Si no se hace una buena elección en 2017, hay grandes chances de un macrismo relecto. Yo creo que es posible hacer una buena elección, pero dependerá de cómo se construya la unidad. Me parece que está buena la idea que algunos están planteando que el punto de corte está entre neoliberalismo y antineoliberalismo. En ese corte no puede entrar el massismo, el Frente Renovador, pero sí gran parte de los actores que confluyeron en su momento en el Frente para la Victoria, incluso otros que estaban afuera y que hoy son parte de una movilización compartida. Imagino a la CTA de Hugo Yasky y la CTA de Pablo Micheli. Si se confluye alrededor de la candidatura de Cristina en 2017, creo que se hará una gran elección en la provincia de Buenos Aires. Las fuerzas populares siempre van en contra del peligro de la repetición. Si hay algo que se repite en la historia suele ser la barbarie; por lo tanto hay que luchar contra esa barbarie sin garantías. El kirchnerismo, el chavismo, Evo (Morales) en Bolivia, (Luiz Inácio) Lula (da Silva) en Brasil, (Rafael) Correa en Ecuador, interrumpieron la barbarie. ¿Estaremos en condiciones de volver a hacerlo? Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad, decía (Antonio) Gramsci. Nada es más peligroso que hacer del pesimismo un camino irreversible hacia el nihilismo. El pesimismo es una fuerza crítica, mi formación viene de (Theodor) Adorno, de la dialéctica crítica, no puedo ser optimista civilizatorio. Si el pesimismo no es crítico, si no se monta sobre una voluntad que insiste en el acontecimiento, la sorpresa y la ruptura, termina siendo funcional al sistema.