En las últimas cuatro décadas la cuestión Malvinas ha sido interpretada y reinterpretada por varios actores de la sociedad. Existen definiciones técnicas y profesionales por parte de las Fuerzas Armadas, interpretaciones noveladas a través de los escritores, investigaciones periodísticas que buscan contar el trasfondo de los combates y reconstrucciones que buscan elementos probatorios para las causas judiciales contra la última dictadura militar y sus jerarcas.

En definitiva, la guerra de Malvinas ha sido objeto de estudio en nuestra historia reciente y no pareciera traer demasiadas sorpresas luego de 40 años de tratamiento sobre el tema. Sin embargo, las ciencias sociales han renovado y ajustado su abordaje e investigaciones a través de los nuevos estudios de la guerra. La intención es salir de la doble dicotomía entre mártires y héroes por un lado, y entre escritos técnicos de corte militar y reconstrucciones sesgadas sobre el accionar de las Fuerzas Armadas, por el otro.

El trabajo multidisciplinario tuvo un comienzo con las investigaciones pioneras de la antropóloga Rosana Guber y el historiador Federico Lorenz, quienes imbuidos por la incipiente renovación en la historiografía militar anglosajona de John Keegan, centraron su atención en la cultura de las sociedades combatientes y por tanto buscaron comprender qué ocurrió durante la guerra y cómo se desarrollaron los acontecimientos.

En este sentido, es justo hacerse preguntas profundas para entender qué se hizo en el campo de la investigación argentina con nuestra única guerra internacional contra otro Estado-nación durante todo el siglo XX y cuáles son las investigaciones en curso que sirven para entender un fenómeno social complejo como lo es un conflicto bélico. Para entender más sobre este tema, el Suplemento Universidad planteó esos interrogantes a la antropóloga Rosana Guber, que es investigadora del CIS-IDES/CONICET y dirige la Maestría en Antropología Social IDES-IDAES/UNSAM. Y ganó en 2016 el premio Konex Platino en Antropología/Arqueología; y la historiadora Andrea Belén Rodríguez, docente en la Universidad Nacional del Comahue e investigadora del CONICET en el Instituto Patagónico de Estudios de Humanidades y Ciencias Sociales.

Interpretar la guerra

La apuesta historiográfica de los nuevos estudios sobre la guerra apunta a comprender el conflicto como un fenómeno sociocultural. Este elemento que está vinculado a otros ámbitos de la vida humana no se puede incorporar como un apartado más de la vida de las personas porque viene a explorar experiencias, identidades y representaciones propias que son el resultado de las vivencias de los sujetos que participaron en la guerra. Por lo tanto, para entender esta clase de conflictos hay que adentrarse en estas nuevas perspectivas.

Como afirma la antropóloga Rosana Guber, “en el caso de Malvinas, los contendientes, la mayor parte de los soldados, los suboficiales y los oficiales, junto con las fuerzas británicas, entienden que Malvinas fue una guerra internacional”. Por lo tanto, plantea que “lo que tenemos que hacer es ir a ver cómo se caracteriza una guerra y cómo se la estudia” porque –remarca- “la guerra es uno de los temas menos estudiados en las ciencias sociales”. Esta caracterización choca con los imaginarios sociales construidos a partir de los cuales la guerra es un fenómeno ampliamente divulgado. Tenemos películas, documentales, novelas, historietas y programas de radio que hablan del tema.

La antropóloga e investigadora del CONICET Rosana Guber.

Sin embargo, el trabajo de las ciencias sociales con las guerras es bastante esquivo. Guber busca historizar este proceso al afirmar que con la utilización de la guerra de expansión norteamericana en otros países, empezó a existir un mal sentido sobre los estudios de la guerra. A partir de Vietnam, el establishment antropológico norteamericano terminó condenando esas guerras porque significaba la intervención norteamericana en el destino de otros países. Esto incidió directamente en que las personas que se ocupan de los conflictos bélicos fueran señaladas como simpatizantes de los negocios de armamento.

Este reparo generó un número dispar de trabajos antropológicos que sirvieron como referencia y evidenciaron un hecho en nuestra propia tradición dentro de las ciencias sociales: las guerras están poco estudiadas. En el último tiempo, los trabajos históricos de Alejandro Rabinovich sobre las guerras del siglo XIX rioplatense buscaron compensar estas falencias y el interés despertado ha revalorizado este tipo de estudios. Pero en el caso de Malvinas, las primeras tres décadas de estudios no arrojaban un número significativo de investigaciones.

“Tenemos un problema con los estudios porque hay una enorme ignorancia sobre qué hicieron los militares en tanto que profesionales de la guerra. Cuando nos hacemos la pregunta sobre cómo fue la guerra de Malvinas, nos damos cuenta de que la respuesta no está”, cuestiona Guber. Intentar responder ese planteo implica adentrarse en un mundo nuevo para los cientistas sociales, uno con el cual no comparten vocabulario, idiosincrasia o interpretaciones históricas. Para la antropóloga social, entender lo que hace un militar implica ubicarlo en su fuerza, en su ambiente y en una determinada cantidad de destrezas, aprendizajes, equipamiento y armamento. Pero además, es preciso conocer la tecnología que utilizaban, puntualiza la antropóloga.

Por lo tanto, los estudios permiten entender cuáles son las formas de organización social y política, las destrezas técnicas, las formas de adiestramiento, las relaciones, las posiciones, el ambiente y después las eventualidades de la guerra que no son enteramente planificables. A partir de ahí, la reconocida investigadora del CONICET comienza un trabajo de campo prolongado. La antropología no busca una declaración tajante de los ex combatientes, por el contrario, Guber destaca que su interés a la hora de realizar el trabajo de campo es rescatar “el sentido” de lo que los ex combatientes le dicen. “Es decir, en qué termino los tengo que entender para no exotizar sus prácticas. Por este motivo es que se trabaja con los ex combatientes para aprender a preguntar, no solamente aprender a entender. Es decir, cómo es una pregunta formulada correctamente para evitar que la respuesta que nos den sea exótica. Para esto hay que tomarlos como un grupo con sus reglas, con sus maneras de hacer las cosas: como un sector socio-cultural igual que cualquier otro”, agrega.

Los halcones de Malvinas

Asimilado el enfoque dentro de los nuevos estudios sobre la guerra y la forma de trabajo de campo prolongada, la antropóloga social realizó un detallado estudio que derivó en su libro “Experiencia de halcón. Ni héroes ni kamikazes, pilotos de A4B” editado en 2016 por Sudamericana. La génesis de este libro se inicia con un artículo para una revista colombiana de antropología. La publicación fue colgada en internet y levantada por un aeromodelista argentino que vive en Canadá, llamado Pablo Calcaterra. Él le envío el artículo a uno de sus amigos y dio la casualidad que uno de ellos es Antonio Zelaya, capitán del Grupo 5 de Caza de la Quinta Brigada Aérea de Villa Reynolds, San Luis. Este escuadrón se caracterizó por utilizar el avión más viejo de los que se usaron en Malvinas: los A-4B Skyhawk.

Es así que Rosana rememora las palabras exactas que utilizó Zelaya para convocarla: “Recuperar su experiencia y la de los que allí quedaron”. A partir de ese encuentro, la antropóloga social entendió que la palabra experiencia debía ser el eje teórico vertebrador de su trabajo y desde ese concepto buscó recuperar el sentido de lo que esa guerra significó para todo el Grupo 5, que tenía dos escuadrones de 16 personas compuestos por 4 escuadrillas que fueron a la guerra y comenzaron a operar el primero de mayo de 1982.

“Cuando nos hacemos la pregunta sobre cómo fue la guerra de Malvinas, nos damos cuenta de que la respuesta no está”.
Rosana Guber

“Estuvieron un mes tratando de entender que ellos iban a una guerra para la cual no estaban preparados. Y no lo estaban porque su entrenamiento no había consistido en plantear una guerra marítima, por lo tanto su unidad de combate y sus armas debían ser repensadas para este conflicto bélico que se les presentaba. Tuvieron que estudiar qué era y cómo operaba un buque de guerra. Muchos de ellos ni siquiera conocían el mar y de pronto debían enfrentarse en combate a la segunda fuerza militar de la OTAN. Sin embargo, lo hicieron y se destacaron de una forma superlativa. El reconocimiento británico a los pilotos argentinos es total. Al punto de que varios pilotos, de vacaciones en Inglaterra, fueron agasajados por la Fuerza Aérea británica”, afirma Rosana. En definitiva, los resultados de su libro buscan entender cómo un escuadrón logró hacer experiencia a partir de no tenerla, y los resultados están a la vista.

Excombatientes en democracia

No todos los países designan de la misma manera a sus ex combatientes. En Argentina, el rol social que ocuparon luego de la guerra varió al calor de los vaivenes políticos. En este sentido, Andrea Rodríguez destaca tres etapas bastante marcadas en donde el reconocimiento institucional y la cobertura social no fueron homogéneos.

“Los años ochenta no van a ser un momento de fuertes políticas públicas destinadas a Malvinas o a los ex combatientes. Daniel Chao investigó que sí había un interés en la multiplicidad de proyectos de ley que buscan tratar el tema, pero la gran mayoría eran cajoneados y no llegaban a la discusión en el Congreso. Lo único que hubo es una ley de beneficios sociales para los ex combatientes que fue sancionada en 1984 y se reglamentó recién en 1988. Por lo tanto, los ex combatientes estuvieron casi toda la década del ochenta sin protección del Estado”, puntualiza.

La historiadora e investigadora del CONICET Andrea Belén Rodríguez.

Los alzamientos de oficiales de rango medio que se pintaban la cara con betún, demostrando su pasado bélico en la guerra, pedían un límite a los juicios por violación a los derechos humanos. Ya en la presidencia, Menem interpretó que la forma de desactivar estos levantamientos era tratando de hacer políticas que él llamó de pacificación nacional. La idea central era cerrar los pasados conflictivos y mirar al futuro, afirma la historiadora neuquina.

La búsqueda por democratizar la vida social de la nación se extendió también al recuerdo fresco que significaba la guerra. Hubo un intento del alfonsinismo por pensar a los ex combatientes como ciudadanos en armas y de esa manera evitar la apropiación de la memoria de la guerra por parte de las Fuerzas Armadas. Esta situación se modifica con el cambio de gobierno en 1989. Rodríguez indica que “a partir de los años noventa, se empieza a hablar desde el Estado para recuperar la guerra, tratar de legitimarla desde el discurso situándola como una gesta producto de una causa nacional”. “Esto vino de la mano de políticas de reconocimiento hacia los ex combatientes. Con Menem ya hay políticas muy importantes como la primera pensión provincial, el monumento en plana Plaza San Martín en Buenos Aires, la declaración del Día del Veterano de Guerra como día de conmemoración y el día del hundimiento del General Belgrano. Hay una serie de hitos que son importantes y que vienen de la mano de una política que busca pacificar a las Fuerzas Armadas y a los ex combatientes”, señala Rodríguez.

Ese cambio que empieza con Menem se vuelve mucho más claro a partir del siglo XXI. Andrea Rodríguez reconstruye esos tiempos turbulentos con la mirada puesta en Malvinas: “En plena crisis económica, social y política hay un boom de la vuelta al patriotismo. Así lo llaman los medios. Hay actos públicos multitudinarios, los libros de historia se venden muy bien y vuelve a existir un interés por el folklore. En esta coyuntura, la causa Malvinas vuelve al primer plano. Pero vuelve de la mano de un discurso muy acrítico, pensada como una aventura militar, que pervive hasta hoy. Un discurso que reconoce la guerra y en casos extremos la legitima por haber estado basada en una causa justa. No importan las motivaciones del régimen, no importan las manipulaciones que hubo, no importa la precariedad de la planificación, porque lo que importa en última instancia es legitimar la guerra. Malvinas habla mucho de nosotros mismos como sociedad”, considera la docente e investigadora.

La guerra logística

La reciente edición de “Batalla contra los silencios. La posguerra de los ex combatientes del Apostadero Naval Malvinas (1982-2013)”, tesis doctoral de Andrea Rodríguez, le permitió ahondar en los estudios de Malvinas a través de la historia oral. La autora destaca que las entrevistas fueron una fuente indispensable de información puesto que los archivos sobre Malvinas no habían sido desclasificados hasta 2015.

Para Rodríguez, el Apostadero es una posibilidad única para reconstruir las vivencias de Malvinas ya que fue una unidad militar que tuvo que dividirse en estibadores, personal que repartía la comida, personal que hacía de correo y múltiples tareas que funcionaban de comodines para lograr que la logística fuera lo más eficiente posible.

“El Apostadero Naval fue una unidad de la Marina que se creó sólo para la guerra. Como unidad militar existió desde el 2 de abril de 1982, hasta el 14 de junio del mismo año. Esto me brindaba dos oportunidades: por un lado me daba la oportunidad de entender una guerra logística. Es decir, no una guerra en el frente de batalla, sino de los que se encargan de que los combatientes tengan todas las provisiones y los elementos necesarios para ir a combatir. Es una guerra que ha quedado en segundo lugar y ha sido opacada en los registros que se contaban sobre Malvinas”, precisa, y remarca que para “entender la marca que la guerra había dejado en sus vidas” qué mejor que “una unidad que fue creada específicamente para la guerra, con una identidad creada y moldeada por la guerra”.

“Hablar con los ex combatientes es ingresar a un mundo nuevo. Es aprender todo un nuevo vocabulario, todo un universo de sentidos nuevo. Cuando uno estudia Malvinas se encuentra con palabras que utilizamos desde el sentido común que acá no funcionan de la misma manera”, asegura la historiadora de la Universidad del Comahue.

Rosana Guber y Federico Lorenz iniciaron un camino no exento de contratiempos y miradas esquivas. Los estudios sociales de la guerra se han multiplicado en los últimos años y buscan investigar lo sucedido en las islas desde una óptica renovada. Los trabajos de Andrea Rodríguez y de tantos otros investigadores e investigadoras así lo atestiguan. En parte se busca conocer qué pasó y cómo paso, pero fundamentalmente la intención de estas producciones tiene por objetivo evidenciar un elemento incómodo: qué tanto desconocemos de Malvinas, qué tan grande es el elefante gris que nos tapa las islas y a sus protagonistas, sin dejarnos comprender lo que implicó una guerra para nuestra sociedad. A 40 años de la guerra, todavía estamos a tiempo.