LOS MUERTOS NO MUEREN 5 PUNTOS

The Dead Don’t Die, EE.UU., 2019

Dirección y guion: Jim Jarmusch

Fotografía: Frederic Elmes

Duración: 104 minutos

Intérpretes: Bill Murray, Adam Driver, Tilda Swinton, Chloë Sevigny, Steve Buscemi, Danny Glover, Tom Waits

Estreno exclusivo en Netflix.

“¿No reconocés el tema? Es el leit motif de la película”, le dice un impávido Adam Driver a un aún más impávido Bill Murray, tras poner en la radio del patrullero un CD con el tema “The Dead don’t Die”, del cantante country Sturgill Simpson. Si bien no hay film de Jim Jarmusch que no tenga la levedad de una comedia --incluso cuando el héroe agoniza durante casi toda la película, como en Dead Man (1995), cuando el tiempo pasa con amargura, como en Flores rotas (2005) o, por el contrario, con dulzura, como en Paterson (2016)--, Los muertos no mueren es la comedia “más comedia” del autor de Más extraño que el paraíso (1984) y Bajo el peso de la ley (1986). Satírica, paródica y deconstructiva, esta película de zombis forma un tándem evidente con la previa y aquí inédita Only Lovers Left Alive, film de vampiros (2013). No es la primera vez que el realizador de Ohio incursiona en el cine de género, obviamente desde una puerta lateral. Así lo hizo, siempre desde una mirada posmoderna y por lo tanto paródica, en el (anti)western Dead Man y el film de yakuzas-zen El camino del samurái (1999). La propia Bajo el peso de la ley era un film de fuga carcelaria en versión comedia. Con un peso equivalente al de una pluma, pero larga y estirada, Los muertos no mueren no es precisamente el mejor film del autor.

Como en los casos anteriores, Los muertos no mueren es, a la vez que una parodia, también un film de género, que no se toma necesariamente en broma sus códigos y motivos recurrentes. Es verdad que los muertos vivos no andan aquí en busca de cerebros sino más bien de tripas, y para (re)matarlos no basta con dispararles a la cabeza, sino que hay que cortársela. El latiguillo “Kill the head” se repite incansablemente. Los revividos son tantos y tan torpes como en cualquier film (o serie) del género, y el habitualmente moderado realizador de Mystery Train abraza aquí con decisión el gore más sanguinolento, con un zombificado Iggy Pop masticando vísceras. Cortes de cabeza hay tantos como en Kill Bill (la hipótesis de que Jarmusch es un Tarantino minimal deberá desarrollarse en otra ocasión).

En el pueblito de Centerville es de noche pero sigue siendo de día (o viceversa), los animales desaparecen y la televisión reporta una serie de “vibraciones lunares tóxicas” (sic). Los vecinos andan alterados, aunque el sheriff Cliff (Murray) y su ayudante Ronnie (Driver) no pierden su expresión absorta. Ni siquiera cuando descubren los primeros cadáveres eviscerados, en el restaurantito que está a la entrada del pueblo. Para tratarse de un minimalista, Jarmusch es curiosamente acumulativo. Hay un ermitaño roñoso que desde su casucha en el bosque observa todo con largavistas (Tom Waits), una empleada de funeraria que habla con un acento como alemán pero reza en japonés, y decapita no-muertos de a decenas con su katana (enésima caricatura de una Tilda Swinton de largo cabello blanco, como la novia de un famoso film de género hongkonés), un granjero racista (Steve Buscemi, con una gorrita en la que se lee “Let America Stay White”) y otro negro (Danny Glover, el único personaje no tamizado por la sátira), un típico “comiquero” y Selena Gómez y dos hípsters aparecidos por ahí. Y hay extraterrestres, faltaba más.

Si bien en un primer momento el humor de cara de palo causa gracia, el recurso a la repetición, que en otras ocasiones servía como máquina de producir absurdo, aquí parece más bien una forma de estirar una película que como película (o serie) de zombis es sólo uno más, como comedia es esporádica y como film de Jarmusch parece la imitación de una de Jarmusch. Filmada entre amigos, lo más interesante de Los muertos no mueren es el subtexto apocalíptico, con evidentes alusiones al desarreglo ambiental del mundo contemporáneo. El problema es que esas alusiones son tan evidentes que dejan de ser subtexto, y encima el ermitaño Bob va comentando lo que estamos viendo mientras mira con su largavistas, como si los espectadores fuéramos cortos de vista.