Ya no podrán hacernos el mismo chiste malo: “De tanto que lo recuerdan, un día la pelota no va a entrar por el ángulo, se va a ir afuera”.

Y no lo podrán hacer porque muerto un ídolo se terminan las burlas. Lo supe esta madrugada, cuando mi amigo Martín, un tocayo hincha del Rojo, me mandó un tuit que decía: “El Club Atlético Independiente lamenta profundamente el fallecimiento de Juan Carlos Cárdenas. Acompañamos a sus seres queridos y a @RacingClub en este duro momento”. Yo me había enterado de la muerte del Chango un rato antes. Todavía muy golpeado (y confieso que sigo golpeado) le agradecí a Martín y me puse a husmear Twitter. Salvo algún desubicado, las respuestas del pueblo académico al tuit oficial de nuestros enemigos íntimos incluían palabras como “respeto”, “gracias” y “magnífico gesto”. Como en las familias siempre hay mezclas, uno decía: “Soy del rojo pero mi viejo y mi abuelo fueron de Racing y hoy estarían muy tristes”. Y un tal Diego, con logo de diablo rojo, posteó una frase que me hizo pensar: “No lo vi jugar nunca, pero a los ídolos se los respeta siempre, sean del cuadro que sean. Abrazo grande a la familia racinguista”.

Pensé varias cosas. La primera, que yo sí lo vi jugar al Chango. Tenía 10 años en 1966 y 11 en el ’67. A esa edad tu memoria futbolística es propia, no por relato ajeno, y alcanza un nivel de detalle que no se te va nunca de la cabeza. Hasta hace un tiempo guardaba un cuaderno Anteojito de tapa lila donde justo en ese 1967 empecé a escribir una especie de diario íntimo. Lo llevé a Página el 27 de diciembre de 2001, cuando salimos campeones después de 35 años de no ganar un campeonato local, para escribir la nota de ese día glorioso. Quedó entre papeles y nunca más lo encontré, pero recuerdo perfectamente que registraba tres hechos para mí históricos: el asesinato del Che, el examen de ingreso al Buenos Aires y la Copa Intercontinental que ganamos el 4 de noviembre de 1967 en el estadio Centenario de Montevideo. Uno a cero contra el Celtic de Glasgow. El día del golazo al ángulo del Chango.

Mis viejos, que hoy tienen 98 y 94, desclasificaron algunos secretos de familia, pocos, pero hay uno que sigue en el misterio. Ignoro si nuestro televisor Atma se rompió solo o lo desarreglaron ellos para que no me prendiera todo el día a la pantalla. La cosa es que no andaba. Cuando daban un partido por la tele me iba a los de mis abuelos maternos o a lo de algún amigo. Ese 4 de noviembre estaba con Mendi, compañero de la primaria. Canning 575, primer piso, Villa Crespo, otro país, otro mundo. Moishe, el papá de Mendi, te saludaba siempre con dos preguntas. “Martín, ¿te vas a ir a vivir a Honolulu?”, era una. Nunca la entendí, pero no importa, porque Moishe era divertido. La otra pregunta estaba clara para un chico de 11: “¿Y Martín? ¿Ya te hacés la paja?”. Después se reía y seguía cortando sus cueros en la mesa del comedor.

Todavía me acuerdo del abrazo con Mendi, que era de Argentinos Juniors, y de cómo gritamos los dos hasta la ronquera cuando el Chango la embocó.

Es de esas alegrías que no se borran nunca. Quedan fijadas, como todo lo que hay alrededor. Debe ser porque un ídolo te cambia la vida y después te acompaña siempre. Y vos lo dejás congelado. Incluso lo dejás en blanco y negro como lo viste cuando pateó. Para mí Cárdenas en 1967 era un tipo grande, por supuesto. Esta madrugada me fijé en la edad. Cuando hizo el gol tenía 22. Más chico que Iván y Bárbara, mis hijos de sangre, gente muy adulta que pasó los 30, y la misma edad que Nachito, uno de mis hijos afines, arquerazo en sus ratos libres y, por supuesto, hincha de Racing como Cristina, su señora madre.

Después la vida pasa y resulta que el ídolo es un jovato como uno, solo que unos años más jovato. Pero la imagen que perdura es la de aquel morocho goleador que después besa la copa, no la del señor canoso que se murió poco antes de cumplir 77 y nos provocó tanta tristeza a tantos.

A poco de conocerse la noticia también me escribió por WhatsApp mi amigo Carlitos. Bostero él, hace unos años viajó a Escocia y en Glasgow se fue al estadio del Celtic para sacar una foto y mandármela. “Martín va a entender”, le dijo a su compañera. Y así fue: me puse eufórico y mostraba esa foto como si fuera un trofeo de guerra. “Luto nacional”, me escribió Carlitos a la 1.31. “Internacional”, le respondí a la 1.32. “Escocia”, apuntó él. “Siempre me acuerdo de la foto”, le puse. “Jajaja, qué grande el fobal”, escribió Carlitos. “No se olvida.”

 

Y es así: van a ver que de ahora en adelante, como Gardel, el Chango Cárdenas cada día patea mejor.