Cuando la tapa de un libro cambia la historia de la poesía sudamericana, ¿qué esperar de las casi 500 páginas en su interior? Editado por Eduner (Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos) con un bello diseño a dos colores, Tengo ganas de risas raquel. Obra poética, reúne la poesía fundamental pero casi desconocida del narrador, poeta, periodista cultural, traductor, crítico y editor Elvio Gandolfo, y convoca como ilustrador a un alma afín: el dibujante rosarino Max Cachimba. El prologuista Roberto Apprato y el autor del libro sitúan un verso,Tengo ganas de risas raquel, como la contraseña de la poesía pop uruguaya que no fue. Es la línea inicial de un poema de un autor uruguayo fallecido en 1951 a los 24 años, Humberto Megget. Elvio lo lee a los 20 y encuentra allí la posibilidad de una "poesía joven" (Apprato), que Megget no llegó a desarrollar pero Elvio sí, bajo su influencia, extendida a su propia poesía y a la revista El lagrimal trifurca, que editó con su padre Francisco, su hermano Sergio Kern y otros poetas en los años '60 desde la imprenta familiar en Rosario. Pero el nombre de Megget era hasta ahora un secreto al otro lado de la frontera. 

Nacido en 1947 en la provincia de Mendoza, Elvio Gandolfo vive una vida de escritor entre varias ciudades (Rosario, Buenos Aires y Montevideo), laburando de escribir y gozando del estado de atención permanente que agradece al hecho de no tener auto. Las "ganas de risas" lo definen. Vayan a parar o no a un poema, las fantasías que cada detalle irrelevante le dispara constituyen la jocosa atmósfera cinematográfica que habita, y que comparte en desopilantes conversaciones. Cuando se plasman en verso, sus imágenes traslucen un trasfondo de gravitas existencial bajo la voz humorística. 

Traductor de poesía beatnik y de narrativa de ciencia ficción, Elvio incorporó el ritmo beat en su poesía y lo extraordinario en su ficción, a la vez que inventa géneros nuevos. Los "principios" son centones en verso construidos con comienzos traducidos de varios cuentos de un mismo autor. En su libro The book of writers, y en algunos poemas sobre autores uruguayos, Elvio escribe biografías de escritores sin nombrarlos, que se leen como ficciones. Ómnibus es un libro de viaje donde no pasa nada, salvo el viaje mismo. 

La poesía de Gandolfo dialoga con esas otras zonas liminales de su obra. Su quehacer poético diríase una máquina diseñada para producir ideas idiotas con inteligencia. Una inteligencia superior que se muestre en la idiotez (en el mejor sentido, no el patológico) es un tipo especial de genialidad. Que aparece en esta poesía, en el "humor idiota" de Max Cachimba (tan entenado de los Gandolfo como aquel Owen Wilson que entraba por la ventana en The Royal Tenembaums, de Wes Anderson) y en cierta zona del cine: Anderson, Jarmush y The Big Lebowski, de los hermanos Coen (que esta cronista vio en un cine de Buenos Aires con un fondo de risas en vivo, que resultaron ser las de Elvio). El cine es el tema en su serie "Festival", del libro El año de Stevenson (otra invención: el poemario como diario) y nadie como Gandolfo para contar con gracia, en un poema, que pensaba titular un libro "Nunca fui a Brasil", pero que como fue no lo pudo escribir.

El año de Stevenson, "primer trimestre", publicado en Rosario por Iván Rosado, fue uno de los mejores libro de poesía del año 2014; a esta nueva edición entrerriana, salida de una imprenta en Paraná (¿escala intermedia entre dos de sus ciudades?), le añade Elvio, con la seriedad del niño que juega, un "segundo semestre" que llega hasta junio. De las tres secciones extraídas de otros tantos libros colectivos editados en Rosario en los años '60 y '70, impacta un poema de un libro fechado en 1978, titulado "Acción": "Sucede como en un viejo western/ o en una nueva policial// Salta la puerta/ los dos hombres se dan vuelta/ sorprendidos// Son diez (o doce) / hombres armados// Comienzan a tirar/ entre los cajones de envases/ llenos y vacíos// Uno cae// El otro corre afuera/ se arroja al río/ bracea desesperado// Los visitantes tirotean/ prolijamente la superficie/ No es una película: / ocurre en un viejo despacho/ de bebidas/ en la Florida// No hay muchachito: / al otro día encuentran/ un cadáver flotando". 

Sandra Vega, en unas conversaciones perdidas, acuñó el término "idiotez sublime" para categorizar lo sublime inefable que resulta del humor absurdo extremo. En su acepción original, el idiotés era lo contrario del animal político: un ser ensimismado, libre pero alejado de la asamblea, sumido en una mirada microscópica ante un mundo sobre el que no pretende conquistar el poder. Sin embargo, la cámara casera de esta poesía documental testimonia con precisión histórica. En Gandolfo, la lente macro nunca es banal, y se requiere inteligencia para leer la urdimbre profunda tras el bordado de lo azaroso. No se trata del absurdo demencial de Monty Python, ni de las enumeraciones melancólicas de su admirado Georges Perec, sino de un humor a lo Parra ("¡¡Corre/ que ya te agarra/ Nicanor Parra!!"). Es la voz nada estridente del bufón que rompe el tabú. 

He aquí una máscara a lo Buster Keaton, filosófico y sin sonrisa ante lo trágico; una mirada de entrañable precisión sobre rincones y calles de Rosario, y también una voz "joven" que no desentonaría en ningún slam de poesía del siglo XXI, porque la poesía performática de este siglo ya fue escrita años antes por Elvio Gandolfo, que la sigue escribiendo. Lejos de hundirse en el tedio, su voz poética rescata lo maravilloso de la experiencia vital y de lo efímero cotidiano. Gandolfo pertenece a una de las pocas generaciones vivas que encontraron en el sexo una celebración de la vida y del amor, antes de que se convirtiera en arma o moneda de cambio y después de la represión post-victoriana. Así es como nos depara el momento más emotivo y por lo tanto mejor escrito de todo el libro. En la serie de "monólogos a Bárbara", el tono épico aplicado al dato trivial provoca un efecto cómico que no empaña al lirismo erótico ni al pathos existencial sino que realza a ambos en una nouvelle vague literaria: "El amor es la refutación definitiva/ de los universos paralelos, Bárbara. / Ya nadie juega ni jugará con tu pelo/ en una tarde de verano de 1974, / en un patio de baldosas rojas y hormigas. / Absolutamente nadie repetirá el momento en que te vi revolver un capuchino/ hace diez años y un día".