En los años 60, vestido de cuero, se impuso el tango rojo de Sandro y el relámpago desconcertó a la paleta de colores del género canción.

Los clubes sociales, con la pantalla del rock and roll, vibraban un mensaje oculto: la melancolía rítmica de Valentín Alsina. La inédita vulnerabilidad masculina vestida de rebeldía.

La potencia de la juventud seguida de una segunda etapa con el macho que puede llorar y conmover, adherido a la irreverencia de romper las reglas de la música Argentina, marcó un camino con estilo propio que hace historia en las nuevas tendencias.

La matriz tanguera rejuveneció con la nostalgia de un muchacho de barrio. La penumbra fue imposible de etiquetar y logró dejar una cultura en sí misma. Marcó el tiempo con el movimiento de sus manos y la experiencia de la calle con smoking y traje negro.

El ángel bajó a la voluntad de Fernando Samartin y la anatomía astral destila la miel del sur.

Por instantes uno confunde la vida y la muerte porque ve cantar lo eterno. El alma de Roberto Sánchez ilumina con un destello en la confusión.

Ese es el punto donde vale detener la mirada en la tierra como en el cielo, diría un relato bíblico.

La pieza artística de Fernando Samartin es un abordaje musical sin desperdicio en todas sus facetas. La propuesta hace que al final del show en la calle Corrientes, cuando el artista logra el mesías gitano saludando entre un telón que va cerrando, uno vuelva a dudar si entrar o salir del juego para quedar atrapado en tanta magia. Posteriormente, cuando salís a la vereda, la imaginación dibuja una noche para amantes perdidos que exige la bata roja y luego salir a ver vidrieras.

Por ese palpitar yo puedo presentir que el intérprete se despoja de creerse el personaje para no caer en la confusión que tuvo el protagonista de la película “Jesús de Montreal” donde después de su obra teatral salía a bendecir a la gente.

Sandro es el corazón de las luchas del conurbano, la inmigración, el esfuerzo en el trabajo y sobre todo el íntimo homenaje a los padres que decían: “donde vas a llegar con esa musiquita”. Esa cultura del trabajo es la que ofrece también el artista plástico Samartin. Con la extensa trayectoria de horas desoladas en la vida de Sandro, con castillo inclusive, el inventor del mito en la música popular de pronto baja a la capa de Samartin y saluda al público. Eso que lo hizo distinto e inigualable, por momentos está presente. Dicen que la verdad sucede sin necesidad de explicar nada.

Sandro es el concepto de mito y misterio que luego utilizaron las estrellas de rock sin ser Sandro.

Será por ello que la envidia de llegar al corazón del pueblo, para los frustrados es un arte mersa y ese ninguneo lo lleva a la divinidad del abrazo eterno.

La construcción de belleza emerge en lo aparentemente muerto, pero esa invisibilidad tiene el alma en lo poderoso y este viernes en la calle Corrientes hay tanta Argentina como el gol del Diego iluminado, contra los ingleses, para magnetizar a una de las nenas y decirle por lo bajo: orgulloso te llevo del brazo y Paris se arrodilla ante ti.

Los que venimos con oídos del siglo pasado, intentamos sobrevivir entre tanta capilaridad de producción musical, sin contenido profundo ni metáfora que emocione. El refugio es ponernos un broche en la nariz y dejar de respirar lo actual, pero sin dudas es lo que marca la época. Por lo tanto no se puede hacer una lectura hasta que no pasen 40 años, que es donde se ve el arte y la verdad. Por ello, por un rato, quiero llenarme de ti e ir al instante mágico de un ídolo con identidad, de quien nadie pone en discusión que marcó su propia estética y una dialéctica particular en lo rítmico, que nació en el sur del Gran Buenos Aires y llegó al Madison Square Garden.

Penas y penas quizás sea una sonrisa y son parte de la historia del ninguneo y la luminosidad de una gran obra como la de Roberto Sánchez. Por ello te propongo encontrar una mañana en la luz de tu ventana la cultura en si misma de un artista iluminado. Para ello es necesario pasar el umbral de la imaginación y morir por un rato para entrar al cielo del chico repartidor de vinos en Valentín Alsina. Quizás vuelva a arrepentirme, pues habrás de herirme con tu proceder.

Después de todo voy recordando frases sueltas como engranajes en el rojo carmesí, en el medio del show, los ángeles del cielo al abrir la puerta me dicen que esperanzas muertas nacerán en mí. Pero hay dos manos que el hombre ya hace tiempo olvidó y son las manos de Dios. Renovado esplendor esta noche hay en ti y al final la vida sigue igual. Fabricando sueños hoy llegué hasta aquí.

Quiero quemar en mi fuego el dolor y sentarnos en la butaca para ver al gitano en todas sus formas por la luz terrenal de Fernando Samartin. Seguramente esperanzas muertas nacerán en mí y como te diré que tal vez tu mirada sea siempre igual.

Me invade la sensación de tener pinceladas de Sandro en el Gran Rex y dudar si uno se encuentra en esta vida o ya todo pasó y el concierto está sonando en el cielo. Cuando todo llega al límite, Samartin se encarga de bajar a la realidad para entrar y salir con la belleza de un gran artista, sin comprar lo que vende como diría el gran gitano.