La primera vez que hablé con Sara Rietti, hace diez años, me quedé helada. Llamaba por teléfono para “conocerme un poco más” y preguntar por qué había aplicado a una beca para cursar un posgrado en ciencia y tecnología de la UBA, que coordinó desde sus inicios. Apenas pude balbucear algunas palabras, sin dudas, no había pasado la prueba. Pero me eligió, y no por un currículum encandilante como indican los manuales de buenas prácticas de selección de postulantes, porque sencillamente no lo tenía. Así era Sarita, elegía cuidadosamente sembrar las semillas allí donde el mainstream desprecia e insiste en negar las desigualdades de base. Esas desigualdades que los hijos de las calles de tierra, los comedores escolares y las bibliotecas populares llevamos grabadas a fuego y nos damos el lujo de “burlar”, cada vez que el Estado nos acompaña encarnado en los decisores con las “botas bien puestas”, como las tenía Sarita.

En esos años se pasaba horas entre su oficina y los pasillos de la Facultad de Farmacia y Bioquímica, conversando con alumnos extranjeros y del interior del país que buscaban esperanzados en la formación en ciencia y tecnología encontrarle un sentido social y político a su trayectoria profesional. Ese sentido que Sarita compartió y cultivó generosamente en los cientos de alumnos, docentes, investigadores y colegas de Argentina y del mundo que tuvimos la suerte de aprender junto a ella.

Su conocimiento imponente en diversos campos de las ciencias, que contrastaba con un cuerpo pequeño que hizo temblar a más de un desprevenido, no era lo más asombroso –aunque prácticamente era imposible encontrarla distraída con algún tema “fuera de su especialidad”–, sino su profundo compromiso con la tarea de darles contenido a las preguntas que reconocía haberles escuchado sorprendida a un grupo de estudiantes: ¿Ciencia y tecnología para qué? ¿Ciencia y tecnología para quién? Estos cuestionamientos describen el eje central del pensamiento de Sarita, que jugó un rol clave en la inserción de los científicos exiliados durante la última dictadura, y apenas recuperada la democracia, en la reconstrucción de la ciencia argentina y en la cooperación científica regional durante la gestión de Manuel Sadosky en la Secretaría de Ciencia y Técnica. “En esa época se quejaban de que gastaba mucho en llamadas al exterior, pero en realidad les estaba ahorrando en pasajes”, recordaba con una sonrisa desafiante. A su vez, desempeñó un papel protagónico e insustituible en la recuperación y puesta en valor del “pensamiento latinoamericano en ciencia y tecnología”, en el país y la región, en particular el de su gran maestro y colega, el científico Oscar Varsavsky, como así también, en el estudio del rol de la mujer en ciencia y en la promoción del empoderamiento de la ciudadanía en los procesos de toma de decisión en el campo científico-tecnológico.

Su actividad intelectual y militante también se ocupó de estudiar la causas y consecuencias devastadoras asociadas a los estilos de desarrollo hegemónicos, y a la urgencia de construir alternativas más justas para las mayorías considerando los aspectos sociales, económicos y ambientales. En particular, alentaba aquellas experiencias gestadas en el corazón mismo de los movimientos sociales de su amada América Latina.

“Mi principal tarea es poder mirar a mis alumnos desde abajo”, repetía, incansable. Sólo la humildad y la generosidad de las que hacen gala los grandes, y cuyos destellos no pocos pudimos observar en sus acciones y decisiones como docente, investigadora, funcionaria, amiga y, sobre todo, como una gran persona, pueden dar cuenta de la enorme significancia de la figura de Sara Rietti. Esa significancia imposible de enunciar.

Sarita nos dejó la ineludible tarea de trabajar hasta las últimas consecuencias por un mundo mejor. Ese mundo que los mesías que cada tanto anuncian el fin de las ideologías no pudieron ni podrán borrar del horizonte. Su vida y obra nos ofrecen sobrados y clarísimos ejemplos de las variadas formas de asumir este compromiso, y no perdernos en el intento. Nos legó, por sobre todo, una espada imbatible: la esperanza... “porque la esperanza es revolucionaria”.

Hasta la victoria siempre, Sarita.

* Investigadora de la Unsam. Sara Rietti falleció el 28 de mayo, a los 86 años.