Para comienzos de 1972, Richard Nixon tenía la reelección asegurada. La única inquietud para su administración se llamaba Martha Mitchell y era la esposa de un hombre fuerte del propio gabinete conservador. En esos días de fiebre republicana, la mujer acusó al entonces presidente de haber dirigido el espionaje a la oposición. Lo hizo muy suelta de cuerpo en medio de la campaña que manejaba su marido. Finalmente, Tricky Dick ganaría la contienda sin despeinarse (nunca hubo tanta diferencia entre los dos partidos) aunque no llegaría a concluir su segundo mandato por el escándalo de Watergate. Gaslit (estreno de Starzplay del domingo 24, un episodio cada domingo) recupera la historia de la Garganta Profunda que, por entonces, nadie quiso escuchar.

“Se ha dicho y hecho muchísimo sobre Watergate. En películas icónicas como Nixon o Todos los hombres del presidente, el hecho es presentado a gran escala. Woodward y Bernstein son los héroes y Nixon es el gran villano. Queda el retrato de que es gente de otra dimensión. Es cierto que era un período de especial locura en los Estados Unidos, como una fase que no podría volver a suceder. Pero hubo una clave muy humana en este escándalo suele pasarse por alto y fue la torpeza con la que se movieron todos los involucrados”, asegura Robbie Pickering, el creador del programa, entrevistado por Pagina/12.

En estos ocho episodios, la miniserie retrata con detenimiento el caso y los pliegues de esa coyuntura, pero quien se lleva todos los flashes es la extravagante dama sureña (Julia Roberts) que ventilaba chimentos del partido gobernante sin importarle las consecuencias. En tanto, su marido John Mitchell, fiscal general de Nixon (Sean Penn), planificaba y ejecutaba las operaciones a pedido de la Casa Blanca. En lo que se refiere a géneros, Gaslit juega a varias puntas con el golpe KO que implica su dupla protagónica. El drama de interiores se cuece con el absurdo por ese plan de recontra espionaje. Mientras, un Penn irreconocible por el maquillaje se refriega en cada escena con su compañera de elenco. Claro que hay una reivindicación a quien tildaron de loca y cuyo derrotero dio lugar a una categoría psicológica: el "efecto Martha Mitchell" refiere a casos en los que un terapeuta toma por desvaríos las percepciones reales de un paciente.

Gaslit, cuya base fue un podcast, estuvo producida por el mismo equipo que dio lugar a Mr. Robot y Homecoming. Thriller político y conspiparanoia mediante, se desempolva un costado opaco y olvidado de una de las mayores vergüenzas de la política estadounidense. “Soy un coleccionista obsesivo de la era Nixon desde que soy muy pequeño, pero en este caso lo que queríamos apuntar era la criminalidad mundana e incompetencia que hubo en ese hecho”, dice su showrunner.

-Según en lema de la serie, Martha Mitchell expuso el costado oscuro de Watergate. Pero en realidad todos los personajes accionaron para que eso sucediera, ¿no?

-Quisimos explorar una tendencia en los involucrados y con la que cualquiera se podría sentir identificado. Hubo mucha ambición por parte de personas como John Dean, que era consejero en la Casa Blanca, y otros que pensaban que estaban dentro de una cruzada secreta. A la vez, se puede voltear la moneda y encontrar heroísmo en alguien bastante fallido como Martha Mitchell. Era alcohólica y problemática. Antes de Watergate estuvo involucrada en hechos bastante deplorables, pero también fue una heroína. Jugamos con esos matices. Ése es el costado oscuro desconocido de Watergate al que apuntamos.

-John Dean (Dan Stevens) y su pareja (Betty Gilpin) juegan un rol central en la trama. ¿Por qué la decisión de representarlos de manera especular con los Mitchell?

-Cuando tenés un escándalo como éste, se esparce una granada. Una granada puede hacer explotar relaciones o unirlas para formar un gran lazo. Creo que ninguno esperaba que sucediera lo que pasó. En el caso de John y Mo Dean este hecho los forjó. Hubo una sincronicidad muy interesante que estaba ahí a la vista de todos y nos invitaba a comprender su significado.

-Gaslit tiene porciones de tragedia y sátira, va del thriller a la exploración psicológica. ¿Cuáles fueron las cuñas en las personificaciones de Julia Roberts y Sean Penn?

-Con el equipo de guionistas nunca hablamos realmente del tono, porque confío más en la honestidad de los personajes. A cada guionista le pedimos que eligiera características de los personajes con las que se pudieran identificar. Y no podían elegir buenas cualidades: tenían que ser malas, de las vergonzosas. Así podés ver a los villanos con otro ojo. La sátira te da la carcasa del personaje juzgándolo desde afuera. Acá estamos adentro de ellos. Y tratamos de entender porqué hicieron lo que hicieron. Esa mirada más honesta permite que no dividas todo en términos de comedia y drama, porque en la vida es así, no vas dividiendo en categorías. La vida es divertida, dolorosa, emocionante y aburrida, todo a la vez.

-Usted fue parte de Mr. Robot, un programa con personajes desquiciados en un entorno paranoico, en comparación con los de Gaslit que está basado en un hecho real parecen bastante normales. ¿No lo cree?

-Totalmente, aunque Mr. Robot planteaba una fantasía en la que esos personajes podían ser más inteligentes que en la vida real. En Gaslit nos esforzamos para que los personajes fueran tan estúpidos como somos todos nosotros. Nos imaginamos cometiendo crímenes y, en mi caso en particular, sería terriblemente malo tal como lo fue John Dean.

-Aunque Gaslit retrate los años ’70, ¿no hay un eco sobre los Estados Unidos actuales? Yendo al grano, a la administración Trump…

-No es sólo Trump. Puede ser Bolsonaro en Brasil, Putin en Rusia o Lukashenko en Bielorrusia. Si llegara a ganar Le Pen en Francia, sería ella. El fascismo es la tiranía de los mediocres, es alguien al tope de su juego pero que en realidad es un idiota. Está el poder mágico e hipnótico sobre quienes lo apoyan y, si no fuera por sus fanáticos, toda esa gente subsumida por esos valores, ellos no serían nada. Hay una complicidad por una empresa ridícula. Como fue un gobierno el que lo hizo, parece una farsa, pero tiene implicaciones trágicas hasta la actualidad.