Una madre y una hija ritualizan sus encuentros leyendo La Odisea. El mundo pandémico pasa por la ventana como una película mala y ese refugio de la literatura les permite ensancharse, dimensionar el amor enorme y deforme entre ellas pero sobre todo la potencia del mito materno sobre las espaldas de los hijos e hijas. Ahora sabemos esto es un libro sobre la hijidad, o esa esencia no descubierta que nos hace mirar para arriba y repetir los cuentos aprendiendo a nombrar, como se aprende de los griegos la ousía y la doxa.

“Mamá, qué palabra vaga / y ambigua / como un oráculo / que solo resuelve / el tiempo” dice Adriana Riva en el primer libro de poemas de la editorial Rosa Iceberg. La autora se sirve pequeñas dosis de lenguaje, concentradas y recargadas, que hacen explotar los sentidos como esos caramelos ácidos con juguito más ácido aún. No es que ella vaya a burlarse del formato madre, que no se entienda por ahí, la acidez viene por el lado de cierta melancolía, como si la distancia con los griegos fueran insalvable, y la pasión por entenderlos demasiado grande. Así pasa con la madre: necesito entenderla, parece decir Riva, pero ya sé que no voy a lograrlo.

“Algunas tarde / de solo mirarla / se me hace un nudo / acá” puede ilustrar algo de esta nostalgia por lo que la madre fue pero ya no se puede capturar, hay que dejarla ir y buscarle palabras es un intento por atraparla, pero casi como si fuera una burbuja: “No sé cómo explicar / a mi madre / ella es / muy / muy / muy.”

Riva viene pensando la figura de la madre desde su primera novela, La sal, editada por Odelia en 2019: la historia de una hija que mira a su mamá con lupa para entender su propia historia, rastrea en sus orígenes judíos (algo que de adulta la madre parece negar o desconocer) y la seduce para volver al pueblo de su infancia a la pesca de algo, un dato al menos, que la haga sentirse segura o menos encandilada por ella. En Ahora sabemos esto la madre ya no está en movimiento mirando distraida la ruta: está quieta, la pandemia la obligó a sentarse y repensar, como soñaba la autora, aunque ya no en sus propios orígenes sino en los de todos.

Ahora sabemos esto es un corpus de conocimiento nuevo, como lo es Menelao, Laertes, Hiperión, pero también a la manera del juego de la infancia "¿Quién es quién": Sam, David, Clarice (las mujeres eran menos), un mapa para pescar a esa mujer de sus vapores, una brújula para encontrar la puerta de sus pensamientos. “A pesar del riesgo / antes de irme / la abrazo. / Se deja. / No creo que algún día / nos animemos / a secarnos las lágrimas. / Tanta desnudez / entre nosotras / sería vergonzosa”.