La época está impulsada por un discurso amo que ordena a gozar. Si no te hace feliz, no es amor: modo en el que se instala un superyo épocal. Junto a Esteban Espejo ubicamos, al menos, cuatro de esos discursos actuales: amor útil, amor que fluye, amor saludable, amor libre. Pero ¿se puede plantear al amor en estos términos? ¿Es concordante, armónico, saludable el amor? ¿Dónde está el amor? ¿Quién lo tiene? ¿Se tiene el amor?

Hacer la pregunta ya tiene un impacto --me atraviesa una carcajada--, es gracioso sostener la creencia salubrista del amor y, a la vez, ¿quién no querría sostener la ilusión de que esto sea posible?

No hay que tomarlo tan a la ligera. Los sujetos vienen a la consulta enfermos de amor, juran que el amor les ha hecho un daño, un perjuicio, incluso creen que el daño es irreversible: “es el fin”, “me quiero morir”, etcétera. Al transitar un primer tiempo de devastamiento, pedir auxilio y ayuda para esa cura del amor, viene luego otro tiempo donde se busca algo bien parecido a la calma, la armonía, a la concordancia, al encuentro, a lo saludable. Es importante destacar que hay algo de lo amoroso que genera cierta tranquilidad, apaciguamiento, incluso una sublimación. Aun así, vivir en un estado de armonía constante es una práctica imposible para el ser parlante.

Vamos, junto a Lacan, a revisar rápidamente el discurso de uno de los integrantes de El banquete, Pausanias, quien diferenció dos órdenes del amor donde se dirá que la clave será saber bien a cuál de estos dos amores hay que alabar. No hay, dice él, Afrodita sin Amor, ahora bien, “hay dos Afroditas.”[1]Una será la Afrodita Urania y la otra es la Afrodita Pandemia (o Venus popular).

Lacan entiende el discurso de Pausanias como un análisis más de tipo sociológico, como de “observador de las sociedades”. Pareciera que todo se basa en las diferentes posiciones que existen en el mundo griego respecto al “amor superior” que queda asociado a los que son más fuertes y vigorosos, más ingeniosos, saben pensar, etcétera. Este “amor superior” desde el discurso de Pausanias que retoma Lacan queda del lado de la Afrodita Urania. O sea, pasando en limpio, el que piensa es fuerte, vigoroso, etcétera, va a alabar al “amor superior”.

Así, se podría suponer que entonces, el que no piensa, ni es fuerte, etcétera, va a alabar al amor de la Venus, una Venus popular. Quedan así divididas las aguas entre los que tienen y los que no tienen.

Planteando que sus dichos contienen cierta ambigüedad, Lacan interroga a Pausanias cuando dice: “¿Dónde se sitúa la virtud, la función del que elige?”y podríamos agregar aquí ¿es al nivel de la superioridad intelectual la elección amorosa? ¿dónde quedaría lo pulsional para tal caso?

Parafraseando a Lacan, la idea que propone Pausanias es como decir: para amar hay que hacer una alabanza y dependiendo a quién alabes (Afrodita Urania o Afrodita Pandemia --Venus--) es como te va a ir en el amor. Si elegís bien, hay punto de encuentro. Suena, casi casi, a una promesa de felicidad.

Aquí nos adentramos en la lógica del “intercambio”, ya que en la pareja amorosa el primero se muestra capaz de una contribución cuyo objeto es la inteligencia y todo el campo del mérito (para los griegos saber, pensar, vigor, fuerza, etcétera). El segundo tiene la necesidad de ganar educación a un nivel elevado. Entonces esto pareciera estar en el plano de una adquisición o un provecho, donde --supuestamente-- se producirá el encuentro de esa pareja amorosa en un estado “superior”.

Se encuentra entonces que todo el discurso de Pausanias se elabora en función de una cotización de valores. “Se trata ciertamente de adquirir tus fondos de inversión psíquicos”, ironiza Lacan.

Pausanias agrega que habrá que imponer reglas severas al desarrollo del amor, al cortejo del amado, y siguiendo la lectura lacaniana que no malgasten sus fondos en “jovencitos que no valgan la pena”. Cualquier parecido con lo que las madres dicen a sus hijos no es pura coincidencia, los discursos que se elaboran en El banquete sobre el amor son de mucha actualidad y atraviesan aún nuestra época.

A su vez, Pausanias deja en claro que quienes no se ordenan alabando al amor superior se desordenan y son “salvajes, bárbaros”, dejando a todos aquellos que alaban a la Afrodita Pandemia --Venus-- del lado de lo animalesco.

Este concepto del amor es bastante actual. La cuestión del intercambio, el merecimiento, la creencia de que en el amor la relación con el otro es el valor. Eso que vale y que yo merezco define al amor. Lacan lo dice así: “Pausanias (...) nos explica hasta qué punto el amor es un valor (...) al amor se lo perdonamos todo.”[2] Y este perdón no es por solidaridad, ni por ser un buen samaritano, ni por poner la otra mejilla como Jesús, sino porque en ese amor tengo mis fondos de inversión psíquica. Como pasa con la bolsa y los mercados. Y es que, en el amor, como sabemos, se trata de alguna otra cosa, que tal experiencia del amor, como la que propone Pausanias, que hay que dirigirse al “tener” (saber, status, fuerza, etcétera), del “valor de cambio”, de exaltar cuestiones morales, el amor educador siempre es un señuelo y que al final ese señuelo deja ver lo que es.

Si revisamos la poesía, las canciones, nos encontramos siempre con que el amor toca el cuerpo, como un flechazo de cupido. Como dice Calamaro No se puede vivir del amor pero tampoco se puede vivir sin él. Ya sea sufriendo por amor o encandilados por él, nos encontramos vivos. Angustia de separación, ansiedad frente al deseo del otro, “me clavó el visto”, “no me responde”, “¿me quiere?”, etcétera.

Entonces podríamos decir que el amor no fluye, ni es armónico, ni es un bien de intercambio. En cuanto sostengo la ilusión de que hay armonía deja de haber relación sexual, en cuanto sostengo la creencia de que el amor tiene que fluir, me hago rígido y me alejo de algo parecido a la fluidez... En definitiva, los discursos sobre el amor que propone la época, a modo de una posverdad, tocan el cuerpo en su vertiente opuesta a la que pregonan. Lo tocan angustiando desde un super yo que ordena el modo de gozar --siempre tan singular-- de cada uno. Y allí encontramos esas frases “Si duele no es amor”, “El amor tiene que fluir”, “Ese no te conviene”, etcétera.

No hay garantías en el amor, Lacan lo dijo parecido: “No hay relación sexual”. Sostener la creencia de que en este universo existe un ser (otro) que tenga mi media naranja (y si aparece la media naranja, viene mordisquada o chupeteada), y, aún más, de que si yo sé elegir bien ese otro va a proveerme un estado de pura felicidad (merecimiento), es una exclusiva posición infantil. De todos modos, que esto no nos aleje de la ilusión, retomando a Calamaro, Algún lugar encontraré.

Florencia González es psicoanalista e investigadora UBACyT. Fragmento del texto “¿Dónde está el amor?” de su libro Lo incierto (Ediciones Paco, 2021).

Notas:

[1] Lacan, J. (2011). El seminario VIII: La transferencia. Bs. As: Editorial Paidós. Pág. 67.

[2] Ibid, Pag. 71.