La escritora catalana Irene Solà lleva la poesía en su sangre de narradora con dos novelas de una belleza extraordinaria: Los diques (Alto Pogo) y Canto yo y la montaña baila (Anagrama), que presentó en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires junto con Mariana Enriquez. Las voces y las palabras, la música que genera esta poeta y narradora cuyo apellido significa “un lugar soleado”, combinan tristezas y melancolías. “Me interesa mucho la poesía y el lenguaje, la manera de decir y las posibilidades de las palabras y la imaginación”, cuenta esta joven escritora que nació en Malla, un pequeño pueblo de Cataluña de 260 habitantes que dejó a los 18 años para estudiar en Barcelona. Después vivió en Reikiavik (Islandia) y más tarde se instaló en Brighton y Londres, hasta que decidió volver a ese pueblo en donde nació hace 31 años.

Solà vivía en Londres cuando escribió Los diques (2017), con la que ganó el premio Documenta y fue traducida al castellano por Paula Meiss, y Canto yo y la montaña baila (2019), novela que cosechó tres reconocimientos: el Premio Llibres Anagrama, el Premio Núvol y el Premio Cálamo Otra Mirada, y fue traducida por Concha Cardeñoso Sáenz de Miera. “En Londres descubrí que escribir era lo que quería hacer”, reconoce la escritora que estudió Bellas Artes en la Universidad de Barcelona y Cine y Cultura Visual en la Universidad de Sussex y es autora del libro de poemas Bestia, publicado en 2012. Hace cinco años surgió la idea de escribir Canto yo y la montaña baila, una novela polifónica y con altas dosis de poesía que despliega 18 voces humanas y no humanas. Solà consigue que hablen hasta las placas tectónicas, los hongos y los corzos (un animal parecido al ciervo) porque narrar para ella es como un prodigio literario donde todas las voces están permitidas y solo se necesita descentrar la mirada y volver a preguntarse sobre cómo escuchar las vibraciones del paisaje y su gente.

En su segunda novela decidió situarse en el Pirineo Catalán para ahondar en la historia de una familia que sufre dos muertes violentas. “Quería escribir desde la perspectiva de todos aquellos que forman parte de ese lugar, de todos aquellos que viven o que pasaron por allí, ya sean humanos, animales o setas”, revela la escritora catalana a Página/12. Mientras avanzaba en la escritura de Canto yo y la montaña baila se preguntó “¿qué poder tiene aquel que escribe una historia por encima de aquellos que son escritos en la historia? ¿quién ha podido contar su propia historia y quién no? ¿qué voces han sobrevivido y han llegado hasta nosotros? ¿qué voces hemos escuchado y qué ideas y concepciones del mundo hemos heredado? ¿qué voces han sido negligidas?”. Un interrogante sutil hilvana conexiones entre las novelas; es el hilo de ciertas cuestiones acerca de dónde vienen las historias y a quiénes pertenecen.

Malla es más parecido al pueblo de Los diques, novela en la que narra la historia de Ada, una joven que regresa después de haber estado un tiempo lejos de su casa. El paisaje de los Pirineos Catalanes visualmente es muy distinto. “Yo tuve que viajar y hacer investigación sobre el terreno. Creo que era Faulkner que decía que un escritor bebe de tres fuentes cuando escribe: de lo que le ha pasado, de lo que imagina y de lo que le ha pasado a otros y les roba. En Los diques todo el libro reflexiona sobre qué es de Ada, qué es de la imaginación y qué es de los otros y Ada les roba", explica la escritora. "Lo que me preocupa, me interesa y me llama la atención lo investigo; voy llenando una piscina de conocimientos, de información, y voy usando todo eso para construir los personajes. Me ha pasado que algún periodista me ha preguntado ¿quién eres de los 18? Y mi respuesta siempre es yo no soy ninguno, pero a la vez hay algo de mí, una puertecita por donde pude meterme dentro de ellos. Aunque estemos hablando de una seta, de un temporal o de placas tectónicas. Tuve que encontrar esas puertecitas para meterme dentro de estas voces y de esas miradas”.

No es invención de la escritora catalana que uno de los personajes, Cristina, una adolescente de 14 años, encuentre una granada en la montaña. “Quería hablar de la Guerra Civil Española y de la retirada republicana por esas montañas porque es una marca de la historia que aún está allí", plantea Solà. "Si te paseas por el Pirineo aún puedes encontrar granadas, pistolas, balas, cantimploras, latas de comida vacías. De hecho trabajé mucho con Lluís Bassaganya, un gran experto de la retirada republicana que se ha pasado toda su vida con un detector de metales buscando estas cosas. Él tiene cientos de pistolas y granadas y acaba de abrir un museo en Camprodon con el material que ha acumulado. Me interesaba mucho esta idea de la historia dejando rastros físicos en el territorio. La historia de un montón de gente que tuvo que huir de la España franquista en un viaje que fue terrible, muy largo y muy duro, y que no se terminaba al cruzar la frontera porque no encontraron ni un lugar seguro ni acogedor”.

“Hombres repugnantes que matan lo que no se comen. Hombres que lo quieren todo, que se adueñan de todo”, dice el Oso, una de las voces de Canto yo y la montaña baila. “No sé si usaría la palabra animalización, pero me interesa preguntarme por la manera en que los humanos tenemos de mirar, de entender y hasta de clasificar lo que nos rodea. En el arte contemporáneo y en la teoría académica hay una línea de pensamiento que se llama animal studies, que reflexiona alrededor de la mirada con la que los humanos, a quienes nos llaman animales humanos, miramos a los animales, a quienes llaman animales no humanos. En nuestra manera de mirar a los demás estamos diciendo mucho de nosotros mismos”, advierte la escritora catalana.

“Mi escritura parte de una mirada crítica hacia el mundo, una mirada feminista, una mirada contemporánea”, afirma Solà y recuerda que el segundo capítulo de Canto yo y la montaña baila está escrito desde la voz de un grupo de mujeres fantasmas, a quienes asesinaron por brujas. “Para trabajar este capítulo estuve leyendo procesos judiciales por brujería y esos documentos conservados están escritos de puño y letra por unos señores que las torturaron y asesinaron. No hay transcripción femenina y su versión de los hechos está perdida porque las mataron. Eso no se puede recuperar. Mi intención es reflexionar sobre qué ha llegado a nosotros y qué no. El feminismo forma parte de mis intereses como escritora”, concluye Solà.