El arponero                       7 puntos

En djevel med harpun, Argentina/Noruega, 2022

Dirección: Mirko Stopar.

Guion: Mirko Stopar, basado en su propio libro Lars Faen.

Duración: 78 minutos.

Estreno: en el Cine Gaumont. A partir del viernes 6 en el Centro Cultural San Martín y en la plataforma Cinear Play a partir del jueves 12.

Perteneciente a esa clase de documentales que se ven en estado de duda, preguntándose todo el tiempo acerca de su autenticidad debido a la naturaleza inverosímil de algunos detalles, en El arponero el cineasta argentino Mirko Stopar cuenta la historia de Lars Andersen, un cazador de ballenas que llegó a convertirse en un mito en su Noruega natal. No es para menos. Apodado El Maldito, Andersen forjó la fama de arponero infalible durante la era dorada de la caza de ballenas, en las tres primeras décadas del siglo XX. Por entonces Noruega se convirtió en una potencia ballenera trasladando su zona de pesca desde el Ártico, donde los grandes cetáceos ya escaseaban, hasta las aguas vírgenes del mar antártico, al sur de América. Ahí, Lars El Maldito llegó a cazar más de 7 mil ballenas.

El arponero utiliza dos recursos principales para contar la historia de su protagonista. Por un lado, una narración en off realizada en idioma noruego, que va contando la historia de Andersen como si se tratara de una novela. La misma va cambiando su tono conforme avanza. Así, lo que empieza como un relato de aventuras, en el que es posible reconocer muchos y obvios puntos de contacto con Moby Dick, el libro de Hermann Melville, pasa a convertirse en una historia de intriga al promediar, para cerrar a todo drama, casi bordeando la tragedia. Tan efectiva resulta esta narración, que pronto el espectador se ve envuelto por ese espíritu hipnótico que rodea a la tradición del relato oral, antecedente seminal de lo literario. Esta narración, por otra parte, cuenta con el extraordinario apoyo de una serie de imágenes de archivo, algunas de origen documental y otras pertenecientes a películas de ficción del período mudo, que van ilustrando aquello que las palabras hilvanan con encantadora precisión.

Por otra parte, Stopar reúne en Noruega a un grupo de viejos marinos que formaron parte de la última etapa de la industria ballenera, actividad que fue finalmente prohibida en 1967. La mayoría de ellos conocieron a Andersen ya viejo, convertido en leyenda y capitán de modernos buques factoría que, a pesar de la nueva tecnología, no lograban igualar lo producido por las embarcaciones de antaño, que a pesar de su precariedad llegaban a cazar más de 30 mil ballenas al año. Ese grupo de antiguos arponeros se encarga de leer el guión de Stopar, para dar su opinión sobre él. La charla entre ellos, intercalada dentro del relato en off, suma imperdibles anécdotas que le aportan a El arponero el valor agregado de la primera persona. Todos recuerdan a Andersen como un hombre duro, pero justo y, sobre todo, con un conocimiento único de los secretos del mar.

A veces estos hombres se cruzan en interesantes digresiones. Como el momento en el que discuten acerca de las diferencias entre el verbo “matar”, usado en el guion, y “cazar”, al que no solo consideran más apropiado para su viejo oficio, sino menos intimidante. ¿Se trata de culpa acumulada en su memoria marinera? ¿Se sentirán responsables de llevar al borde de la extinción a muchas de esas especies? Con prudencia y sin intervenir, Stopar solo muestra lo que ocurre frente a su cámara.

Pero aun cuando las imágenes y las charlas sobre la vida en el mar resultan fascinantes, no caben dudas de que el texto escrito por el director es el encargado de hacer confluir todo eso y cautivar a los espectadores, como el canto de una sirena. De calidad literaria, el relato aporta unas cuantas imágenes poderosísimas, en las que, a pesar de las anécdotas y las añoranzas, todo aquello tenía mucho de horror. Como cuando afirma que “si las ballenas pudieran gritar, el mar Antártico hubiera sido un infierno”, pero “por suerte la matanza era silenciosa”. O qué “para hombres como Lars Andersen el infierno no es un lugar, sino un estado interno”. A eso hay que sumarle un poco de nazismo por acá, otro poco de peronismo por allá, unas pizcas de Onassis por otro lado, para convertir a El arponero en una película que es imposible dejar de ver.