Data al paso, aleatoria, para kingkones argentinos exégetas y amantes del liberalismo económico inglés. En 1971, la madre patria de tales -o una de ellas, bah- aplicó el "pagame el tributo o te vas" a una de las bandas de rock and roll más importantes del mundo, cuyos discos publicados a la fecha le había proporcionado buenos dividendos: los Rolling Stones. El fisco real cobraba, cobra y cobrará altos impuestos, claro. Y lo hacía, hace y hará en forma, porque tal exporta el librecambio a los kingkones argentinos, pero no lo utiliza en casa, más allá de sarasas varias.

Al cabo, como Mick Jagger, Keith Richards, Bill Wyman, Charlie Watts y el recientemente incorporado Mick Taylor no querían que los librecambistas le “quitaran” su dinero, no pagaron. O se retrasaron. O se pusieron en rebeldía. Y, bueno, el resultado fue el esperado: los limpiaron del Reino Unido. Directamente, entre la policía -que encima los tenía entre ceja y ceja por las drogas- y los reyes de la libertad económica, los limpiaron. Ni siquiera los pudo salvar un príncipe con sangre Rothschild (Rupert Lowenstein) que además de financista de la banda, era amigo personal del cantante.

Tapa del álbum 

Los Rolling Stones cruzaron entonces el Canal de la Mancha, se esparcieron por diversos rincones de Francia, donde cada uno alquiló o compró una casa, y en la más descontrolada -la de Keith, obvio- ubicada en Villefranche-sur-mer, nació un disco que, dada las circunstancias inmediatamente anteriores, posteriores y contemporáneas, se convirtió en uno de los más trascendentes de su historia: Exile on Main Street.

A priori, tal vez resulte una obviedad recordar el porqué del nombre. Pero no tanto, porque además de sentirse exiliados en su propia patria -lo cual era totalmente cierto-, tuvo que ver además con los viajes en lancha que los muchachos solían hacer ladeando la costa francesa, camino al que llamaban precisamente “Main Street”. Es más, tal vez entre esas aguas hayan surgido atisbos, maquetas, bocetos de parte de las dieciocho canciones que porta Exile… (primer disco doble de la historia stonera) y que, en buena medida, han logrado vencer el tiempo. Derrotar los cincuenta años que median entre hoy, y aquellas épicas, ríspidas y alucinadas épocas para la banda británica.

El estudio donde se registraron las canciones fue en el sótano de la nueva y derruida casa del guitarrista, que había sido usada por la Gestapo durante la Segunda Guerra Mundial. Hubo que adaptarlo, claro, y para eso hicieron llegar hasta allí un estudio móvil con todos los chiches de la era, que terminaron entremezclándose, en un todo caótico y confuso, con la oscuridad, las paredes húmedas, el calor, y los cables derretidos que Keith había adquirido también en el paquete.

Imaginar el trasfondo contextual de Exile… implica nada menos que poner a disposición de los sentidos todo ese lío. Los músicos y sus chicas andando por ahí, fumando, aspirando o tirándose vestidos a la pileta. Visitas que caían en tren de joda; John Lennon o el poeta William Borroughs entre ellos. Ingenieros, dealers, groupies, técnicos y asistentes conviviendo entre unas siete decenas de personas. Músicos como Ian Stewart, Billy Preston, Gram Parsons o Jim Price llamados a colaborar en medio de ese delirio. Y una cocina que literalmente voló por los aires, tras un escape de gas.

Y el mismo Keith -que entonces quería que le digan Conde Ziggenpuss-, tratando de “contener” toda esa troupe, aún atrapado por intermitentes bajones de heroína, sustancia que lo tenía mal por esos tiempos, y por la que incluso había estado internado en una clínica de rehabilitación año atrás. Era el mismo Keith ¡en ese estado! el que imponía una rara “disciplina” en los horarios, ante las molestias de Taylor, de Wyman (que solo tocó el bajo en ocho temas) o del propio Jagger, que por ese tiempo se casó con la modelo nicaragüense Bianca Pérez Morena de Macías. La pareja, además, esperaba el nacimiento de su hija Jade, que se produciría en plena grabación de Exile…: el 21 de octubre de 1971. El cantante incluso había ido a buscar la algo de paz a Saint Tropez, bello paraje de la Costa Azul al que los Pink Floyd le dedicaban por entonces un muy buen tema en Meddle, disco contemporáneo a Exile on Main Street.

Buena parte de ese desorden, de esa confusión, impregna al disco. Para algunos, el marco entre reventado y mágico lo transforma en el mejor de la historia de la banda. Para otros,  en uno de los peores. Como siempre, depende dónde se ponga el foco. A los panegiristas de Exile… la razón los asiste si el foco se pone en lo gravitante que es, fue y será Richards en la composición. Varias de las piezas del disco, aunque en los créditos figure en tándem con Jagger, son de él. Y algunas, de enorme factura.

Entre las muy buenas canciones de Exile… cuentan la hermosa “Sweet Virginia”, una de esas indomables baladas country que hacen caricias en la cara tras una paliza; “Ventilator Blues”, con epicentro emocional en el adrenalínico riff de Taylor; la clásica, emblemática y bien groovera Tumbling Dice”; esa otra linda balada soul de extraordinario nombre, “Let It Loose”, cuyo piano pertenece a Dr John; “Shine a Light”; “Shake your Hips”, construida en la major tradición blusera-loopera, línea Slim Harpo-John Lee Hooker; y la embestida rocanrolera conformada por el clásico “All Down the Line”, “Rocks Off” (pese al uso y abuso de saxos que la deslucen al final), “Happy” (cuya voz y afinación abierta pertenecen a Keith) y “Rip this Joint”, vertiginoso y frenético rocanrolazo corte rockabilly agilizado por el piano de Hopkins.

La blusera y antigua “Stop Breaking Down” -dicen que es de Robert Johnson, pero bien se sabe que el tipo le afanaba temas a sus amigos- es otro gran tema del disco, al igual que “Soul Survivor”, pieza a sonido abierto en sol en la que Richards también toca el bajo. Cierra el círculo de las grandes canciones del disco una rara avis en el corpus literario del grupo: la protesta encarnada en “Sweet Black Angel”, escrita por Jagger en honor a la pantera negra Angela Davis: “Tengo un dulce ángel negro (…) sobre mi pared / ella no es cantante / ella no es una estrella / Pero ella habla bien / ¿Tomarías su lugar?”

Del otro lado de la trinchera, el de los detractores -entre los cuales se encuentra el mismísimo Mick-, los motivos pasan por temas realmente flojos, incluso mal grabados, o mezclados, o posproducidos. “I Just Wanna See his Face” debe ser uno de los peores temas de la banda, ya no solo de este disco.

Como fuere, Exile… es la mejor síntesis estética y conductual que la banda dio en su historia, porque Richards -a veces apoyado en Jagger, a veces no- le tiró al mundo con de todo. Country, género que le había inculcado su amigo Parsons a fines de los '60. Blues. Alguito de soul y gospel. Lúcidas y lúdicas afinaciones abiertas. Un volumen instrumental que marcaría el futuro de la banda. Bastante rhythm & blues, balada folk, boogie y, claro, rock and roll en altas dosis, con letras que hablaban de sexo, drogas, juego y chicas, pero ya no en la línea lúdica o festiva del predecesor Sticky Fingers, sino sumergidas en un halo taciturno, bajonero, también capitaneado por Richards.

Otra arista de Exile… que claramente se hizo entre viaje y viaje, fue precisamente el retorno de la banda a Estados Unidos tras muchos años sin poder llegarse a ese otro paraíso del librecambio. Fue allí donde terminó de pulirse la grabación -de mala a regular- que había empezado en julio de 1971, la décima de la historia, tomando la cronología discográfica inglesa, publicada esta vez por el flamante sello propio: Rolling Stones Records. Paradojalmente, se trato de otro exilio obligado, ya que Keith y el resto tuvieron que abandonar la liberal Francia, porque la policía cayó varias veces en la sórdida mansión y en una de ellas la cosa se puso más que fea.

Cosas que pasaban en el loco universo Stone, hace cincuenta años. Y que un álbum único como Exile on Main Street viene a recordar, en otra esfera del tiempo. 

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