Moby Dick fue la película más difícil que he hecho en mi vida” declaraba John Huston en el capítulo de sus memorias dedicado a las aventuras del Capitán Ahab. De la misma manera que Herman Melville había vislumbrado en la lucha de aquel marinero con la mítica ballena blanca la expresión de los límites de su ego, la conquista de una naturaleza esquiva y la lucha con la zona oscura de su propia personalidad, el director de gestas como El tesoro de la Sierra Madre o La reina africana se aventuraba a desafiar las convenciones de Hollywood y filmar la última epopeya que el cine podía regalarle. Mirko Stopar ha descubierto en la historia de Noruega un digno heredero de aquel capitán del ballenero Pequod: Lars Andersen, conocido como “el maldito”. Ese personaje cautivo entre el silencio de la Historia y la fuerza de los mitos emerge en su maravilloso documental El arponero como una criatura feroz y literaria, modelada en un tiempo extinguido, dueña de una historia singular e irrepetible, rival de la naturaleza que fue su víctima y su final verdugo.

El arponero viene a completar la trilogía noruega-argentina integrada por Llamas de nitrato (2015) y Havfruen om Bord (2021), y al mismo tiempo se nutre de una fascinación con cierto imaginario literario que me persigue desde mi juventud, a través de las lecturas de Stevenson, Conrad y fundamentalmente de Moby Dick”, cuenta Mirko Stopar en una entrevista exclusiva con Radar. “Mi descubrimiento de Lars Andersen fue un poco accidental, ya que de él no había ningún material en Noruega, debido a que fue borrado de los libros de historia por su colaboracionismo durante la Segunda Guerra. Empezar a investigarlo me reveló no solamente un personaje novelesco que encajaba en ese imaginario que yo traía, sino también la posibilidad de examinar a través de su historia una industria, una profesión y un estilo de vida que hoy parecen arcaicos, pero que sin embargo están muy cercanos en el tiempo. Como la Falconetti de Llamas de nitrato, Andersen es una especie de fantasma que no dejó absolutamente nada y ese misterio, hecho de ausencias, contradicciones y omisiones, fue la principal motivación para decidirme a contar su historia”.

Lars se lanzó a la mar en su temprana adolescencia, expandiendo los límites de las islas del Ártico que ya no podían contener su sed de aventura. Lo hizo en botes primitivos, luchando con esos monstruos marinos como parte de una leyenda, y cuando en 1904 Noruega prohibió la caza de ballenas en sus costas se embarcó hacia las Georgias del Sur, ese terreno virgen e inhóspito en la otra punta del mundo. Con material de archivo de la época y una serie de entrevistas a viejos arponeros que conocieron a Lars en sus últimos años, Stopar construye su historia como el camino emprendido por la escritura de Melville, que enhebraba la vida del Capitán Ahab con el detalle minucioso de la caza de ballenas en el siglo XIX. “Mientras investigaba para hacer la película surgió la posibilidad de escribir un libro de no-ficción, que se publicó en Noruega en el 2019. Después de esa experiencia ya no tenía sentido hacer una biopic sino otra cosa, algo más amplio enfocado en la industria ballenera antártica, con la historia de Lars “el maldito” como columna vertebral. Me atrae hacer documentales que se puedan sentir como ficciones, integrando distintos materiales, soportes y registros; crear la ilusión de una ficción”.

La historia de Lars asume el mismo arco de la industria ballenera antártica. Su llegada al Sur coincide con el traslado de la caza de ballenas desde los mares nórdicos hacia los territorios más australes. Stopar explora desde los registros gráficos y documentales, con intertítulos al estilo del cine silente, ese encuentro impensado entre los hombres y sus monstruos, entre la codicia de ese capitalismo rugiente y el mar preñado de riquezas. “Se trata de hombres enfrentándose a monstruos, aunque a veces a uno le cueste distinguir cuál de los dos es el monstruo. Accedimos a un archivo increíble, que además de evidenciar este enfrentamiento fantástico, impregna la historia de fantasmagoría. Vemos las imágenes movidas, sucias, deterioradas, diáfanas, y en ellas distinguimos hombres vitales capturados en su juventud y que hoy sabemos que están muertos, y que han regresado como fantasmas por obra de una cámara de cine. La película debía transmitir lo sensorial que involucraba la caza de ballenas, lo extremo de las condiciones climáticas, el peligro constante, y también la personalidad de los balleneros, la obsesión, la codicia, las supersticiones, ese componente Jekyll y Hyde que uno ve al contrastar imágenes de los hombres al partir o llegar arreglados e impolutos, y completamente transformados, desencajados, durante las cacerías en el Antártico”.

Mirko Stopar

Las vidas de Lars parecen haber sido infinitas. Su llegada al mar Weddel, su gloria como el mejor arponero de la historia, sus récords de matanza de ballenas, su grotesca impronta de millonario, su condición de héroe. Pero Lars también fue una mancha negra en la historia de Noruega, escondida en los sótanos de su memoria. Fue colaboracionista con los nazis durante la ocupación, luego asistente de Perón en un sueño ballenero que se diluyó en fracasos, luego en comandante de Aristóteles Onasis en sus caprichos de piratería, por al fin el traidor olvidado, el anciano corroído por la memoria de sus muertos. Stopar capta todas sus aristas, su coraje y astucia, su oportunismo, su tímida consciencia del final de aquella era, con las siluetas de las ballenas que parecían perseguir sus sueños ensangrentados. “Me interesan los personajes complejos y contradictorios y Lars Andersen lo era. El arponero intenta sumergir a los espectadores en la mentalidad de la época, cuando la caza de ballenas no solo era legal sino que para Noruega era una cuestión de identidad nacional. Y retratar no solo los efectos de la caza indiscriminada, sino cómo los arponeros iban dándose cuenta de eso ellos mismos. Me interesa mostrar los hechos y que los espectadores tomen sus posiciones. No quería caer en el panfleto ambientalista”.

Stopar logra captar el momento en el que aquel joven Lars de la isla Sørøya, aventurero y ambicioso, se funde con su leyenda, el arponero feroz de los mares, el verdugo de miles de ballenas, el héroe convertido en demonio. Desmenuzar su legado infame nos enfrenta a su condición de hombre de su tiempo, a su pertenencia a los engranajes de una industria brutal. “Si bien en los tiempos de Moby Dick arponear ballenas era algo más artesanal, mientras que con el cañón con granada que implementaba Lars Andersen la caza devino en carnicería lisa y pura, los dos son eslabones del capitalismo más despiadado. Los dos son reyes caídos en desgracia, convertidos en locos y en trágicos anacronismos. Lo que los vuelve fascinantes es que su oscuridad deja entrever, mal que nos pese, mucho de la condición humana. Al fin y al cabo son nuestros semejantes”.