Natalia Bayona es el seudónimo literario de María Natalia Abdo (57), escritora y psicóloga de la ciudad de La Banda, que presenta su tercer libro, Evans y otros cuentos, el 14 de mayo en la 46º Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Será a las 16.15 el stand de la provincia de Santiago del Estero. El acontecimiento tendría que ser un motivo de celebración para Natalia, y lo sería plenamente si no estuviera viviendo en este momento la situación de violencia y despojo patrimonial que padecen muchísimas lesbianas cuando fallece un ser querido.

“Una lesbiana para vivir en Santiago del Estero, y particularmente en La Banda, tiene que ser muy valiente. Porque una lesbiana está sometida a una serie de presiones, a un constante acoso, que desde temprana edad lo sufrí en mi familia, porque siempre fui la rara, la extraña, la diferente. Y después, en mis trabajos en el área de educación siempre fui combatida, primero porque hacía reclamos en defensa de la niñez, y particularmente de la niñez con discapacidad, de aquel que no puede y no tiene recursos con que defenderse. No he medido las consecuencias en función de defender a los que no pueden defenderse, que son siempre los niños, las mujeres, los vulnerables, los que viven en condiciones paupérrimas, miserables. Esa ha sido mi vida”, cuenta María Natalia Abdo/Natalia Bayona.

¿Cuándo empezaste a publicar como escritora?

-En 2009 publiqué un libro de poemas, Versos locos, con la editorial Dunken. Y en 2018, una novela de género, Estampitas y algunas brujas, y ahora estoy por presentar Evans y otros cuentos. Siempre está dando vuelta la temática de la justicia, del abuso del poder, del control sobre el cuerpo de las lesbianas y de las mujeres, de los niños y las niñas, y de los desposeídos. Y una lucha contra lo que eso representa, que es el capital. En Santiago del Estero soy fácilmente identificada como “la antisistema”.

¿Y ser lesbiana en tu provincia, y en particular en La Banda?

-Es una lucha casi doméstica. En otros momentos fue institucional. Ahora, participando activamente en distintas organizaciones. En este momento estoy pasando por la situación que les ocurre a muchas lesbianas, que es un intento de despojarme de la casa donde vivo con mi esposa.

¿Cómo llegaste a esa situación?

-Después que fallece mi padre, el 13 de junio pasado, nos casamos con mi pareja, Alejandra. A partir de ese momento, mi hermano empezó a poner más distancia de lo habitual respecto de nosotras, y vendió la mitad de la casa familiar. Allí vivimos nosotras dos con mi madre. Al fallecer mi padre, la mitad de la casa corresponde a mi madre y a los hermanos, el resto. Mi hermano vendió a precio vil la casa familiar, sin que hiciéramos antes juicio sucesorio ni división del inmueble. Eso por un lado. Por otro lado, mis primos ya habían vendido, de la misma manera y al mismo comprador, la casa de mis abuelos sin informarme. Esa vivienda tampoco tiene juicio sucesorio.

Es muy habitual que las lesbianas, sobre todo las mayores, sufran despojos cuando fallecen les xadres o su pareja.

-Sí, pero hasta que no te pasa, te cuesta creer que tu propia familia te pueda hacer eso. Mi papá, que era la persona que me amaba y me protegía en este mundo, por supuesto que era machista y patriarcal, pero jamás sintió vergüenza de mí. Lejos de ser mi madre, era mi padre quien me cuidaba. Ahora todo eso se destruyó. Apareció este comprador con su cónyuge y números de DNI, y en el boleto de compraventa me ponen a mí sin mencionar a mi cónyuge y sin DNI. Y todo sin informarme. A todas luces todo esto es ilegal. Pero quiero denunciarlo, para que otras lesbianas estén atentas y no les ocurra lo mismo. Para mí es un dolor muy grande y también me obliga a consultar a un abogado para protegerme. Es cierto que muchas familias esperan estos momentos para atropellar nuestros derechos. Ahora lo sé en carne propia.

Contanos sobre tu último libro, Evans.

-Me interesa desafiar al lector con temas como la infancia malnutrida de afecto. El libro cuestiona la maternidad, la homofobia y la tortura. No es autobiográfico, como lo fue mi novela, pero tiene componentes en función de mi mirada como lesbiana, porque toda mi infancia he tenido que vivir con los ojos puestos encima de mí. Particularmente la mirada cuestionadora y repulsiva muchas veces –así me he sentido- de mi madre, que me insultaba llamándome “clandestina” de niña y adolescente, y yo no sabía qué quería decir con eso. Siempre he sido cuestionada físicamente, por la manera de caminar y de vestirme, en su momento por no tener novio. La literatura me ha servido siempre para abandonar la vida clandestina a la que la familia y la sociedad somete a las lesbianas.

¿Cambió un poco eso en los últimos años?

-La gente joven tiene ahora otra mirada sobre la organización lesbiana de vida, por llamarlo de algún modo. Pero lesbianas de mi edad hemos tenido todo el tiempo que dar pruebas, y aun en la actualidad, de ser inteligentes, talentosas. Incluso tener que dar pruebas de ser humanas, de tener sensibilidad. Todo el tiempo sentí esa descalificación por parte de mi madre como figura preponderante. Y me salva la mirada protectora de mi padre, que no me creía una loca... Y algunas figuras femeninas de mi vida, como una vecina a la que adopté como abuela. Mientras, mi madre buscaba hijas en vecinas, en las trabajadoras que la han cuidado. Mi propia abuela, que falleció con más de 90 años, recién en su último año tuvo una mirada piadosa sobre mí. Y estoy diciendo “mirada piadosa”, como si eso fuera muchísimo.