Todos o casi todos los barrios siempre tuvieron su linyera y Villa Real, por supuesto, también tuvo el suyo. Era un hombre bastante grandote, con una barba muy tupida, pelo largo hasta la cintura, muy sucio, vestido de forma harapienta y al que lo habían bautizado “lechuguita”.

Deambulaba por las calles del barrio y muchas veces se lo veía sentado en la puerta de la panadería, comiendo algún pan que le dieron ahí, y otras se apoyaba en algún árbol mirando al infinito. Solo en los días de lluvia no caminaba por ningún lado, vaya a saber dónde se refugiaba o en qué lugar dormía.

“Lechuguita” era una leyenda en la zona, hasta le tenían cariño y como toda leyenda tenía una historia atrás. Según dicen, era un famoso médico que había operado él mismo a su esposa. La mujer murió en la operación y el tipo después de ese suceso se volvió loco; muy deprimido y empezó a vagar por las calles sin rumbo.

Esta historia se desvirtuó un poco para los amigos Norberto y el Rafa cuando escucharon de casualidad que en otro barrio, Chacarita exactamente, también había otro linyera que “era cirujano que había operado a su esposa y tampoco la pudo salvar”.

Después empezaron a brotar por todos lados y todos con la misma situación: médico que no salva a su compañera, se deprime, se hace indigente y camina como un paria por las calles.

En muchos lugares se contaba lo mismo, también en Colegiales y en Villa Pueyrredón.

Cierto día, los dos amigos estaban sentados en un bar en Nogoyá y Gallardo y en un momento, del otro lado del vidrio los estaba observando Lechuguita; esta vez se lo veía más sucio que otras veces y con varias moscas volando a su alrededor. Las manos metidas en los bolsillos hacían un ruido metálico como si tuviese varias llaves.

- ¿Para vos este tipo era médico? - Le dijo Rafa a Norberto.

El otro tomó un sorbo de café y volvió a mirar al linyera que no dejaba de mirarlos.

- A lo mejor sí -contestó- ¡Si le cortás el pelo, lo bañas y le pones un guardapolvo blanco puede ser… vos porque siempre estás acostumbrado a verlo así!

El vagabundo estuvo unos minutos parado frente a la ventana del bar y después se fue.

- ¡No creo que haya sido ni médico ni enfermero! ¡Aparte en cada barrio hay uno… un linyera que dicen que también se dedicaba a la medicina… ¿¿¿¡Todos eran médicos!??? ¿No hay alguno que operaba en la bolsa, lo agarró un lunes negro y terminó culo para arriba?

- ¿Sabés quién debe saber la verdad de la milanesa de este sujeto? ¡Don Francisco!

- ¿Don Francisco? ¿El viejo de Tinogasta?

- Sí, sí… tiene como mil años y conoce la historia de todo el barrio, seguro que también conoce la de este… al menos para sacarnos de la duda si era médico o no le podemos preguntar mañana.

Al día siguiente, estaba muy nublado, pero Francisco Arriaga nunca perdía la costumbre de tomar mate en la vereda. El hombre de unos ochenta y cinco años, siempre sacaba su silla de mimbre y se la pasaba mirando la vida, como Lechuguita. Cayeron los dos amigos para preguntarle y sacarse la espina esta, si era o no un galeno el croto más famoso del barrio.

- ¿Qué dice Don Francisco? – lo saludó Rafa - ¡Haga sol o llueva usted siempre firme con el mate!

Le dijo esto como para empezar una simpática charla, aunque al viejo le gustaba hablar con todo el mundo.

- ¡Y sí pibe… si me encuentra la parca, que me encuentre mateando! -contestó.

-Don Francisco… le queremos hacer una pregunta, porque usted hace mucho que vive en el barrio y quizás conozca la historia.

- ¿La historia de quién?

-De Lechuguita…el linyera

- ¿¡Ahhh…de “Tornillito”!?, yo lo conocí siempre como Tornillito, no sé por qué después le pusieron Lechuguita.

-Sí, sí…ese- dijo Norberto- ¿Es cierto lo que se dice? ¿Qué era un respetable cirujano que no pudo salvar a su esposa en una operación? ¿Y por eso se hizo andrajoso y sin rumbo?

Don Francisco tomó un mate de manera muy ruidosa y empezó a hablar

- ¡La verdad que nunca supe quién inventa estas pelotudeces! ¡Vayan a cualquier barrio, incluso a otra localidad de la provincia y van a escuchar la misma cantinela! - dijo un tanto molesto - ¡Es un verso y no sé a quién carajo se le ocurrió! ¡Nunca fue médico ni ocho cuartos!

- ¡Ok, ok…no se enoje, Francisco -le dijeron los muchachos-. ¿Pero conoce la historia de quién era este tipo?

- ¡Obvio! Tornillito, Lechuguita o cómo lo llamen… en una época tenía una ferretería grande cerca de Pedro Lozano y Bruselas y se fundió en el 78’ con Martínez de Hoz. Ustedes eran muy chicos… el tipo se habrá deprimido y se bajó del sistema, vaya a saber.

Tomó otro mate y siguió hablando.

-Aparte… si ustedes son detallistas… ¿No vieron nunca lo que el tipo a veces arroja con furia hacia la calle?

Los hombres se miraron extrañados.

- ¡La verdad que no! -contestó Rafa.

- ¡Clavos y tornillos! Fíjense… por donde el tipo camina, siempre van a ver algunos clavos y tornillos, se ve que le habrán quedado de cuando tenía el negocio y los tira con bronca. Y no es para menos, lo fundió ese ministro malparido del proceso… nada más alejado al bolazo de que era un doctor ¿No?

Los amigos le agradecieron la información al viejo, se fueron al bar al que iban siempre y pidieron dos cafés.

- ¿Le creíste la historia a Don Francisco? –preguntó Norberto-. ¡Este viejo también es medio fantasioso!

- ¡Sí, claro que le creo! Aparte mi papá siempre me decía que ahí había una ferretería, nunca me imaginé que era de este tipo, por lo menos ya sabemos que médico no era.

-Qué se yo… quizás será que yo soy más sentimental y me gustaba más la historia de que era un matasanos.

Le pagaron al mozo, salieron del lugar y se fueron.

Caminando por la vereda, doblaron por Barragán y empezaron a patear varios clavos, tornillos y también algunas arandelas. Doblaron la esquina ¿Y a quién se encuentran? Estaba Lechuguita, bastante furioso, con un clavo grande en la mano, raspando y escribiendo algo en la pared donde se leía: OREJÓN HIJO DE PUTA.

Los amigos siguieron caminando y el Rafa le dijo a su amigo.

- ¿Viste que era cierto?