Durante la semana pasada y, sobre todo, el sábado por la noche Turín se convirtió en la meca de la cultura queer. ¿Por qué? Porque fueron los anfitriones de la edición 2022 de Eurovisión y recibieron a los 46 participantes de los países miembros y a los cientos, miles de fans, en su mayoría queer, que fueron hasta allá para vivir las ceremonias en vivo. Como todos sabíamos desde hacía meses, ganó Ucrania, con una canción realmente olvidable pero con el deseo europeo de darles un apoyo simbólico cuando la atención mediática (y las ayudas económicas) ante la invasión rusa empiezan a menguar.

Aunque inexplicablemente no hubo un homenaje a Raffaella Carrá, la conductora italiana de la gala fue Laura Pausini, ícono gay y muy conocida en la Argentina de los años 90. Junto a ella, estuvo Mika, el cantante británico que dominó las pistas de las maricotecas globales durante la primera década de los 2000 con su Grace Kelly y su Relax, take it easy. Laura y Mika representaron a la nostalgia, ese elemento cada vez más preponderante de la cultura pop, y fueron los encargados de imprimirle ritmo a una ceremonia que no fue tan ágil, al menos para el paladar argentino.

La Pausini vivió un momento de zozobra al aire cuando el representante de Israel, Michael Ben David, subió hasta el escenario para darle un beso en la mejilla… ¡mientras estaba al aire! Ese momento de cholulismo le valió nada más y nada menos que la descalificación del concurso. Para el público israelí, la ofensa fue todavía mayor: no solamente fue la primera vez en muchos años que no llegaron a la gala final (en un país con cuatro medallas es doloroso) sino que además el candidato que llevaron este año los hizo pasar un papelón. A Michael mucho no le importa, porque su canción I.M va a sonar en la Marcha del Orgullo de Tel Aviv dentro de unas semanas, y porque unas horas antes de volver con la frente marchita a su país, se dio el gusto de pedirle matrimonio a su novio de hace cuatro años. Con un video filmado en Instagram y antes de su presentación, claro. El compromiso nupcial ya nació con unos clicks debajo del brazo.

El otro candidato gay, el australiano Sheldon Riley, no fue ni descalificado ni nos hizo quedar mal, pero se lo pudo ver algo triste al ver los pocos votos que obtuvo. En la final, cada uno de los cantantes se presenta ante el escenario, canta en vivo y luego se somete a una votación doble, del jurado (un comité por país) y del público, que vota en una app. Sheldon cantó sobre el valor de ser diferente y sobre el bullying que sufrió durante su infancia. Vestido de encaje, las manos con más anillos que la Chiqui Legrand y una máscara de terciopelo que le cubría el rostro, abrió su corazón. Pero los europeos le dieron la espalda.

Tampoco les fue muy bien a las representantes islandesas, el trío de hermanas Systur. Una de ellas es lesbiana, la otra tiene un hijo trans y las tres están muy comprometidas con la diversidad sexual en su país. Sin embargo, no llegaron a estar siquiera cerca de la pole position. Desde hace décadas, Eurovisión es considerado el cenáculo de la cultura queer del norte. De allí surgió ni más ni menos que ABBA en 1974, ganó Conchita Wurst en 2014 y Dana International en 1998, se presentó Madonna en 2019…y la lista podría seguir hasta el infinito. Entre las tomas que hacían los directores de la multitud en Turín, se podía ver a muchas parejas gays besarse y abrazarse con las banderas de sus respectivos países. Y muchas discotecas del mundo, de Buenos Aires a Sydney, hicieron fiestas temáticas esa misma noche.

“Gracias a su enorme base de fans, Eurovisión sigue fuerte después de más de medio siglo y sigue siendo relevante para las audiencias queer”, escribió Tina Rosenberg, académica, queer y fan de Eurovisión, en un paper publicado en 2020. En el concurso, argumenta, “las interacciones queer están basadas en una combinación de lo kitsch con lo camp, una forma estética y una sensibilidad que a los aficionados les gusta por su ironía y sus desafíos a lo que se considera buen comportamiento o buen gusto”.

En otro artículo académico, Catherine Baker dice que el festival de la canción es una suerte de Olimpíadas Gay porque a lo largo de los años ha sido un espacio de visibilidad y socialización para personas gay, lesbianas y transexuales, aunque no tanto bisexuales. Y no sólo eso, sino que no se puede pensar en el estudio de las relaciones internacionales queer teniendo en cuenta sólo a los Estados nacionales o a la Comunidad Europea: hay que incluir a Eurovisión en el análisis para entender los flujos de intercambio queer en el Hemisferio Norte. Mirá todo lo que puede haber detrás de una canción pop.