Literalmente, “excéntrico” es lo que está fuera del centro. Ateniéndose a la etimología, todos los cineastas argentinos lo son, ya que a diferencia de otras cinematografías (la estadounidense, notoriamente; también el mainstream coreano) no hay un centro en el cine local, sino más bien tendencias dominantes, que varían de un período a otro. En este sentido, el debut --o los debuts-- del prominente teatrista Mariano Pensotti puede(n) considerarse excéntrico(s) en relación con las distintas corrientes del cine de autor local de los últimos 20 años. Por varias razones. La primera de ellas es que el autor de El pasado es un animal grotesco y Arde brillante en los bosques de la noche no debuta en cine con una película sino con una trilogía fílmica, lo cual es francamente inusual. La segunda, el acentuado cosmopolitismo: de las tres películas una transcurre en Buenos Aires y las otras en Bruselas y Atenas, interpretadas por actores de cada país en sus propios idiomas.

La tercera razón, y la más significativa, es que Pensotti no adhiere ni a la corriente minimalista que predominó en el cine argentino desde mediados de la primera década de este siglo, ni a la autorreferente, que la sucedió hasta el presente. En términos de puesta en escena y de acuerdo a lo que muestra este tríptico, el cine de Pensotti se muestra afín a formas clásicas de representación, mientras que en lo temático tampoco se perciben afinidades con el resto del cine independiente argentino contemporáneo. Una última excentricidad del autor, ahora en relación con su origen: salvo algún pasaje muy puntual, El público, tal el título común, se atiene a un lenguaje e inquietudes específicamente cinematográficas, sin rastros teatrales. Con resultados variados.

A lo que sí responde la triple ópera prima del autor de La marea es al aserto que señala que todo film en episodios --los tres lo son-- suele verse signado por un grado de irregularidad. Un axioma que difícilmente falle, y que vuelve a verificarse aquí. Los 28 episodios de las tres películas se atienen a un principio común: todos ellos giran alrededor de una obra de teatro que los personajes ven pero el espectador no; obra cuya trama va tomando cuerpo de episodio en episodio, gracias al relato que cada uno de los asistentes hacen de ella a un tercero. Una vez que esa constante ha quedado clara, el espectador sabe que en cada episodio ocurrirá lo mismo, lo cual puede implicar que lo que en primera instancia era sorpresivo se convierta en un retintín. Algo trabajoso, además, en algunos episodios.

Filmada a lo largo de un bienio (2020/22), la trilogía va de mayor a menor. Este crítico considera --no por una cuestión de chauvinismo, queremos creer-- que la primera, la filmada en Buenos Aires y que lleva título en castellano, es la mejor de las tres. Seguramente por su destaque como dramaturgo, Pensotti puede darse el lujo de contar con un elenco integrado entre otros por Luis Ziembrowski, Diego Velázquez, Juan Minujín, Lorena Vega, Susana Pampín, Pilar Gamboa, Agustina Muñoz, Javier Drolas y Walter Jacob. La cosa empieza con la vara alta, con el corto (así los denomina el autor en los títulos de crédito) interpretado por Ziembrowski y su hijo Antonio, que hacen de padre e hijo. Ambos son actores de lo que en tiempos de la Organización Negra se llamó “teatro de operaciones”, y la acción que están ensayando remite de hecho al espectáculo más famoso de aquel grupo teatral de riesgo: el que montaron (literalmente) en el Obelisco. Con gran estilo pero absolutamente sobrio (ambas, características de todos los cortos de toda la trilogía), Pensotti filma durante menos de 10 minutos los cuerpos de los actores, las cuerdas, el esfuerzo, la transpiración, la dificultad física del padre aparejada por los años, el reencuentro entre ambos y el paso del tiempo, manifestado en un detalle que es un hallazgo: en la primera versión, aquél hizo del joven, ahora hace del viejo.

Aparece allí uno de los motivos más recurrentes de la obra del autor: la relación entre lo real y la ficción, entre lo inventado y lo biográfico. Abundan a lo largo de los veintiocho “cortos” (los de la “versión Atenas” constan como “historias”) los personajes-actores, los sitios y calles reales, las referencias a la vida del autor y/o de los actores, a la propia vertiente del Biodrama, a la realidad del mundo y la de la representación (sobre todo en esta sección argentina, Pensotti se muestra capaz de algo que no a cualquiera se le da bien: filmar al actor como un cuerpo real, material, vivo). Otros episodios destacados de El público (la segunda y tercera “versiones” se llaman Le public y The Audience), que transcurren íntegramente en las cuadras de la calle Corrientes que van del Teatro San Martín al Obelisco, son aquél en el que Juan Minujín visita en el pabellón de Oncología de un hospital a un viejo amigo (que son dos y uno al mismo tiempo), uno en el que Agustina Muñoz revive el recuerdo de sus padres (una autorreferencia del autor, que ya estaba en su obra Cuando vuelva a casa voy a ser otro) cuando encuentra una caja con literatura de izquierda y una pistola en el departamento que acaba de comprar junto a su marido, y el de un pibe villero al que le “venden” la pelea de box que podría consagrarlo.

Le Public, en Bruselas. 

Algunos “cortos”, tanto de esta primera película como de las otras dos, funcionan como cuentos, con una estructura narrativa en tres actos, mientras que otros prefieren ser esbozos o pinceladas. Entre estos últimos, el de la asistente a un taller de teoría teatral que dicta el crítico Jorge Dubatti, el del fotógrafo y el delivery boy que se reencuentran para sacar fotos de modelos que reproducen fotos de los muertos durante la rebelión popular de diciembre de 2001 (otra interconexión entre ficción y realidad) o el de una inmigrante china que tras una discusión con su marido hace una extraordinaria sesión de danza con espadas, en su estudio. La tónica es mayormente realista, tanto en lo que hace a la relación con lo real como a la impresión de realidad producida por esas presencias corpóreas mencionadas. Pero en ocasiones se vuelve algo más descabellada o tal vez forzada. Como el corto en el que Lorena Vega, hija de una mujer asesinada durante la última dictadura y actualmente directora de cine, cita como extra de su película al hombre que asesinó a su madre, o el otro en que Walter Jacob y un grupo de vecinos con buenas intenciones le “roban” a la policía un hombre negro al que están apaleando, tras una manifestación (otra referencia a fotos más o menos recientes).

En Le public y The Audience, las sensaciones de artificio e inconclusión se agudizan, en la misma medida en que decrece la impresión de realidad. Tal vez por eso el crítico elige hablar de ésta, la más lograda de las tres, dueña de un estilo tan firme como fluido, cuyo primer referente habría que buscarlo en el cine de Eric Rohmer.

El público, Le public y The Audience pueden verse en forma rotativa este domingo y el 29 de mayo a las 18, 20 y 22 hs. en Malba Cine, Avda. Figueroa Alcorta 3415.