En una casona de San Telmo, Pablo Dacal y su trío de guitarras (Sleiman-Guerra-Semmartín) vuelven a grabar el cancionero federal creado por el poeta Héctor Pedro Blomberg y el guitarrista Enrique Maciel que el cantor Ignacio Corsini expandió con su voz. En plena pandemia, un repertorio de canciones criollas editadas entre 1929 y 1939 disparan señales, pistas y misterios de la vieja Buenos Aires. Un cancionero que Blomberg y Maciel centraron en la época de Rosas, en días de enfrentamientos entre unitarios y federales, para contar historias de mujeres heroínas y amores furtivos. Corsini interpreta a Blomberg y Maciel, dirigida por Mariano Llinás, es una aventura audiovisual y musical que busca volver a poner en escena la obra y la figura de Ignacio Corsini (1891-1967), apodado El Caballero Cantor.

Contemporáneo de Carlos Gardel, el nombre de Corsini no tuvo la misma trascendencia que el Zorzal Criollo y, según Dacal, “el pueblo ha dejado de oírlo”. El disco que recrean fue editado en 1969 y reúne un repertorio de canciones (vidalas, estilos, milongas), entre las que se encuentra “La pulpera de Santa Lucía”, un precioso vals que Corsini popularizó con su voz. Acompañado por un trío de guitarras, el trovador Dacal interpreta estas canciones desde su territorio, sin intentar ponerse el traje de Corsini ni mucho menos buscando la imitación. El film, por momentos, incorpora elementos del videoclip, pero siempre le da curso a una historia superior más allá de las canciones. De este modo, la cámara registra el proceso de grabación y deja ver al espectador la cocina de la cosa: una guitarra que acelera su pulso para entre en el tiempo de la canción u otra que pide cambiar de tonalidad.

-¿Cómo fue el trabajo de investigación y realización de la película junto a Mariano Llinás y a Agustín Mendilaharzu? ¿Fue un proceso intenso o en verdad es el resultado de años y años de pensar y discutir la obra de Corsini?

-La película no tuvo una preproducción específica, la fuimos haciendo durante estos diez años de conversaciones. La investigación fue parte de lo que se puede ver en cámara: la interpretación de las canciones y la discusión sobre lo que dicen los versos, las melodías y sus detalles, así como las salidas a la calle para buscar libros o descubrir pinturas que ilustrasen algo de lo que estábamos hablando continuamente. Filmamos la grabación del álbum, vimos lo que había, empezamos a mezclar el sonido y Mariano empezó a construir la película mientras seguíamos filmando. Con ese vértigo fueron apareciendo las escenas, el tono, los momentos de mayor quietud o movimiento, y en el montaje terminamos de entender la película que él estaba escribiendo y entre todos estábamos haciendo, mientras seguíamos adelante.

-¿Cómo encontraron el tono de la película? Porque hay una mezcla de elementos del documental y de la ficción propiamente dicha. Y el enfoque, además, no es solemne, sino descontracturado, cotidiano y a veces cómico.

-El tono es cercano al de otras películas de El Pampero, que trabajan desde hace tiempo en ese borde impreciso entre lo documental, la ficción y la fantasía. Es una apuesta por lo imprevisto con la que me siento totalmente a gusto: armamos un dispositivo narrativo en el que hay algo de nosotros, de cada uno, que cumple una función determinada sin clausurar las posibilidades de la ficción. Todo eso que pensamos y decimos está en nosotros, sin dudas, solo que organizado de otra forma: las posiciones de las ideas están más claras, por ejemplo, para una mayor comprensión de lo que se está contando. Por lo demás, nuestras conversaciones son siempre más o menos así, entre la embestida y la gracia. Nos gusta bromear, no vamos a negarlo. Entonces, yo creo que la película es una comedia y a la vez un musical, aunque unimos esos dos términos de un modo distinto al habitual. Y es a la vez una celebración de la persistencia en nuestras obsesiones, ya sean las canciones de Corsini o las historias del siglo XIX.

-¿Por qué les interesó recrear puntualmente este disco de Corsini y desmenuzarlo a través de un abordaje histórico?

-Porque es el cuerpo central de su obra, por el que algunos lo recuerdan, que nosotros conocíamos al detalle. O eso creíamos: el resto es lo que puede verse en la película. En este álbum, nosotros vemos un “arte de narrar” singular: la crónica de una serie de mujeres, hasta entonces anónimas, que a pesar de llevar la tragedia de la historia como telón de fondo no son mostradas con una intención didáctica, ideológica, sino que son contadas en una serie de estampas sobre el arrojo de la pasión y la valentía del amor. Como si se tratase de una saga de 8 capítulos que, con 30 o 40 versos cada uno, pudiese contar las aventuras y desventuras de los amores furtivos entre unitarios y federales. Eso merecía, por lo menos, una película. Porque además aquí partimos, admitámoslo, de un equívoco sorprendente: el Cancionero Federal pone habitualmente a circular, en quien lo escucha, una idea de celebración federal. Y la figura de Rosas se viene asociando, en forma asombrosamente banal, a las nuevas militancias. Por ende, para la escucha rápida y ociosa de nuestra época estas canciones parecerían ser una reivindicación de las militancias populistas. Y esto no es así: hay una complejidad muchísimo mayor en estas canciones que pone en jaque a la militancia del blanco y negro para la que todo se resuelve con una mirada cómplice.

-A través de la dupla compositiva de Héctor Blomberg y Enrique Maciel, Corsini elevó estas obras con su interpretación. ¿Fue un desafío volver a ponerle voz -tu voz- a estas canciones, acompañado por el trío de guitarras?

-Un desafío absoluto. Una salvajada. Me preparé y estudié para salir airoso y estar a la altura de las circunstancias, pero nunca busqué prestarme a las comparaciones: la voz de Corsini y el sonido de aquellas guitarras están para nosotros en la cima de la expresión musical argentina. Volver a cantarlas y a tocarlas, entonces, solo nos dio la posibilidad de decirlas en alta voz. Y al decir, claro, ya tenemos una voz propia.

-La intención de la película, más allá de rescatar a Corsini, ¿fue también una forma de retratar una mirada de la ciudad y una época a través de un disco?

-La intención fue desarmar las canciones verso por verso, hasta entenderlas por completo. Nos apasionan las canciones y ese es el entusiasmo que queremos transmitir. También nos interesan la ciudad y sus historias, por supuesto, pero todo lo que se presenta al espectador es lo que esas canciones ya estaban diciendo. Las heroínas y los escenarios de la ciudad son importantes, pero creo que nunca pensamos en retratar nada sino en utilizar lo que teníamos a disposición para que la película pudiese al menos rasgar los misterios de la fantasía. El resto, la cartografía, es parte de los recursos con que investigamos todo lo que ya no existe.

-Este film -así como el libro Por qué escuchamos a Ignacio Corsini (Gourmet Musical, 2021)-, ¿es una manera de poner a discutir su obra y su figura con el sentido cultural de este tiempo?

-Sí, es eso, pero además es una manera de promover el entusiasmo por algo que verdaderamente nos apasiona, como una posibilidad vital y necesaria del carácter, en un tiempo en el que las relaciones parecen teñidas por la tibieza y la falta de compromiso. Creo que una figura como la de Corsini, que se aventuró en diferentes lenguajes sin perder la singularidad ni la gracia, así como se dedicó a moldear su obra hasta en sus mínimos detalles, como un orfebre, tiene algo para decir a estos tiempos del éxito rápido y fácil.

* Corsini interpreta a Blomberg y Maciel se exhibirá este domingo 22 a las 21. Y el martes 24, jueves 26 y viernes 27 a las 18 en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530).