La cama. El estudio de grabación del nuevo álbum de Lykke Li fue la cama. Y tiene lógica: en la cama dormimos, en la cama tenemos sexo, en la cama soñamos, pensamos, lloramos. En la cama pasamos un tercio de la vida. En la cama -a veces- morimos. En ese espacio liminal, en esa zona de pasaje donde conviven el principio y el fin de casi todas las cosas, Lykke Li produjo y grabó los ocho temas de EYEYE, un disco unido por un hilo tan íntimo como el hábitat en el que se gestó: el amor roto.

No hay lugar en la habitación de esta cantante sueca radicada en Los Ángeles para otras obsesiones. Fuera del perímetro queda la estética menos taciturna que abrazó en el pasado: aquí no hay rastro del espíritu de I Follow Rivers, el hit con el que alcanzó estatus de estrella, ni de la ironía goth pop de Sadness Is a Blessing.

Todo lo contrario: EYEYE, explica la autora, es la disección de un amor que contemplamos directamente desde la escena del crimen. Frente a la fábrica de nostalgia y reflexiones sobre la fama en la que se transformó el mainstream -no hay popstar hoy que no toque esos temas-, Lykke Li dice melancolía, dice corazón roto, dice hago lo que quiero.

--¿Qué historia querés contar con este disco?

--Como siempre, quiero contar la verdad sobre lo que siento. Cada álbum para mí es casi un diario íntimo.

--La complejidad de las relaciones humanas es uno de los temas centrales. ¿Te cuesta el amor?

--Encuentro difícil la lucha del amor. Tuve relaciones hermosas, claro, pero nunca compongo cuando estoy en las partes lindas y felices de una relación. Lo hago en los momentos difíciles del amor, en los momentos de conflicto. Creo que las mejores canciones del mundo son baladas tristes de amor.

--En Carousel comparás estar enamorada con la sensación de estar drogada en una calesita. ¿El amor es una adicción?

--A veces: estuve en vínculos buenos y malos, saludables y enfermizos. El amor es una droga muy fuerte, y los químicos que libera el cerebro cuando estás enamorada son los mismos que cuando tomás otro tipo de drogas. Mientras escribía el álbum, viví el amor como una adicción. Sabía que me hacía mal, pero no podía salir de ahí.

--¿Y el dolor?

--Las personas repetimos patrones y buscamos lo familiar. Creo que el dolor se puede volver habitual y ser un lugar en el que te sentís cómoda después de convivir con él durante mucho tiempo.

► Extranjera en tierra desconocida

Lykke Li sabe de dolor. En 2016, con cuatro discos editados y tras anunciar un hiato en su carrera, el dolor le perforó los huesos y borró todo lo demás: murió su madre de cáncer cerebral, terminó una relación de diez años con su sello discográfico y se separó de su pareja, el productor Jeff Bhasker, todo mientras cursaba un embarazo. Fue en esa época cuando recurrió a la terapia psicodélica, un tratamiento psicológico que incorpora el uso de drogas alucinógenas.

"Definitivamente lidié con la depresión en mi vida. Ya no estoy deprimida, pero ahora, cuando aparece la felicidad… Es un sentimiento tan nuevo que me asusta. Me da miedo perderlo", comparte. Esa aproximación a la felicidad -ajena, contradictoria, como una extranjera en tierra desconocida- se manifiesta en temas como Happy Hurts: "Me pasás por al lado / Un Chevy plateado / La felicidad duele / El verano quema", canta Li, con la voz distorsionada por un eco licuefacto que derrite las palabras.

--¿Componer te ayudó con la depresión?

--La música me dio la vida entera, me trajo mi carrera, el lugar en el que vivo y las personas que conocí a lo largo de este viaje. En cierta forma, si no fuera por la música, simplemente estaría deprimida.

--Las drogas son una parte metafórica de tus canciones. ¿Con qué drug trip asociarías EYEYE?

--Estoy familiarizada con los psicodélicos así que la relación entre las drogas y mi música es metafórica y metafísica al mismo tiempo. O sea, podés drogarte y escuchar este álbum. De hecho, te aliento a que lo hagas, sería buenísimo.

--¿Con qué?

--Para este disco: psilocibina vía hongos, o MDMA. Podría ser una experiencia hermosa.

--EYEYE evoca imágenes concretas: autopistas, hoteles, cigarrillos. Hay algo muy poético en esas escenas, ¿no?

--Supongo que mis canciones son mi intento poético. Quizá mi composición no sea tan evolucionada como la poesía per se, pero siempre trabajé con palabras y espero algún día poder escribir una canción perfecta. Un poema perfecto.

--¿Por qué lo compusiste en tu habitación?

--Quería que el público sintiera que está en la cama conmigo, en la escena del crimen. Quería registrar el ambiente, el espacio y los sonidos; quería que esté todo al desnudo, que fuera minimalista, crudo e íntimo. Así que ése fue el método.

► Transición, reflejos y muertes

El método: no hubo auriculares, no hubo metrónomo, no hubo instrumentos digitales. Cada tema se registró en una sola toma. Li asegura que grabó las voces con un micrófono de 70 dólares, muchas veces en el mismo momento de la composición. Tampoco se eliminaron los ruidos suburbanos -grillos, autos, aparatos eléctricos- en postproducción. El resultado es el sonido de una angustia primitiva, un susurro feroz: "La sensación de escuchar un mensaje de voz en una macrodosis de LSD", señala la cantante.

--¿Es correcto decir que es tu álbum más personal?

--Sí. A medida que envejecemos podemos conocernos más, tanto a los demás como a nosotros mismos, así que ahora sé mucho más sobre mí.

--La habitación es un espacio muy íntimo, donde podés llorar por amor, soñar, despertarte y volver a empezar. ¿Qué experimentás vos con EYEYE?

--Una transición hacia algo más. Estoy segura de que todas las personas de mi edad están experimentando lo mismo: lo difícil es que solía ser tan joven, una popstar joven, y ahora estoy en una fase de transición hacia algo diferente. Nunca creés que ese momento va a llegar, siempre pensás que está lejos, en el futuro. Pero ahí estoy.

--¿De popstar joven a qué? ¿Qué ves, ahora, cuando te mirás al espejo?

--Ahora tengo arrugas en los ojos. Estoy más interesada en las artes visuales, en el mundo del arte, en la poesía. Y menos interesada en permanecer en la industria musical.

--¿Cómo vivís esta transición?

--Por un lado, todo se siente mejor. Mi psiquis, mi vida personal, el ambiente en el que me muevo, mis amigos. Estoy haciendo lo que quiero. Hice lo que quiero, y ahora espero poder seguir creando lo que quiero. Pero también tengo que enfrentarme a la muerte y el envejecimiento.

--¿La muerte? Tenés 36 años...

--¡Ya sé! Pero estoy tan acostumbrada a ser joven. Creo que, sobre todo al ser mujer en la industria musical, busco figuras a las que admirar para seguir adelante. Y ahora, en el lugar que estamos en el mundo, con Instagram, los filtros y todo eso, no encuentro esas figuras en la música. Por eso acudo a las artistas que me inspiran, como Cindy Sherman o Marina Abramović, mujeres que son quienes son por su talento, su libertad y su valentía; no por su aspecto, su edad o su popularidad en el mainstream.

--Tu incursión en el mainstream fue I Follow Rivers (2011), y se terminó de consolidar con so sad so sexy (2018). ¿Querés alejarte de eso?

--Todo cambió desde so sad so sexy. Me movía en una escena totalmente distinta. Además, para ser honesta, todavía estaba en shock por la muerte de mi madre, mi separación y mi nueva vida en Estados Unidos. Fue un paso en falso en cierta forma, pero también me trajo de regreso a casa. Hacer algo así de inesperado te obliga a volver a casa. Con este álbum estoy volviendo a mis raíces.

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