“Estoy a favor de la libre portación de armas, definitivamente”, con esas palabras nos propone terminar la semana de Mayo el diputado Javier Milei. Qué dirían quienes dejaron la vida para darnos un Estado libre, independiente y organizado. Ellos y ellas, a diferencia del diputado, sí tenían claro que lo que querían en estas latitudes era el Estado de Derecho, con imperio de la ley y donde solo las fuerzas profesionales regulares pudieran, en una Patria libre, empuñar las armas.

Libertad no es solamente no depender de una metrópoli. Está, también, íntimamente ligada a la seguridad de saber que quien está a mi lado no me va a herir, ni puede matarme por enojo o por venganza, porque no tiene los medios para hacerlo. Y, que si lo hace, tendrá el castigo que merece para que no se lo pueda hacer a nadie más. Pero ni los hombres ni las mujeres somos ángeles, y existen en nosotros sentimientos innobles, por los cuales podríamos, por ejemplo, matar. Por eso, en su formulación moderna, “Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el territorio es el elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. Lo específico de nuestro tiempo es que a todas las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho a la violencia física en la medida que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del “derecho” a la violencia”, como nos enseñó Max Weber en La política como vocación, ya en 1919. 

Esto quiere decir que solo el Estado puede hacer uso de la fuerza, bajo determinadas condiciones y cuando sus agentes han pasado pruebas de aptitud, y nadie más a menos que lo realice como práctica estrictamente deportiva y en lugares habilitados. En otras formas de organización social, no libres, ni modernas, cualquiera tenía a su alcance los medios de matar a alguien más -recordemos, en la historia y las novelas, la costumbre de “batirse a duelo”- con relativamente escasas consecuencias. Debería enorgullecernos que ya no vivamos más así. En el Estado de Derecho, cualquier uso de la fuerza no autorizado por el Estado es ilegal, y es o bien un homi/femicidio o bien una invasión.

Las consecuencias de la libre portación de armas están a la vista y a la orden del día en las sociedades que la permiten. Esto es así en algunos estados de los Estados Unidos, la consecuencia es que, en lo que va del año, hubo al menos 212 tiroteos en el país del norte. También tienen, en virtud de la libre portación de armas, elevadas tasas de suicidio a ella asociadas: es que tener un arma a la mano no puede sino ser un incentivo para su uso en un mal día. Y por eso es un debate que no puede banalizarse. Hace pocos días vimos que un joven de tan solo 18 años empuñó en Uvalde, Texas, un arma en una escuela contra estudiantes y su maestra, matando e hiriendo a toda una comunidad educativa en un crimen de odio racial.

Mirar al extranjero tiene que servirnos para pensar qué podemos hacer mejor, pero también de contraejemplo. En el estado de Wisconsin, en Estados Unidos, se habilitó en 2011 la portación de armas ocultas, aumentando, con su portación, su uso: mientras que el 62% de los homicidios de 2004 a 2011 fueron perpetrados con un arma de fuego, este porcentaje aumentó al 72% de 2012 a 2019. Además, este aumento en los homicidios con armas de fuego no estuvo acompañado por un aumento similar en los homicidios sin armas de fuego en el estado, lo que sugiere que cualquier cambio que afectó las tendencias de los homicidios a partir de 2011 fue específico de las armas.

En el mismo sentido, la Asociación Estadounidense de Psicología (APA), muestra en un reciente estudio que la prohibición de la portación de armas reduce la violencia, especialmente en situaciones de riesgo como la llamada “violencia doméstica”, o entre quienes ya han mostrado antecedentes violentos.

Cuando el Estado podría haber llegado y no lo hizo, no es un accidente. Es o bien que falló en sus funciones o bien que legisló mal. Porque legislar no es más que ser autónomos/as: vivir conforme a normas que nosotros nos dimos para cumplirlas nosotros, ejerciendo así nuestra libertad. A cada paso que da, Milei desnuda que es reaccionario. Y eso, de nuevo, no tiene nada. Y de defensor de la libertad, tampoco. 

*La autora de la nota es titular del INADI, el Instituto Nacional contra la Discriminación y la Xenofobia y el Racismo.