"Sí, me dijeron que parecía un alias bancario", comenta el artista plástico y arquitecto rosarino Leandro Comba sobre el título de su exposición individual de obras recientes en Diego Obligado (Güemes 2255, Rosario), la galería de arte donde se desempeña como curador. CASA.ATLAS.BALSA puede visitarse de martes a viernes de 16:30 a 20 y los sábados de 10 a 13. Tenía fecha de cierre este sábado 4 de junio pero se extenderá hasta mediados de mes. Con textos curatoriales de Nancy Rojas, Georgina Ricci y Sonia Becce, la muestra reúne tres series nuevas 2D que se conectan, a través de un código QR, a un archivo online donde se muestran los procedimientos utilizados en cada caso.

Podría haberse titulado también "Ceremonia secreta", ya que esta frase fue recurrente en el relato del artista al entrevistarlo en la sala de exposición, que es uno de sus lugares de trabajo y de inspiración para estas nuevas series. Como la poesía, ellas surgen de un puro estar, de un silencio interior. E implican el hallazgo de una nueva poética, en el sentido de un nuevo modo de hacer. Hubo una memoria del hacer que acudió cuando el hacedor hizo silencio ante el presente y esta contemplación hacia adentro repuso el registro, guardado en el cuerpo, de lo que fue confeccionar por primera vez un plano, una maqueta, los ritos profesionales del estudio del espacio habitable. Cada serie de obras fue producida comenzando con un gesto mínimo en la materia. Aprender es, ante todo, aprender un oficio. Todo lo demás es información.

Del estar presente y atento en su propia vivienda y en sus dos lugares de trabajo (la galería y el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario, no lejos de allí, donde también es curador) surgen estos gestos. Comba viene del arte abstracto en una vertiente que podría emparentarse con la Nueva Geometría (Neo Geo), una tendencia de fines del siglo pasado y comienzos de este que recupera elementos no formales tales como el material o el sentido, y se aparta de la abstracción ortodoxa. La vuelta de tuerca sobre la forma abstracta que da Comba en estas obras consiste en obtenerla a partir de datos de la realidad. Pero se trata de datos secretos, encriptados en la materia de la obra. 

Por ejemplo: en Atlas, empezó por copiar los planos de los tres espacios sobre un MDF o material multicapa al que fragmentó en varillas que por error se reordenaron al azar y a las que luego dio vuelta, recomponiendo el plano ya deconstruido tras esa feliz pérdida de control. Para Balsa, construyó sobre esos planos unas tres maquetas a las que luego recortó y reestructuró en una artesanía de taracea, ese encastre perfecto entre teselas de madera que los antiguos ebanistas han logrado en parquets y tableros de ajedrez. Si Atlas sale de un glitch analógico, Balsa se termina pareciendo a algunas pinturas de las que creó en los años '60 Juan Grela, un artista que Comba conocía desde su propio rol de curador de una serie de sus muestras póstumas en la galería donde trabaja. Grela, un modernista, en ese período geometrizaba la información sensible de la realidad, en un equivalente pictórico del realismo mágico. Comba, un neovanguardista del siglo XXI, descree de la vieja matrix sensorial y toma sus datos con otros procedimientos, que se internan en la fibra misma de la materia y manejan una mayor precisión que los ojos; ya dijo hace mucho un filósofo que ellos pueden ser engañados. No se trata de renovar el realismo con estilos más concisos o geométricos sino de trasladar a la obra un nomos, una medición directa y cuantitativa del espacio. La realidad es archivo y éste, a su vez, se configura como materia mensurable. Pero ya sabemos hace rato -gracias a Einstein y a algunos otros brujos más o menos aceptados- que la materia es energía, y el color lo es.

Entonces Comba se sienta en sus ratos de ocio a contemplar cada uno de sus espacios y pinta de memoria, pinta en secreto los colores que le vienen al hacer algo así como leer en su mente la memoria de cada espacio: la galería le depara un azul Grela, un color en el que él mismo decidió pintar aquellas paredes alguna vez. Antes de pintar la tercera serie, armó un juego con reglas que él mismo creó y optó por no trasgredir. Son cuatro planchas multicapa, una fija y tres con un agujero para poder transportarlas en bicicleta. Es la bicicleta donde se traslada "de la casa al trabajo y del trabajo a la casa", como decía un viejo mandato moral. La memoria móvil del cuerpo que se autotransporta en aquel vehículo de tracción a propia sangre también es parte del campo. Pero volvamos a las reglas: cada una de las tres maderas laminadas transportables sólo puede estar en dos de los tres lugares. Está el soporte casa-museo, está el soporte museo-galería y está el soporte galería-casa. Cada uno de ellos fue pintado día a día, en capas opacas que sin embargo no se obliteran del todo, en una suerte de diario íntimo plástico donde cada entrada borra -excepto por unos misteriosos vestigios- la del día anterior. Con disciplina zen, Comba se hace tiempo para hacer arte en sus lugares de trabajo. Trasgrede así el nuevo mandato tácito post-pandémico de trabajar sin parar, "a full". Pero si por trabajo se entiende la obra del arte, él lo cumple, literalmente, "a rajatabla". Lo que por suerte excede todo cálculo es que al mismo tiempo que se cuece la obra de arte sucede ese otro cocimiento, el del conocimiento por vía de la experiencia, la obra magna de la autocreación del propio espíritu o alma en el mundo habitable, instante tras instante.

¿Qué de todo esto llega al público? Habrá que ver... y escuchar. Diego Obligado es una galería donde les encanta contar la historia detrás de cada obra. En este caso además, con previsora precisión historiográfica, Comba registró sus propios procesos creativos en un diario en fotos al que se puede acceder por código QR desde la exposición. Era hora de que la ciudad donde el arte contemporáneo es un mito de transmisión oral entre amigxs (de eso se trata otra muestra que puede verse no lejos de allí, en el macro, donde trabaja Leandro) tenga sus documentales y sus pruebas visuales. El artista como contemplador, documentalista, trabajador, habitante... sí, esto es contemporáneo.