“Somos dos espíritus gemelos”. Así sintetizaba Federico García Lorca el vínculo que lo unió a Salvador Dalí, y que muchos años después sigue escapando a cualquier etiqueta aunque el propio pintor lo haya definido como un “amor erótico y trágico, por el hecho de no poderlo compartir”. La ficción, una vez más, busca indagar en esa historia y reconstruye esa particular amistad en la obra teatral Lorca/Dalí, con dirección y dramaturgia de Martín Barreiro, y la interpretación de Luciano Crispi y Jonathan Di Costanzo.

La cita es los sábados a las 18.30 en el Teatro El Convento (Reconquista 269). Allí, se evocan los recuerdos del poeta granadino y el pintor surrealista que se conocieron en la Residencia de Estudiantes de Madrid en 1923, cuando tenían 25 y 19 años, respectivamente. La relación atravesó tantos matices como altibajos, y se sostuvo hasta 1936, año en el cual el franquismo fusiló a Lorca.

El proyecto de llevar ese encuentro a la escena teatral surgió de un interés compartido entre Martín Barreiro y Luciano Crispi varios años atrás, aunque recién durante la pandemia pudo terminar de concretarse. “Le propuse a Martín retomar la idea porque queríamos contar esta historia de transgresión”, cuenta el actor que asume el rol del artista catalán. “Ambos rompieron con lo establecido, y tenían mucho deseo de cambiar el mundo. Tuvieron una relación donde hubo muchas cosas: admiración, sexualidad y también una conexión muy profunda en la búsqueda creativa, y por eso no podemos terminar de encasillarla en el modo desde el cual hoy nos vinculamos”.

Por su parte, Jonathan Di Costanzo, quien integra la compañía del Teatro El Convento desde hace seis años, se sumó a la propuesta para ponerse en la piel del reconocido escritor. “Lo interesante es que conocemos las ideas y las obras de los protagonistas pero no todos conocen lo que los unió. Juntos vivieron una pasión profunda que trascendió la intolerancia, los prejuicios y la misma muerte. Y a través de esta obra, podemos contar esa amistad que los entrelazó, en una España que vivía momentos y cambios turbulentos”.

Con la música en vivo de Esteban Arce, la dramaturgia se desarrolla en diferentes tiempos e imagina a los jóvenes estudiantes compartiendo veranos en las playas de Cadaqués, y más tarde, ya como artistas consagrados, intentando ponerle palabras a lo que habían vivido. “Los posicionamientos políticos los terminan de separar. Lorca quería quedarse en España, y Salvador se va a París. Ahí, terminó siendo un rockstar para la época y construyó una personalidad extravagante lejos de una España peligrosa. Hay una entrevista televisiva en la que Dalí llegó a decir que Lorca había sido su único amigo. Y cuando ya estaba muy enfermo, se comenta que pedía por Federico. Pienso que existió ahí un amor pasional que no pudo desarrollarse debido al contexto y a las inhibiciones personales, sobre todo por parte de Dalí”, dice Crispi.

La reconstrucción del tiempo histórico y de las personalidades de los personajes se hizo a través de un exhaustivo trabajo de investigación que incluyó la lectura de material biográfico e incluso la correspondencia que los amigos mantuvieron entre 1925 y 1936, y que está publicada en el libro Querido Salvador, Querido Lorquito, de Víctor Fernández.

“Leímos muchos textos y poemas de Lorca, y también vimos videos de la época como algunas entrevistas televisivas que le hicieron a Salvador Dalí y material donde también pudimos escuchar los dialectos que diferencian cada región de España. Y en mi caso, presté mucha atención al acento andaluz para poder abordar la figura de Lorca de la manera más cercana y verídica posible arriba del escenario”, señala Di Costanzo.

“Hicimos una búsqueda ficcional ajustada a la información que se conoce. Y tratamos de encontrar la química entre nosotros, porque eso no podía faltar”, afirma su compañero. “Son personajes que tienen mucha corporalidad, y por eso son teatrales y muy lindos para actuar. Le dimos a la composición un contexto creativo, pero sin el objetivo de hacer imitaciones”.

En la puesta adquiere centralidad el deseo y la atracción que los dos amigos sentían. Algo de eso se intuye en las decenas de cartas que se escribieron, y la ficción no hizo más que sumar las piezas que faltan. Al respecto, Crispi reflexiona: “Hay unas fotos muy hermosas de cuando ellos compartieron un verano en Cadaqués, y eso me lleva a pensar: ¿cuántos amigos hoy, en un marco de heterosexualidad, se animarían a subir a Instagram una foto de ellos con una cercanía que en teoría es para dos personas homosexuales? Creo que la obra invita a repensar eso en tiempos en los que, aun cuando estamos trabajando para aceptar la diversidad sexual y ampliar derechos, también establecemos nuevos límites”.

“El amor entre dos hombres no es algo que nos asombre en la actualidad, pero sí conmueve poder ver esa profunda admiración que se profesaban el uno al otro, algo que modificó hasta la forma de expresar su arte que es lo que hoy los hace vigentes”, analiza Di Costanzo, y Crispi concluye: “Estos grandes genios vivieron a pleno lo que les pasaba, aun con contradicciones. Y las personas que pueden hacerse cargo de lo que les pasa, logran trascender”.