De Trafalgar Square al estadio de Wembley, retumbó el grito de guerra: “El que no salta es un inglés”. Ni el almirante Nelson lo podía creer, desde su elevado pedestal en la célebre columna ubicada en el centro de la plaza. Miles de argentinos en las calles londinenses y en su templo deportivo se animaron a desafiar esos dos símbolos de la flema británica. También los jugadores en la cancha con Lionel Messi como bastonero. Hace cuatro décadas el 70 por ciento de los combatientes argentinos en Malvinas tenía menos de 25 años y se atrevió a mucho más. Combatió con las armas en la mano por una causa que sentía como propia, pero a la que fue empujado por una dictadura genocida y un general que amaba el whisky on the rocks. Esta vez, antes, durante y después de la finalísima contra Italia la escena se había mudado a la capital del viejo imperio colonial. Entre tanta gesta evocada en estos días, despertaba el recuerdo de los colimbas caídos en las islas. Los hinchas cantaron y hasta detuvieron la marcha del clásico bus de dos pisos, el famoso Routemaster de color rojo que entró en circulación en 1954. La fiesta era completa, con los vecinos de Londres como convidados de piedra. La selección jugaba contra el campeón de Europa, pero la rivalidad extra-futbolística con Inglaterra podía más.

Este domingo 5 de junio se cumplen 40 años de los bombardeos argentinos en la batalla de Monte Kent, de la defensa de los comandos de Aldo Rico en la zona, del principio del fin y la capitulación ocho días después. La capital británica tenía por entonces muchos menos habitantes de estas tierras, ajenos a una guerra que percibían lejana. Vivían a la defensiva por las represalias que ya sentían de una sociedad hostil y al mismo tiempo humillada por la recuperación de las Malvinas. Una gala real había prescindido de la interpretación de la cantante y actriz Elaine Page en Don't Cry for me Argentina, del musical Evita.

“Como había que cortar una de las canciones, pensamos que sería una tontería que Elaine la cantara en caso de que se malinterpretara”, dijo Tim Rice, el autor de la letra citado en un artículo del periodista Steven Rattner en el New York Times del 30 de abril del ’82. El cronista recuerda que “se prohibió la comida argentina en los restaurantes de los edificios gubernamentales en Westminster y se eliminó la carne en conserva argentina de los estantes de 500 supermercados. Una licorería en Chelsea tiró por el desagüe su suministro de vino argentino”.

En 2012, treinta años después de la guerra, el gobierno británico desclasificó documentos secretos que probaron cómo Inglaterra había evaluado la posibilidad de no presentarse a jugar el Mundial de España. Esa Copa del Mundo en la que el último seleccionado campeón, dirigido por el Flaco Menotti, debutó con una derrota contra Bélgica (1 a 0 de Erwin Vandenbergh).

El ministro de Deportes inglés, Neil Macfarlane, le había aconsejado a la primera ministra Margaret Thatcher: “Recomiendo no tener contacto deportivo con Argentina a nivel representativo, de club o individual en suelo británico. Esta política se aplica por igual a todos los encuentros deportivos en Argentina”. En la carta escrita el 11 de mayo, el funcionario admitía que había cambiado de opinión después de considerar que eran los dirigentes del fútbol británico quienes debían tomar la decisión de presentarse o no.

“La pérdida de vidas británicas en el HMS Sheffield y los Sea Harriers ha tenido un efecto marcado en algunos futbolistas…” señaló. “Sienten repulsión ante la perspectiva de jugar en el mismo torneo que Argentina en este momento”, agregó Macfarlane. La iniciativa no prosperó porque los ingleses se dieron cuenta de que el campeón mundial del ‘78 no sería presionado para renunciar al torneo. “En este caso, ningún otro país nos seguiría para retirarse de la Copa del Mundo”, le escribió el secretario del gabinete, Robert Armstrong, a la política conservadora días más tarde. Thatcher y los suyos pensaban que de hacerlo, liberarían el camino para que el régimen argentino montara una campaña política en su beneficio.

Inglaterra, además, volvía a un Mundial después de doce años porque no se había clasificado a las Copas de Alemania ’74 y Argentina ’78. De las cuatro naciones que integran el Reino Unido, jugarían en España los ingleses, Escocia e Irlanda del Norte. Ninguna de las tres selecciones se cruzaría con Argentina. No pasaron de la segunda ronda igual que el equipo conducido por Menotti, eliminado en el grupo que integró con Italia – el nuevo campeón - y Brasil. Unidos por su reivindicación histórica sobre las Malvinas y Gibraltar, los gobiernos de Leopoldo Galtieri y su tocayo Leopoldo Calvo Sotelo tenían intereses comunes sobre esos dos territorios. Un boicot británico a la Copa no hubiera progresado.

España se había abstenido de condenar a la Argentina en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, como pretendían los ingleses y Estados Unidos. En Londres la pasaban mal dos ex campeones mundiales del ’78, Osvaldo Ardiles y Julio Ricardo Villa, ídolos del Tottenham Hotspur. El primero abandonó el equipo para irse a préstamo al PSG francés, que en esa época todavía no había sido cooptado por los capitales qataríes. El segundo jugó su último partido en el club londinense el 17 de mayo de 1982, en la derrota por 2-1 ante el Ipswich Town que dirigía Bobby Robson y siguió su carrera en el Fort Lauderdale Strikers del fútbol de Estados Unidos.

“Fueron los años del thatcherismo en Gran Bretaña, un fenómeno que se caracterizó por los vaivenes de la economía, las disputas entre el gobierno y los sindicatos mineros y la actividad incesante del IRA. El fin de esta era consistió en una recesión más profunda aún y en mayores conflictos sociales”, describe en el libro Las invasiones argentinas- nuestros futbolistas en Inglaterra, el doctor en Historia Klaus Gallo, nacido en Buenos Aires y un especialista de la cultura popular que liga a los dos países a partir del fútbol.

Londres fue invadida la semana pasada por una marea de hinchas argentinos. Una avanzada inofensiva que levantó las banderas de Maradona y Messi en donde los súbditos de la reina Isabel perdieron la localía por un día.

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