El boom de contenidos audiovisuales como Heartstoppers nos lleva muy fácilmente a lamentar, mientras nos secamos las lágrimas, “¡estas son las representaciones que nos faltaron al crecer!”. El catálogo de Netflix, por nombrar solo una plataforma, está lleno de películas y series catalogadas como “LGBTIQ+”. En general, se trata de producciones que proponen una imaginación positiva sobre nuestras existencias. También, de producciones que vienen de afuera y no miran de cerca nuestras caras sudacas. Las representaciones que nos faltaron al crecer, en realidad, son las que hablan nuestros idiomas, habitan nuestros barrios y ofrecen un espejo certero a las sociedades que nos templan con su crueldad y su violencia.

Curiosamente, las mejores películas LGBTIQ+ de Netflix son sudamericanas. Me animo a afirmarlo porque pasé las últimas semanas haciendo una barrida exhaustiva de todas las que están en el catálogo. El objetivo: encontrarle otras vueltas al Pride con un top 5 de pelis que todxs deberíamos mirar antes de que termine junio.

Valentina (Cassio Pereira Dos Santos, 2020)

Sin importar la actualidad y la contundencia de nuestras leyes de identidad de género, en todos lados son sonantes las trabas para su plena aplicación. Esto se hace evidente cuando Valentina se muda con su madre a una pequeña ciudad de Minas, decidida a no repetir la incomodidad de su experiencia escolar anterior. Esta vez, en las listas va a ser llamada con su nombre elegido, aunque esto implique conseguir la firma de su padre ausente. La buena predisposición de sus maestros y la calidez de las nuevas amistades le indican a la recién llegada que ¡acá sí! va a tener la vida que merece. Por supuesto, como en la vida no hay cosa cabal, un momento de indefensión alcanza para que la suerte cambie de dirección. El gran acierto de Valentina es el de exponer la fragilidad de las masculinidades que se alzan en nuestra contra, en contraste con la fortaleza de su protagonista y los personajes que la acompañan en su lucha. Hay tensión, ternura y varias escenas que ameritan gritarle a la tele. Obrigadx, Valentina!

Las herederas (Marcelo Martinesi, 2018)

La relación entre Chela y Chiquita pende de un hilo. Acosadas por las deudas, una de ellas debe pasar un tiempo en la cárcel mientras la otra se deshace de sus posesiones más queridas. En medio de semejante desolación, Chela se descubre deseando a una mujer joven. La avidez de ese deseo la lleva de vuelta a los caminos que con Chiquita se habían cerrado. Lo más notable del caso es el modo en que Chela vive su nueva ilusión: con asombro y con torpeza, como quien retoma una actividad que por años dejó de lado. ¿Cómo desea un cuerpo envejecido? Las herederas pone en la mesa este tema del que solemos escapar como si no fuera alcanzarnos inevitablemente.


Retablo (Álvaro Delgado-Aparicio, 2017)

Al desencuentro entre un padre y su hijo, tan típico de la imaginación LGBT, se le genera acá un pliegue y una inversión. Durante los primeros veinte minutos de Retablo, parece que no va a haber más que paisajes hermosos y el deseo —silencioso, innombrable— de Segundo hacia su padre Noé. Pero, de pronto, una imagen chiquita lo altera todo. La historia da una serie de vuelcos demoledores, cuyo efecto tiene mucho que ver con la actuación brillante del joven Júnior Bejar. Retablo fue seleccionada para competir en los Oscars, una carrera en la que, tal vez injustamente, hasta ahora ingresaron pocas películas peruanas.

Una mujer fantástica (Sebastián Leilo, 2017)

Hablando de Oscars, Una mujer fantástica pasó a la historia como la segunda película chilena en haber ganado el premio a la “Mejor película de habla no inglesa”. Marina es una cantante que vive segura en la comodidad provista por su novio Orlando. En la noche de su cumpleaños, un acontecimiento inesperado expulsa a Marina de esa comodidad y le recuerda la hostilidad de la ciudad —¡del mundo!— donde vive. Aun cuando las injusticias que presenta nos cierran el estómago con su verosimilitud, el gran aporte de Una mujer fantástica está en el plano de la fantasía: Marina detenida por la ferocidad de un viento imposible, encontrando catarsis en el baile o cantando como nosotras en cualquiera de nuestros sueños almodovarianos. Dicho sea de paso, la peli puso en el mapa global a Daniela Vega, actriz protagonista, sin cuyo hechizo ni la fantasía ni el horror impactarían tanto.

XXY (Lucía Puenzo, 2007)

El cuerpo intersex desveló históricamente a la comunidad médica. Aficionada a las simplificaciones, esta parece seguir prefiriendo la intervención quirúrgica como método de normalización. Tenemos que preguntarnos por qué todavía nos cuesta tanto imaginar un cuerpo intersex. Tal vez debido a esa dificultad, XXY es una joya que no envejece. Se trata, mirá vos, de una peli que no nos faltó al crecer y que, sin embargo, pocxs hemos visto cuando salió. Alex (Inés Efrón, aplausos y ovación) vive en un pueblo costero de Uruguay junto a su papá (Ricardo Darín) y su mamá (Valeria Bertucelli). Su aparente crisis de adolescencia en realidad oculta el descubrimiento de un deseo que no puede decir su nombre porque no lo tiene. El contacto que entabla con Álvaro (un jovencísimo Martín Piroyansky, mon amour) es tan tierno como inquietante. Casi como la película misma.