Desde París

Este domingo 19 de junio la historia escribió tres capítulos políticos al mismo tiempo: el presidente francés, Emmanuel Macron, perdió la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional: la izquierda, agrupada en la alianza Nupes (Nueva Unión Popular Ecológica y Social), se ubicó como segunda fuerza política y pasó a ser el principal actor de la oposición a Macron con uno de sus más sobresalientes resultados de los últimos años, 140 escaños, y la extrema derecha liderada por Marine Le Pen dio el gran batacazo electoral con su ubicación como tercera fuerza y el mejor resultado de su historia, 90 diputados. El eje presidencial, con una mayoría relativa que oscila entre los 210 y 240 diputados está lejos de los 289 necesarios para adoptar por sí mismo proyectos de ley. 

La dinámica que fragiliza el segundo mandato

El macronismo se encuentra hoy apretado entre una extrema derecha que, con una estimación de 90 escaños, puede formar su propio grupo parlamentario (32 diputados como ocurrió entre 1986 y 1988), interponer mociones de censura (56 diputados) y dirigirse al Consejo Constitucional para impugnar proyectos de ley (60 diputados); y una alianza de izquierda (145, 155 escaños previstos ) entre Francia Insumisa (izquierda radical), ecologistas, socialistas y comunistas que puede ejercer un fuerte contrapeso al poder presidencial. 

En 5 años de presidencia cruzados por la crisis de los chalecos amarillos (2018-2019), las huelgas y manifestaciones contra la reforma del sistema de jubilaciones (2019) y la pandemia (2020-2021) Emmanuel Macron y su poco sólida República en Marcha se vieron absorbidos por una dinámica negativa que va a fragilizar el segundo mandato naciente. En realidad, el macronismo fue devorado por su propia narrativa: hace 5 años, en 2017, dijo: “la izquierda y la derecha no existen más. Aquí está el extremo centro”. En 2022 la hiper realidad le dice: “aquí estamos para controlarte”.

Esta noche había dos ganadores distintivos y un eje perdedor: nadie vio venir a la extrema derecha, pero ésta terminó en una posición decisiva para su expansión futura. La progresión electoral que ha protagonizado ha sido fulgurante: pasó de los modestos seis diputados de la antigua legislatura a los 90 de hoy. Esos porcentajes están por encima de todas las encuestas y astrologías electorales. Las previsiones le anunciaban a Marine Le Pen un abanico que se movía en torno a los 25 y 50 escaños. Marine Le Pen celebró su victoria y reconoció que “este grupo será de lejos el más numeroso de la historia de nuestra familia. Hemos alcanzado nuestro objetivo: hacer de Emmanuel Macron un presidente minoritario”. 

La izquierda cosechó cinco veces más votos que en las legislativas de 2017, lo cual llevó al líder de Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, a decir “es una situación totalmente inesperada, inédita, ¡la derrota del partido presidencial es total y ni siquiera hay una mayoría!" 

Emmanuel Macron salió debilitado más allá de las especulaciones. Varios de sus ministros que competían este domingo fueron derrotados, sea por candidatos de Nupes o por lepenistas y lo mismo ocurrió con figuras históricas del macronismo: Richard Ferrand, el presidente de la Asamblea Nacional, perdió su escaño ante una candidata de la izquierda y el presidente del grupo La República en Marcha (LREM) en la Asamblea tampoco conservará su estatuto de diputado: Christophe Castaner cayó ante otro rival Nupes.

Un panorama desconcertante

El panorama electoral que se desprende luego de este domingo es desconcertante. ”Esto es un infierno ingobernable, un castigo injusto”, murmuraban los diputados salientes del movimiento de varios partidos que respaldan al jefe del Estado (Ensemble). Uno de ellos, deshecho de pena, decía “nadie gana, pero nosotros perdemos”. La portavoz del gobierno, Olivia Grégoire, decía “hemos decepcionado a muchos franceses, el mensaje es claro”’. 

El revés es enorme. Un presidente cómodamente reelecto hace dos meses pierde su mayoría parlamentaria en beneficio de dos fuerzas de oposición radicales y queda así drásticamente limitado para aplicar sus políticas. Macron está entre las partes de dos tenazas poderosas y obstinadas. Ni la extrema derecha, ni una alianza de izquierda como Nupes habían tenido antes un poder tan extenso en la Asamblea Nacional. A su vez, la famosa derecha de gobierno que, junto al Partido Socialista, fue la protagonista de la alternancia en los últimos 40 años quedó reducida a un papel testimonial y de rueda de auxilio del macronismo. Los Republicanos apenas obtuvieron 4,8% en las presidenciales y este domingo las estimaciones le otorgan entre 62 y 68 diputados, un tercio menos que en 2017. Sin embargo, es allí donde se sitúa la salvación presidencial. Los votos de esta derecha tan cercana al macronismo serán determinantes para sacar adelante leyes futuras o evitar que el gobierno quede en minoría.

Lo que los críticos de Macron, tanto dentro como fuera de su campo, venían diciendo desde hace varias semanas se refleja dramáticamente en los resultados de este domingo: el presidente no supo fijar un rumbo claro, no fue capaz de levantar el nivel del debate y borrar esa sensación permanente de ausencia, de impreparación, de que en vez de avanzar esquivaba, desaparecía, se agachaba y no creaba acción y sonido allí donde era necesario. 

El fracaso autoconstruido de Macron

Las dos campañas, presidencial y legislativas, en total 4 vueltas, tuvieron el mismo perfil fantasmagórico: atonía, falta de debates y perspectivas. Macron parecía tan seguro de ganar que no se ocupó de pelear por una victoria que se le fue de las manos en apenas dos meses. Las alegrías de la reelección son ya tristezas parlamentarias.

A su manera sutil, el presidente francés cayó en su propia red. En 2017 fue electo con una retórica “ni ni”, ni de izquierda, ni de derecha. Vendió ante el electorado la idea de que los partidos de la izquierda y de la derecha eran una cosa obsoleta, anticuada, sobrepasada por las necesidades de las gestiones de la modernidad. Macron decretó el fin de la historia ideológica y propuso en su lugar un movimiento político “apolítico”, sin bases ni arraigos y capaz de nutrirse de todos los demás partidos. 

La crisis de la socialdemocracia y de la derecha facilitaron la expansión de esa retórica falsa. Por falta de raíces, de identidad territorial e ideológica, 5 años más tarde esa misma historia lo dejó cautivo de sus voluntades, es decir, de lo que pretendió borrar, la izquierda y la derecha, ahora en sus versiones más fuertes: la alianza Nupes dominada por la izquierda radical de Francia Insumisa y la ultraderecha del Reagrupamiento Nacional. Una mayoría fantasma salió encuadrada, sitiada por dos gladiadores con una larga tradición histórica. Emmanuel pretendió aspirar a la derecha y a la izquierda y acabó cercado por las versiones menos amables de ambas.

Una Asamblea hostil a una mayoría relativa y desmovilizada no augura un mandato estable, menos aún en un contexto amenazante tanto por la pandemia que todavía persiste y aumenta como por la guerra en Ucrania. En un régimen ultra presidencial como el francés, una Asamblea Nacional como la que se esboza conducirá a una práctica muy poco frecuentaba en las altas esferas presidenciales donde se suele gobernar con mayorías absolutas y, si hay problemas, mediante decretos: el consenso, la negociación, la discusión y los pactos no forman parte de la cultura de gobierno francesa. 

Se trata de “una situación inédita” que “representa un peligro para nuestro país”, reconoció anoche la Primera Ministra Elisabeth Borne. Emmanuel Macron intentará gobernar en adelante en estado de sitio. Lo rodean las dos identidades políticas que quiso sacar de la historia y regresaron para recordarle que sin ellas la historia no existiría como tal. Y con él en la presidencia, una de esas identidades, la más destructora de la historia europea, la ultraderecha, volvió con más peso que nunca. El hombre providencial del “extremo centro” reforzó al final los polos más intensos y opuestos entre sí.

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