Podría pasar. En una previa alguien menciona a Jáuregui, otro pregunta quién es, un tercero tira: ¡el de la estación de subte! El primero se queda conforme con esa respuesta y enseguida pasan a otra cosa. En la tele está YouTube a pleno; comentan detalles sobre esa gira en particular de Lady Gaga. De las cabezas sale un humito que termina formando una nube rosa en el techo. Es la nube de la imaginación gay: la diva pop, enorme y unicorniada, encabeza una Marcha del Orgullo. Perdón, una Pride Parade. “Stefani siempre fue así, una rebelda, ella habla por nosotros”, dicen y todas entienden. Están muy informadas porque miraron el documental de Lady Gaga en Netflix. A lo mejor, en un futuro no lejano, alguna va a caer aleatoriamente en otro documental, va a descubrir quién es Jáuregui y se va a sentir zarpada. Con suerte, va a sentir vértigo en su conciencia histórica. Sí, podría pasar. A mí me pasó.

El recuerdo de mi “época gay” me hace pensar en que todas fuimos víctimas de un proceso de deshistorización. Al mercado construido en torno a la libido homosexual no le conviene que miremos al pasado. Ahí se sufrió y quién quiere pensar en el sufrimiento. Tengo la hipótesis de que un gay con consciencia histórica ya no puede ser gay. Deviene algo distinto: marica, loca, mostra; deviene otra. Polemic, ya sé, por eso vine a hablar del tema con un experto.

Rodri Reynal es el creador del canal Historia disidente en YouTube. Para él, conocer nuestra historia “no nos ayuda a predecir el futuro, pero sí a problematizar ciertas cuestiones del presente”. A veces, pareciera que la historización es potestad de los grupos excluidos de la party. ¿Para qué hablar de edictos policiales y cuerpos comidos por la noche sudaca cuando este mes brilla con el glitter de los yankees que inauguraron nuestra rebeldía? Igual que en sus videos, acá Rodri nos ilumina.

¿Somos lxs amargxs que arruinan la fiesta?

—A veces te sentís un poco así y te resuena la vocecita de Mirtha diciendo “estás muy politizada, muy de izquierda”. Hay cosas que nadie quiere escuchar pero tenemos que decirlas. Pero, ojo, no todo es un garrón. Yo trato de ver la historia de las disidencias como una historia de sufrimiento pero también como una historia de conquistas. Trato de ponderar todo lo logrado y cómo gracias a ello hoy vivimos un poco mejor. Lo digo sin ánimo de romantizar o “deshistorizar” en los términos que vos proponés.

¿Estás de acuerdo con la idea de “deshistorización”?

—Sí, considero que hay una “deshistorización” pero no considero que sea un problema solamente gay. De hecho, la mayor parte de lo que se ha escrito sobre historia LGBT viene de parte de autores gays y muchas de nuestras luchas fueron iniciadas o articuladas por homosexuales. Obvio, esto se debe a que vivimos en una sociedad cis y heteropatriarcal. Los varones han tenido históricamente mejores posibilidades de ocupar el espacio público y los gays hicieron uso de este “privilegio”. Digo “privilegio” muy entre comillas; me hace ruido esta palabra en relación con personas del colectivo cuyas experiencias individuales no conocemos. Además, ¿de qué privilegio podemos hablar cuando se trata de un varón gay racializado o un pibe VIH positivo? Yo creo que, en realidad, el problema es más que nada una cuestión de clase.

La fiesta menemista, el estallido del 2001, la revolución cubana y la boliviana más los próceres lgtbiq+ son algunos de los videos que Rodrigo trabajó para su canal de Youtube.

¿En qué sentido?

—Quienes están en una posición más privilegiada tienen menos disposición a cuestionar esa posición. Lxs laburantes no tenemos más alternativa que vincularnos con lo que pasa, no solo en el sentido de la coyuntura política y económica sino en cuanto a nuestra propia historia. De todos modos, considero que las personas que no tienen un interés histórico formado eventualmente terminan ganándolo ante una situación que les demuestra que no siempre anduvimos en este bienestar relativo. Más o menos diez años atrás, estaban vigentes los códigos contravencionales que penalizaban la existencia de las travestis y las personas trans, incluso también la homosexualidad, asociada todavía a la perversión o la pedofilia. ¡Diez años nada más! Es muy importante recordarlo porque esos códigos legitimaron la violencia hacia nosotrxs, no solo por parte del Estado y las fuerzas policiales sino también por parte de otrxs civiles en nuestros trabajos, nuestras casas y en la calle misma. Mirar atrás te revela que no siempre estuvimos igual y que sin duda podemos estar peor.

¿Podemos estar peor?

—Es un riesgo. Lo que estamos viviendo actualmente con el resurgimiento del discurso de ultraderecha es, me parece, una respuesta a todas las conquistas que hemos obtenido y que, en términos históricos, ocurrieron apenas ayer. No puedo predecir qué es lo que va a pasar, pero creo que debe ponernos alerta que ese discurso esté sonando tanto en los medios de comunicación. Por otro lado, sería necesario que nuestros derechos queden garantizados en una mejor versión de la Constitución Nacional, para evitar que el día de mañana alguien, desde su escritorio, pueda decidir el destino de todxs nosotrxs.

¿Por qué lo gay es tan fácilmente relacionable con las clases altas?

—Es un problema de representación. Como vivimos en una sociedad cis heteropatriarcal, los varones gays fueron los primeros en ser vistos como consumidores por parte del mercado. Stonewall surgió como una revuelta de putos y tortas pobres en un barrio marginal de Nueva York y terminó, con los años, transformándose en el Gay Pride que conocemos hoy. En una declaración publicada en el 73, el Frente de Liberación Homosexual ya advertía que algún día el capitalismo terminaría asimilando a los homosexuales. Había que tener cuidado de que las conquistas no se diluyeran en las dádivas otorgadas por ciertos sectores de poder. Evidentemente, bajamos la guardia y ahí lo tenés a Larreta cerrando dos callecitas de Palermo en noviembre y montando un “pride” con una marcada perspectiva de consumo gay.

Todo bien con Stonewall, pero ¿qué acontecimientos locales deberíamos siempre recordar en relación con nuestra historia?

—Creo que la exposición pública de muchxs militantes en las décadas del ochenta y del noventa fueron un hito muy importante. Ellxs rompieron con el ocultamiento. Pienso en Carlos Jáuregui abrazado a un amigo en la tapa de la revista Siete Días, plena década del ochenta, o en Ilse Fuskova sentada en la mesa de Mirtha Legrand y siendo la primera mujer en autopercibirse como lesbiana delante de una cámara de televisión. Pienso en Karina Urbina encadenada en las rejas del Congreso para reclamar por su identidad como un hito fundante de los movimientos trans locales. Esa exposición sirvió para que se potenciara mucho más la organización de la primera Marcha del Orgullo, de la cual se cumplen treinta años el próximo 3 de julio.

¿Siempre tuviste interés por la historia disidente?

—No, a decir verdad tuve mi primer cuestionamiento cuando leí sobre el Frente de Liberación Homosexual en La voluntad, de Martín Caparrós y Eduardo Anguita. Ya había leído un montón de material sobre las décadas del sesenta y el setenta, pero nunca antes una mención sobre el FLH. De ahí pasé a Fiestas, baños y exilios, de Modarelli y Rapisardi, que fue el puntapié inicial en mi investigación. Es un interés personal que no tiene mucha cabida en la academia. No tuve una sola clase sobre historia de las disidencias. La historia hegemónica es cis heteropatriarcal.

¿A qué próceres LGBTIQ+ de acá les harías un altar?

—Conviene recordar que nuestras conquistas son producto de las luchas colectivas y no de las victorias individuales. De todos modos, me parece que está bueno que nos apropiemos de la palabra “prócer” y la asociemos a las personas que visibilizaron y lideraron nuestras luchas. Mi triada de próceres LGBTIQ+ está compuesta por Néstor Perlongher, Carlos Jáuregui y Lohana Berkins. Siento que ellxs fueron lxs que, en momentos muy complejos de la Historia, pusieron el cuerpo cuando muchas otras personas del colectivo no podían hacerlo. También le haría un altar especial a Roberto Jáuregui, porque se animó a hablar de VIH/SIDA en un momento en el que era mucho más estigmatizante de lo que es ahora. Le haría también un altar, ya por gusto personal, a Fede Moura, el cantante de Virus, porque siento que le debemos un montón a su obra.

¿Algo que quieras agregar?

—Sí, que se suscriban al canal de Historia disidente (risas). Hablando en serio, quisiera convocar a todxs a conocer mejor las trayectorias de quienes articularon nuestras luchas. Lo digo, sobre todo, para quienes no estén leyendo esto en una ciudad grande. Es importante que saquemos a la luz la historia de nuestrxs referentxs locales para que no nos falten piezas en el rompecabezas. ¡Y que nos involucremos! Para defender lo conquistado y, sobre todo, para conquistar los derechos que faltan. 

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