Como si fuera una cadena de montaje, una factoría donde la música funciona como una herramienta eléctrica que a pesar de su belleza podría destrozarnos, descubrimos que es en el cuerpo de la actriz donde va a ocurrir el ensamblaje.

La carne que se lleva al matadero del puticlub de Lanús para sacarle todo, para despedazarla entre las miles de pijas que harán uso de ella como un arado que todo lo mata, será el escenario de una vibración sonora. La chica cautiva, atrapada en una red de trata es, en el escenario del teatro, una actriz DJ que, en el tarea de edición que la unión de los diferentes registros musicales y sonoros requiere, será también una suerte de narradora del drama.

Mostrar los procedimientos hace de Beya durmiente una obra que guarda distancia con la crónica de lo que allí ocurre, con la tentación de entrar en la situación desde una empatía sin salida. Victoria Roland, como directora se vincula con el texto de Gabriela Cabezón Cámara con la voluntad de encontrar un equivalente escénico a la factura poética que la autora logró en su novela Beya. Le viste la cara a Dios.

Entonces, si lo que acontece en ese cuerpo que es un atolladero de porongas, de fluidos, de una muerte acompasada por las quince horas de garche diario con los clientes que la convierten en un ser a punto de perderse para siempre, esa voz en segunda persona propone un desdoblamiento. Beya se habla para inventar una estrategia que le permita salir, salvarse y, de ese modo, el personaje que interpreta Carla Crespo hace de su cuerpo y de sus acciones una dramaturgia que tiene en el concepto de edición la guía para pensar su narrativa.

Allí estará ella con su bandeja de DJ y su ropa plateada, como si la escena fuera un show donde se mezclan palabras que rompen la algarabía. A la potencia de cada frase, a la manera brutal, a ese fraseo que parece entrar en la piel y desgarrarla, la actriz se acopla a partir de una interpretación que va mesurando la emoción, que hace de la implicancia un territorio siempre cuestionable. Dosificar cuándo va a involucrarse en el texto y cuándo lo dirá como si todo le pasara a otra, es la clave para entender la actuación, no como un desarrollo de situaciones sino como un arma narrativa, como la posibilidad política de pensar a partir del cuerpo.

La actuación es entendida aquí como una performance, leída desde una lógica de intervención. Lo visual contiene los hechos, como en ese momento donde Beya entra en una cama que es, en realidad, la parte de abajo de su mesa de DJ que la oprime y la deja envuelta en una cueva.

Si Nicolás Bourriaud plantea que la clave del arte de nuestra época está en articular materiales preexistentes y otorgarles usos y combinaciones nuevas, el trabajo que realizan Roland y Crespo podría funcionar como una ejemplo supremo del análisis del crítico francés. Es en la exposición de los procedimientos donde Beya abandona la literalidad para hacer del drama un material sobre el cual impulsar transformaciones. La lógica de performer le da a Crespo un lugar político, de hecho toda la obra podría ser una arenga poética. Pero aquí nadie busca aleccionar, las herramientas de estas mujeres, en la escritura, la dirección y la actuación tienen que ver con la pregunta sobre qué hacer con las situaciones dadas, qué hacer con los elementos y los recursos que tenemos para contar lo que nos pasa de una manera que nos permita sobrevolar la acción, dar vuelta ese odio para convertirlo en astucia.

El distanciamiento está en relación con la decisión de Cabezón Cámara de darle al estilo un protagonismo que permite una conexión con la historia donde el realismo no se concibe como el único camino para llegar a los hechos.

Entender que lo que allí sucede es del orden de la ficción, mostrar el armado para pensar lo espectacular, implica apelar a un público que pueda reconstruir un contexto. Si una identificación absoluta nos dejaría en un lugar agobiante, hacer del texto una estructura donde las partes se desarman y enlazan como si fueran moldes intercambiables, nos ayuda a entrar en la cabeza de la protagonista, a ver la maquinaria que hace posible la explotación.

Beya durmiente se presenta los domingos a las 19 en el Teatro Xirgu UNTREF.