El Chaco Viera se ríe. La selva y el río, las arenas doradas que dan descanso a la corriente, se reflejan nuevamente en sus ojos. No es destino para un baqueano de estas aguas estar lejos de su ambiente, del silencio de la isla apenas interrumpido por el aullido de un carayá o el sacudón bravo de un dorado. Cada tanto, mientras asiste a los kayakistas que recorremos el Alto Paraná maravillados ante tanta inmensidad, saca un cigarro, se descalza y pide a la Virgen de Itatí que cuide a los suyos y le dé un poco más de cuerda. “Lo único firme en estas tierras de esteros, ciénagas y cauces variables, mi amigo, son las creencias”, dice. La fe, profesada de manera significativa a la patrona de Corrientes, al Gauchito Gil y a la propia naturaleza, resignifica en estas tierras, a toda hora, la imprecisa distancia entre lo mítico y lo concreto.

Pablo Donadio
Los kayakistas navegan cerca de la orilla para avistar aves y fauna nativa.

SOBRE EL RÍO El Paraná está crecido y hoy parece más extraordinario que ayer. Desde una orilla se advierte su lomo marrón arrugarse lento pero indetenible hacia nosotros, mientras las barcazas se bambolean al compás contra los juncos. Al otro lado, el horizonte difuso se pierde en la selva paraguaya, repleta de silencios y sonidos salvajes por igual. Más allá de las noticias ligadas al narcotráfico que tuvieron en tapa a Itatí, nuestra ciudad base no le teme a la multitud, y recibe visitas frecuentes todo el año gracias al río y la pesca que permite este gigante. Pero también por las actividades que se desprenden de su maravilloso ecosistema: recreación en playas de arenas finas que forman médanos fabulosos, avistaje de aves y fauna nativa, deportes náuticos y la llegada a islas para acampar y hacer senderismo. 

Asociando algunas de estas características, el equipo de Pura Vida Eco Aventura diseña cada año un par de travesías de varios kilómetros para recorrer las cercanías de Itatí, Ita Ibaté y sus deltas cercanos. En la isla El Caygué formamos el primer campamento y disfrutamos del atardecer sobre los fabulosos médanos dorados, junto la gastronomía regional que sabe de dorados, mandurés y surubíes por igual. Enfrentada a unos tres kilómetros con Yahapé, un diminuto paraje costero, la isla es controlada por la oficina local de Prefectura, que suele tomar nota de los remeros (en este caso nada menos que 14) que seguimos camino a Itatí. Es una de las tantas medidas de prevención, ya que la travesía contempla unas cuatro horas el primer día, otras seis al siguiente y cuatro más para concluir las tres jornadas. Suficiente para sacarse las ganas de remar bajo un cielo azul con nubes cinematográficas que cubren y descubren el río, y disfrutar de inmensos silencios en el interior de la selva, en el camping y sobre el agua misma. Claro que no faltó la presencia de la tan mentada fauna nativa: un par de yacarés al sol, muchas aves y una colonia de monos haciendo de las suyas sobre la boca del riacho Tuyutí. Allí mismo, y sobre la isla Limosna, médanos dorados permiten caminar hasta algunos miradores y usar la elevaciones como trampolines para el chapuzón. Un escenario sorprendente para quien viene de una ciudad o conoce ríos de tamaño estimable, con pocos pero contundentes sectores que hacen sentir la bravura del cauce muy cerca del alma, agasajada siempre por la compañía de los organizadores, la mano experta de los asadores y la adrenalina de la aventura.

Pablo Donadio
Concluyendo la remada sobre el Paraná asoma la imagen de la basílica de Itatí.

DOCE ES MULTITUD Por su soberbia cúpula de 88 metros, sus tres naves y cuatro campanarios, la basílica de Itatí es en tamaño y diseño una pieza única en la región. Pero la presencia de la Virgen no se hace sentir únicamente aquí. Reconocida por sus destinos turísticos tanto en la provincia de Corrientes como en la vecina Misiones, la RN12 oficia de explanada mayor hacia ese altar, y su trazado está en boca de instituciones privadas y organismos públicos mucho antes de julio. Qué hacer, cuántos efectivos disponer y cómo asistir a las más de 350.000 personas llegan cada año para pedir y agradecer a la patrona de esta ciudad, dentro y fuera del santuario en apenas unos días, es tema de propios y ajenos. Y tal es la fe que no sólo de la peregrinación tradicional se trata, sino de pequeños y grandes festejos laterales para homenajear a la Virgen, como la “peregrinación de ciclistas del Mercosur”, que parten de lugares lejanos hasta dar con su imagen. Así, un mundo de devoción se pone en marcha en torno al 16 de julio, fecha a la que se remonta su coronación en 1900 por voluntad del papa León XIII. “La movieron varias veces, pero ella nunca quiso irse de acá. Es una virgencita cumplidora: si le pedís te da, pero después hay que cumplir, por si no, nunca más…  ”, me cuenta Viera junto al altar. El líder de los guías de pesca locales, padre y esposo, pero “ante todo buen creyente”, me indica cómo recorrer esas calles que parecen una colmena aún faltando varias semanas para la celebración. Así, dice, es como se obtiene la dimensión de un pueblo que mira y honra a su Virgen tanto como a su gran río. Ya mucho antes de julio, Itatí se llena de puestos de ropa y figuras religiosas, y los festejos no escatiman en música ni puestos con recetas tradicionales para celebrar la imagen que fue encontrada en el curso del Paraná por un grupo de indios. Cuentan en muchos de esos boliches que fue Fray Luis Gámez quien, extrañado, ordenó trasladar la figura a la reducción, pero la imagen desapareció y retornó a su sitio en dos ocasiones. Al parecer el religioso entendió el mensaje y trasladó la orden desde el antiguo puerto de Santa Ana hacia aquí. Consagrada “Reina del Paraná”, su imagen ubicada en el altar está tallada en timbó y nogal, y su nombre compuesto por dos palabras del guaraní: “Ita”, roca, y “Ti”, blanca, por los yacimientos de cal cercanos.  

Pablo Donadio
Uno de los aviones de la famosa peregrinación aérea, en el festejo del primer año.

DESDE EL CIELO Diego Goth me espera en la intersección de la RN12 con la RN118, a unos 120 kilómetros de Itatí. Alternativa para regresar hacia Corrientes capital desde algunos balnearios famosos como Ituzaingó, la 118 está algo descuidada pero libre de tránsito, y es buena opción ahora que las lluvias han maltratado otros caminos. Además, enlaza pueblitos y parajes de una belleza despojada, donde la vegetación y la imagen del Gauchito Gil crece kilómetro a kilómetro. Uno de esos pueblos es Loreto, fundado por pobladores de la Loreto misionera que huyeron de los bandeirantes portugueses y recalaron finalmente aquí. Aquella historia de la huida produjo la creación de varios oratorios familiares con figuras, piezas e imágenes de una enorme riqueza, una curiosidad si se lo compara con el templo local al que le ha faltado párroco en más de una oportunidad. Pero nunca faltó fe: “Los Aviadores Peregrinos, en Vuelo de Fe hacia su Virgen Protectora, se dibujan en el cielo cual si fueran el místico Colibrí Azul, ave sagrada de la cultura guaraní, viniendo de todas latitudes y evocando aquella primera peregrinación de 14000 almas desde las reducciones jesuíticas del Guayrá (1610), luego las 2000 familias de la reducción misionera de Loreto (1631), hasta su definitivo hogar en la Loreto de Corrientes (1817), siempre acompañados por la venerada imagen de Nuestra Señora de Loreto, tallada hace ya mas de tres siglos por sus hijos los guaraníes”, reza una de las declaraciones de la comisión de la Peregrinación Aérea, un homenaje a la patrona de los aviadores surgido en 2013 y que este año celebrará su quinto evento el 9 y 10 de septiembre. Rodeados de lagunas y bañados, Loreto y sus vecinos San Antonio, San Miguel, Tabay, Santa Rosa, Caá Cati, Colonia Tata Cua y Saladas integran además de religión a su vida diaria, los verdes intensos del Iberá, y no es de extrañar ver en los patios hogareños a carpinchos, monos carayá y aves coloridas. Medianeras con cañizos de tacuara, calles de arena y almacenes de ramos generales como la de la familia Piñeiro, que ofrecen desde repuestos de ferretería a una torta frita o chipa-cuerito, conforman un imaginario campero al que no le faltan gauchos ataviados con facón, caballos relucientes e historias de noche y cuchilleros. Los Aponte-Molina y los Goth son otras de las familias tradicionales de la zona. Por la galería de su quinta han desfilado tantos hijos como historias, y fue Roberto, uno de los hermanos de Diego, quien inició el camino de la producción local plantando desde zapallos hasta ranas, luego con la compañía de sus hermanas y su padre, exdirector de bosques y un agrónomo de referencia (trabajó junto a Douglas Tompkins) en el mundo de la forestación. Su actual vivero de pinos y eucaliptos, y ornamentales como el palo de agua, está hoy bajo el comando de Diego, que ceba el mate y relata algunos de los “cuentos” del pago. “Uno de los sables que se conservan hoy en mi casa se lo dio a mi bisabuelo uno los gauchillos famosos de la zona, una especie de Robin Hood al que él dio su caballo para escapar de quienes lo perseguían. Hizo buen negocio el viejo… es un lindo sable”, dice sonriendo, y sigue: “Pero acá han pasado muchas otras cosas”. Habla de cotidianidades como la riña de su perro no con gatos ni otros canes, sino con un yacaré; o del amigo de su abuelo, cuyo amor con una muchacha mucho menor que él despertó la furia de sus cuñados, y la pareja debió exiliarse en una de las islas lejanas durante años, para evitar un final trágico. O mejor aún, de los suculentos tesoros enterrados dentro y fuera de Loreto de parte los pobladores perseguidos por los bandeirantes. Desde la casona de los Goth se ve, allí por donde salió el pobre yacaré batido en duelo con el mastín napolitano, la laguna del balneario y camping municipal, uno de los atractivos turísticos de la ciudad junto a las islas y la estancia jesuítica San Juan Poriahú. Lugares todos de fe y naturaleza, de misterios y tesoros por descubrir.