Es fines de marzo de 2016, es la noche y algunas motos y patrulleros de policía resguardan un remis que, apurado, cruza las calles iluminadas de Montevideo, desde el centro hacia las afueras de la ciudad. En realidad los policías no hacen otra cosa que ir cortando el tránsito a su paso. Quien va a resguardo y nervioso no es otro que Alberto “Mandrake” Wolf y va en camino, desde el Teatro Solís, al novísimo estadio de su amado club Peñarol. “Tuve el honor de tocar en la inauguración de la nueva cancha Campeón del Siglo. Toqué el cielo con las manos. Ese mismo día estábamos en el Solís con Los Terapeutas con un homenaje a Mateo, todas las entradas vendidas. Y dije: ¡ni loco me pierdo el coso de Peñarol! Entonces le pido a  Fernando Cabrera tocar yo primero, el Estadio de Peñarol queda lejos, ¡pero lejos! En quince minutos estuvimos”.

¿Cabrera es futbolero?

   –¡No, pero sabe! Me entendió perfectamente. Sabía que yo soy fanático. Y cambiamos: toqué yo primero y le dije de hacer algo juntos. Me dijo que no y después se subió y estuvo tres horas. ¡Dale Cabrera que me quiero ir a la cancha! Es un capo Fernando, siempre le agradezco.

   Que las primeras referencias de Mandrake sean alrededor de Peñarol no resulta  tan caprichoso, a la luz de algo que recordará mas adelante: “El Tótem de Rada fue una bomba. La primera vez que los vi fue en un programa de Pipo Mancera. Yo estaba con mi amigo, el Wilson Negreyro y ¡pá! No podíamos creer lo que había sonado. Se veía todo mal, en blanco y negro pero me quedó el sonido, la potencia de todo eso: imaginate ver al Negro Rada”, se entusiasma, e imita con la voz, el cuerpo, las manos y hasta enfatiza con los ojos parte de la introducción del tema “Dedos”. “Al otro fin de semana voy a ver a Peñarol y veo al mismo negro que había visto con el Tótem en medio de la hinchada con un colgante todo así, estaba vestido apenas con un chalequito, en cuero pero con un chalequito. ¡Y Rada es enorme, te cagabas en las patas con esa porra! ¡Un salvaje! Increíble. Son cosas que viví de chico. Y me metí. Yo nunca pensé que en algún momento podía estar tocando con toda esa gente, que para mí son como Lennon o Hendrix”.

   Por la prepotencia de la belleza de algunas de sus canciones. Ese es, en definitiva, el motivo por el que Alberto “Mandrake” Wolf –el apodo lo trae desde el colegio; una broma alrededor de su segundo apellido: Mantrana– se alista a la par de los nombres más grandes y sonantes de la música uruguaya: de Zitarrosa a Roos, de Cabrera al Sabalero, de Darnauchans a Dino, de Buscaglia a Lágrima Ríos, de los Fattoruso a Mateo. Una densidad y una tradición musical enorme y exquisita, todo tallado en piedra y madera, sobre un río de agua marrón. “Dentro de la geografía mundial debe ser uno de los puntos más fuertes: un lugar de tempestades. ¡Si juntamos las orillas da miedo! Da miedo el tango, la murga, el candombe, da miedo el rock en todas sus manifestaciones, en todos estos años”.

¿Y cuándo es que decís: bueno, me voy a meter acá, voy a formar parte de esto?

   –No, no, yo nunca tuve ese propósito. Sólo fui remando con mi barquito, que eran mis canciones, mi inocencia, y de repente vi un gran río que fluía y me metí sólo. No hay muchas premeditaciones en lo que yo hago, no hay mucha intelectualización. Sí sé que cuando escuché en Kinto en Musicación 4 y ½, quedé tan lleno de cercanía que no podía creer que eso existía tan próximo a mí. Y empecé a darme cuenta que muchos de ellos vivían a la vuelta de mi casa. ¿Cómo puede ser esto? Yo pensaba que todo el mundo se había dado cuenta de esa música. Y no, en la escuela nadie los conocía. ¿De qué me estás hablando, quién es Mateo, quién es Urbano? ¡Pero cómo! ¿No conocen eso? Te vas metiendo en la cosa y te das cuenta que es un sonido que estaba destinado a quedarse para siempre.

CABLE A TIERRA

Dice Mandrake que le encanta pescar. Y que por ello hace unos años tuvo un problema en la piel. Dice, también, que hay que imaginarse todo ese sol en Rocha. Y sigue, siempre sigue contando: “Tengo una casita en Biarritz, a setenta kilómetros de Montevideo. Voy y tiro el ril. Me encanta, me hace muy bien. Sigo, pero no tanto como antes. Más que nada me hace bien a la cabeza. Me distiende. Siempre digo que los años que no voy a pescar son los años que hago cagadas. Y es mi cable a tierra. Me ordena, me hace muy bien”.

¿Y cómo te llevás con Buenos Aires, una ciudad que le da la espalda al río?

   –No vengo mucho. Yo si no veo el agua una vez por semana, ya me siento medio incómodo: todo es calles, calles, calles. Veo el mar y digo: loco, qué magia esto, ya está. En Montevideo te topás con el mar. Si tuviera que elegir otro lugar para vivir sería Mar del Plata. Me encanta. Una vez fuimos a tocar allá y flasheé. Fui en invierno pero vi a todo el mundo pescando lenguados y quedé fascinado. Bueno, Piazzolla era de ahí y era fanático de esa agua fría. Imagino que Argentina debe tener unos lugares increíbles. Tengo unos parientes en Puerto Deseado que, ¿vos sabés? nunca pude ir. Me moría de ganas de ir y no tenía plata o que se yo. Dicen que está increíble para ir a pescar truchas a los arroyos. No sé porqué me gusta tanto esa parte de allá abajo.

   De aquel debut de 1985 –donde compartió canciones con El Cuarteto de Nos, un lado para cada uno– a hoy, Wolf lleva editados más de diez discos, premios Grafitti, canciones que ya son himnos, y elogios al por mayor mediante. Sin embargo, por estos días y de este lado del río lo que lo convoca no es otra cosa que la presentación, primera vez que lo hará en Argentina, del que quizás sea su disco más despojado, más austero: Primitivo, editado en casette hacia 1993 y reeditado aquí a través de Los Años Luz. “Por eso se llamó así” comenta. Y agrega: “Estábamos con Ney Peraza en su boliche, en Canelones, y nos pusimos a divagar, a dos violas. Empezó a sacar canciones de Primitivo y le digo: ¡Pá, bó, que bien que te salen! Me gustó mucho lo que tocaba. Y cuando se confirma que sale el disco nos mandamos. No estoy convencido de cómo canto ahí: le afano demasiado a Mateo, a varios, todavía no me  había encontrado como cantante. Después que lo escuché me dije: Me faltó un poco ser yo a nivel canto. Ahora, cuando lo estuve cantando con Ney, me gusta mucho más. Igual, no me importa nada, no le debo nada a nadie. En esa época era otra cosa. En definitiva es un disco valiente con muy buenas canciones. Está muy bien”

Alguna vez dijiste algo así como “la belleza es una cosa que a veces es salvaje”. Algo resuena, de alguna manera, en Primitivo.

   –Sí. Y creo que la belleza se ha hecho una cosa, como que se la ha maquillado. No maquillado, como si se hubiera alcanzado un punto óptimo. Y la belleza es como la liebre: pasa y tiene mal olor. Pero la liebre es una cosa hermosa y el concepto de belleza generalmente es el conejito todo blanquito, producido. Pero una liebre salvaje corriendo intempestivamente es una cosa que yo capto como bello. Y no un conejito que puede ser la imagen de un jabón para lavar la ropa.

DIAMANTE EN BRUTO

Unas pocas percusiones –muchas de ellas instrumentos inventados, ruidos varios–, algunos teclados y bajos: todo el resto es guitarras y pocas cosas más. Un sonido frugal y parco, por momentos desprolijo. Pero no importa: hay una frescura, cierta lisergia flotando en esas canciones. Primitivo es, en definitiva, un disco de una belleza insondable, un diamante en bruto que raya directo con Mateo y Gustavo “El Príncipe” Pena: las entonaciones, los arrimes finales de ciertas palabras en ciertas frases, algunas líneas melódicas, tarareos juguetones que de a poco se van transformando en el leit motiv de la tonada. Lo dicho en el título: lo primitivo y salvaje, lo indomesticable. Una belleza barbárica. Allí está la tapa: Mandrake fotografiado cual cavernícola. “Recuerdo que en esa época estaba yendo mucho a Valizas y curtiendo eso: leía a Castañeda, esas cosas. Fumaba porro como loco, algunos hongos. Mucho Joni Mitchell me acuerdo, con aquella súper banda que tenía. También algún brasilero. Y creo que ya nos conocíamos con El Príncipe. Puede ser sí, puede ser”.

   Y vaya si entregarse a este disco no es, entonces: extasiarse, arrobarse, embriagarse con aquella locura musical. Y más aún lo es detenerse en, por ejemplo, el blues lento y acústico “Ella va 1 ½”, “Mi cardenal colorado” donde la simple compañía de un pájaro que come arroz da lugar a experiencias alucinógenas o ese aire de milongón enorme que es “Danza con los viejos jefes”, con Hugo Fattoruso en los teclados. Mandrake vuelve sobre algo de todo aquello y cuenta: “‘Danza con los viejos jefes’ fue una primavera, de esas bien ventosas, en Montevideo. La tonada, la música la traía ya de Valizas y había tenido como tres días seguido de fiesta y necesitaba silencio, había habido mucha carretera. Y recuerdo que estaba encantado con Crónicas de Motel de Sam Shepard. Vivía en un apartamento y en al jardín de abajo había un jardinero que estaba floreciendo. Puse una cosa con otra y quedó eso. ‘Ella va ½’ siempre la pensé para una mujer. Ahí la canta Chavela Ramírez, gran referente del candombe de allá. Mirá, de muy guacho, cazábamos patos y cardenales para venderlos. Con pega pega. Pegás uno, el cardenal canta y atrae otros cardenales, ¿viste? Y cerca de un alambrado y con una jaula ciega los metes para ahí adentro. Y lo vendés en la Feria.

¿En la de Tristán Narvaja?

   –No, no. En la de Tristán Narvaja no, en la Mercedes. ¡Nos lo sacaban de las manos! Me acuerdo de algún paraje cerca de ese lugar. Y estaba leyendo un libro de Faulkner, de una mina embarazada que va a buscar al tipo, en realidad no va a buscar a nadie, está en la carretera. Y un poco son esas dos uniones. 

   Riki Musso, productor e invitado en algunas canciones de Primitivo, cuenta: “¿Aquel disco? Una maravilla. Es verdad que soportó perfectamente el paso del tiempo. Las composiciones son muy buenas e incluso algunos temas que volvió a grabar con Los Terapeutas y fueron hits, yo los encuentro más relacionados a su propia esencia en este disco. Mandrake es muy pescador y recuerdo que con los crickets de los riles, que hacen un lindo ruido cuando le das manija, hicimos algunas percusiones. También recuerdo pegarme en el pecho para grabar un falso bombo y cosas peores que prefiero no declarar. Grabamos en un estudio muy pequeño enterrado dos metros bajo tierra, sin ventanas, donde el aire llegaba por un caño desde la superficie. Entre la cabina y la sala sólo había una cámara de vigilancia en blanco y negro”.

UNA BANDA DE PELUDOS

No todo es Primitivo en Mandrake. Se podría decir incluso que es apenas el comienzo. Porque su linaje letrístico y cancionista puede rastrearse mucho mejor en cualquiera de sus otros discos, que suenan más eléctricos, desde el rock, el funk o el candombe beat. “Si tocara siempre con banda, estaría mucho más contento, pero extrañaría el desafío de tocar solo con una violita. Me gusta probar. Las canciones se van haciendo mucho más tuyas cuanto más las tocás. En verdad soy eso: soy más eléctrico. Soy un compositor de canciones de banda de rock. No tenía muchas más aspiraciones: ni artista conceptual ni nada. Hacer canciones y tocarlas con una banda de peludos”.

   Muchas de las canciones de Mandrake están pobladas por personajes que, malditos y un tanto resquebrajados por la vida, el alcohol, la tristeza, rajan de Montevideo, del mundo: una especie de fino retratista de cierta bohemia de la que, claro, fue parte durante un buen tiempo. “En una época sí –cuenta–. Yo siempre relacionaba la música con la bohemia. Para mí eran cosas inseparables: o estás o estás, lo otro era careta. Podías encontrarte con todos, todo el mundo curtía eso. Cuando veías venir a los Opa parecía que era una locura. Y los negros de Sur, del barrio Palermo ¡pá, era demencial! Aprendés pila de cosas en la bohemia y también aprendés de otras cosas. Tengo un hijo de quince y no sé si quisiera eso para él. Si lo tiene que hacer, que lo haga. Y esos personajes son gente que busca la libertad. Y la libertad en esta sociedad creo que es lo que puede salvar a la humanidad.

¿Y vos sos una persona libre? Porque en tu música hay muchísima libertad…

   –En la música a veces lo siento, sí. En la percepción. Después me bajo y ¡chá! quiero un palacio y una heladera. El mundo de la libertad está en la música.

   De Eduardo Mateo esta vez dirá que, las primeras veces que se vieron lo llamó Claudio porque lo había confundido con el hijo de una amiga, que nunca vio a alguien que tenga esa percepción musical y del mundo, y también: “El disco La Mosca lo tuve, lo presté y no me lo devolvieron. Pero no sé si quiero tenerlo de vuelta: tengo miedo que me invada esa música tan fuerte, tan poderosa”

¿Dónde encontrás hoy aquella “belleza salvaje”?

   –En mi familia, en mi hijo, en la música. En las cosas más sencillas yo ya encuentro belleza. No preciso mucho más.u

Alberto “Mandrake” Wolf, acompañado por Ney Peraza, presenta Primitivo el jueves 15 de junio en el CAFF, Sánchez de Bustamante 772. 

El viernes 16 estará en Rosario y el sábado 17 en La Plata. Tanto en el CAFF como en La Plata abrirá Santiago Moraes (Los Espíritus).