“Sean todos bienvenidos” dice una Pampita impoluta barriendo con sonrisa aplicada cualquier resquicio de debate sobre lenguaje inclusivo: acá el masculino genérico domina pero la supuesta superioridad ídem en velocidad y fuerza está bien puesta en duda. Y es que en El Hotel de los Famosos (el programa va de domingo a viernes en El Trece con ella y el Chino Leunis en la conducción) gana quien supera las pruebas físicas y sabe aliarse a tiempo. A lo largo de las semanas, se fue probando que el carisma resiste cualquier veleteo pero que, a la hora de la verdad, no triunfan siempre los chabones porque ellas se tiran, resisten y embocan a la par de ellos, y muchas veces, mucho más.

La dinámica es la siguiente: hay un equipo de “staff” y otro de “huéspedes” y un pequeño grupo de especialistas que los guían en cada área. Casi todos los días tienen que enfrentar pruebas para pasar de etapa y al mismo tiempo se evalúan sus desempeños cuando son "staff". También se tienen que votar entre ellos para asegurarse la continuidad, y alguien es eliminado cada semana. El público no corta ni pincha como en otros formatos similares. Todos y todas limpian y cocinan, porque la manera de enfrentar equipos es fingir que están en un hotel real, y en esa diferencia de status, la mitad del grupo está vestida con ambo celeste y la otra con ropa común pero arreglada y canchera (¡basta de hacernos creer que meten sus petates en esa valijita!).

Además arreglan el jardín (mención aparte a la rentrée de Juan Miceli a la tele, ahora renovado por su nueva faceta de jardinero, siempre un poco frustrado por el nulo interés que les despierta a todes las plantas) y preparan el menú de cada día al tiempo que lo llevan a la mesa en un tono por demás forzado que solo puede durar el rato que estarán las cámaras prendidas: lo que todos coinciden en remarcar es que limpian “de verdad”. A esa perfo bastante graciosa y absurda a la que sometieron a 16 personas con más o menos antecedentes mediáticos, se le suma el plus de exotismo divagante que tiene la llegada espléndida de la conductora y los espacios paralelos de acción: la “suite”, adonde va a parar una persona cuando gana un juego y tiene que elegir una pareja para ir a dormir mirando una peli o comiendo pochoclo y los segmentos que lidera José María Muscari en plan casting bizarro, donde los somete a monerías atroces y algunos quiebres de emoción también bastante patéticos. 

ue Sabrina Carballo y Maxi Estévez hicieron la mímica de casarse para las cámaras pero, a punto de terminar el reality y con los dos afuera, el precio fue bastante alto.


El Hotel de los Famosos y sus enseñanzas

Son adultos y adultas, como dicen siempre, nadie les obliga a estar ahí, "este es un trabajo como cualquier otro" comentan, y hay trabajos (acá si vale el “de verdad”) más sacrificados que estar en El Hotel.

Los y las espectadoras aprendimos que El Hotel está en Cañuelas, que siempre hay mucho viento y un montón de personas atrás de cámara sosteniendo el show (que tiene su punto cúlmine en la H, una prueba de habilidad y fuerza que determina quién se queda y quién se va de los nominados) y que, como de todo lugar donde lo que se juega es mucho dinero, no es tan fácil irse como dicen.

A los y las participantes se les escapa la tortuga bastante seguido: de repente se violentan, amenazan, se emborrachan y fingen que se van pero vuelven (en fin, la vida misma), todo digitado por un “atrás de cámara” a quien nadie menciona pero se percibe enorme como el ojo del Gran Hermano que se materializaba en una voz de locutor engominado. 

No hay voz ni confesionario en El Hotel pero sí esa instancia insólita de las entrevistas individuales para comentar el juego y la convivencia, bastante evidente que se realizan en un momento en el que todo aquello que comentan ya ocurrió. Ese falseo del tiempo es la premisa misma del formato, una especie de metaverso pero con las reglas de la televisión, acompañado por el coro de cloaca virtual que, en Twitter sobre todo, arenga a que pierdan o ganen, a que se aplasten o se coronen campeones definitivos o cucarachas que no puedan salir de su casa. Nunca un punto medio, una ambigüedad: como en la época de Nadia, Marianela y Diego, acá hay héroes (como Lucas Loccisano, que aguantó y aguantó el maltrato hasta que se alió con el correcto, vamos a ver por cuánto tiempo) y villanos y villanas, más algunos que se retiraron temprano, como Kate Rodriguez, que no tuvo ganas de lidiar con los stándares de simpatía y complicidad del grupo e hizo su juego, obviamente logrando ser votada en tiempo récord. 

Romances que terminaron mal, insinuaciones de parejas abiertas que resultaron parejas híper cerradas. Emily Lucius y Martín Salwe, quienes por darse unos besos en la boca casi se tienen que casar en El Hotel.  

También están o estuvieron Alex Caniggia, Lissa Vera, Matilda Blanco, Rodrigo Noya, Martín Salwe, y otros y otras, aprendices de estrella, algunos más estrellados que otros, con más barrio, más altanería u horas de cámara, más talento para hacer alguna cosa… Lo que no falla es que lo que se firma con sangre se desmiente con el cuerpo y lo que se elonga antes de una prueba, puede ser indiferente en el resultado de la misma.

El Hotel de los Famosos es como cualquier lugar, como la escuela, las instituciones y la calle: homofóbico, cuando tiene que abrazar la diversidad de un participante como fue el caso de Leo García y en cambio lo repele con patoterismo y bravuconeo a la vieja usanza. No se habla mal de los putos pero queda claro que los que mandan son vivos, y la terminología “poronga” gana el terreno semántico: el jefe, la familia, la mafia, el capo, el tanque, el virgo. Teniendo frente a los ojos una oportunidad histórica para decir que ni la fuerza ni la edad ni el género son limitantes, y que la limpieza y la cocina son un lugar donde todas las personas tienen que estar para auto habitar sus propios mundos, se enfatiza la violencia entre una ex pareja que se recluyó después de 15 años de estar alejada e incluso se prestó al juego de fingir un casamiento al poco tiempo que se los vio peleando con un tipo de familiaridad inquietante, profundamente despreciativa, anuladora e instigadora del no te metás. 

Porque si algo quedaba claro cuando se pelearon Chanchi Estévez y Sabrina Carballo es que era problema de ellos y de nadie más. Lejos de tratar de inventar una solución colectiva para proteger a ambos de esos arranques reactivos, el afuera se iba levantando a medida que empezaban a subir la voz. De la violencia dirigida a la más expulsante que hace silencio cuando aparece el bobo, el botón, el más "pesado" (de caracter y de balanza), lo que queda claro en El Hotel de los Famosos es que la fuerza está en los músculos y en la cabeza (Lissa Vera lo demostró con creces ganándole sistemáticamente a los varones más fuertes y siendo acusada de "bruja macumbera") y que la salida nunca es individual, por más que insistan en mostrar que hay un "más fuerte". La pregunta es para qué.