“El campeón de los fantasmas” es la exposición de Fabio Kacero que la semana pasada se inauguró en la galería Ruth Benzacar, con curaduría de Francisco Garamona.

En la gran sala de la galería se exhiben 186 firmas (182 ajenas y 4 propias) enmarcadas y firmadas por Kacero, en un gesto que oscila entre el Pierre Menard de Borges y el cambalache discepoliano. Lo del carácter borgeano surge por la apropiación de un texto, de una autoría -en el cuento de Borges, la de Cervantes (con esto Kacero ya jugó hace varios años potenciando la copia de la copia en diferentes contextos que otorgan diferentes sentidos)- y en este caso, más precisamente, la de un gran conjunto de firmas (a su vez firmadas).

Las firmas apropiadas son las de una selección de personajes del mundo del arte y la literatura. Kacero explica que en el caso de los personajes vivos intervienen el azar, la contingencia y la casualidad en el acopio de las firmas y allí el cosmos adquiere un matiz discepoliano porque se pasa de las estrellas y planetas, a satélites y asteroides. Tal condición heterogénea y variopinta suele ser característica del sistema del gusto, sea consciente o casual. Porque el gusto no solo procede, entre otras cosas, de un destilado cultural e intelectual, sino también de una mezcla sensorial en la que intervienen todos los sentidos. Los personajes muertos conforman un paraíso posible, mientras que los personajes vivos aún no atravesaron el filtro de la posteridad. Pero todos están capturados en una galería de arte.

“En cuanto a las firmas de los artistas muertos -escribe Kacero en su texto de presentación-, aunque pueda parecer que, a diferencia de los anteriores -los vivos-, me haya guiado por un criterio más selectivo, o de preferencia personal, debo decir, primero, que no todos los espectros convocados para firmar accedieron a mis requerimientos, y que otros, en cambio, firmaron sin invitación expresa. Y segundo, que he compartido parte de la elección de los artistas del más allá con el curador de la muestra, lo que me llevó –al intentar complacer sus sugerencias, algunas incluso del siglo XIX– a exigir mis dotes mediúmnicas al máximo”.

La firma (tome la forma de garabato, dibujo, inicial, símbolo, monograma o ex libris), es una ratificación de la autoría y ahí está en parte el juego del artista, porque de allí sobrevienen, con humor, todas las ideas asociadas a una versión delictual de la ficción como la falsificación, materia que, junto con la apropiación y la copia, conforma un importante capítulo de la historia del arte.

Desde el punto de vista cuantitativo, la firma de Kacero se repite casi doscientas veces porque firma todos los cuadritos, incluso los que llevan su propia firma. De modo que F.K. se autoinscribe en la raíz (o en la copa) del ramificado árbol genealógico compuesto por las firmas. Dime con quién andas.

La cita de lo espectral y la condición del artista como médium (dos tópicos mencionados por Kacero en su texto) forman parte del tema de la exposición, junto con el de la muerte.

En la segunda sala de la galería se presente una pintura monocroma rosa, de pequeño formato, salida del cuento “El monocromo del molinero”, de Kacero, cuya versión impresa se ofrece al lado, en un pedestal. El cuadro rosa se supone sobrevivió a su autor, un molinero del siglo XVII, poseído por cinco espíritus pintores, futuros y abstractos. El quinteto lo invade alternativamente y siempre en el mismo orden, cada día de la semana (excepto los sábados y domingos) para hacerle pintar al molinero abstracciones del siglo veinte, con trescientos años de anticipación. Según el cuento, la febril y compulsiva producción pictórica del molinero llega a su cenit cuando Rembrandt va a visitarlo. Luego el fuego se lleva casi todo, excepto el cuadro rosa.

El curador de la muestra, quien es el editor de los tres libros publicados por Kacero, escribe, en sintonía con esa doble condición, “¿Qué es posible ver en una época? ¿Qué es un objeto si le falta un mundo para denominarlo, o siquiera para verlo? Claves de un cuento al que tampoco le es ajena la cuestión de la autoría, y por consiguiente de la firma, porque también nos lleva a preguntar: ¿Quién debería firmar ese monocromo materializado de la ficción? ¿El mismo Fabio Kacero?, ¿el molinero del siglo XVII, protagonista del cuento?, ¿o los espíritus que, según se cuenta, guiaron sus manos para pintarlo?”

“Y si las dos primeras salas -sigue Garamona y de paso da cuenta de la última obra de la muestra- están pobladas de presencias fantasmales, lo está también la tercera, donde se exhibe el video “Dear friends...”. Un noticiero de TV compuesto de muchos nombres y una sola noticia. Los nombres que puede incluir este género de noticia (la muerte de una persona) es limitado, y ese límite lo constituye una de las articulaciones posibles que tienen las firmas y los nombres, ya obviamente vinculados entre sí: la fama.”

*En la galería Ruth Benzacar, Juan Ramírez de Velasco 1287, de martes a sábado, de 14 a 19, hasta el 27 de agosto.