Todo lo que se olvida en un instante       8 puntos

Argentina, 2021

Dirección, guion, fotografía, montaje y sonido: Richard Shpuntoff.

Duración: 71 minutos.

Estreno en el Centro Cultural San Martín (Sarmiento 1551).

“Tengo dos visiones acerca de mí mismo”, dice Richard Shpuntoff (ver entrevista aparte) desde el relato en off. Dos visiones, dos ciudades, dos patrias, dos historias detrás de él, y tres relatos. En lo que constituye una experiencia única en la historia del cine, el realizador neoyorquino afincado en Buenos Aires divide el relato en tres: el campo de la imagen, el de la voz en off --que tanto puede hablar en inglés como en español-- y el subtitulado, que en ocasiones traduce y en otras discurre por sí mismo. De tal modo, el espectador debe dividirse ya no en dos (imagen y franja de subtítulos), sino en tres, debiendo optar en ocasiones, por la dificultad que la empresa supone, por dos de ellas. Si el que ve Todo lo que se olvida en un instante, opus dos de Shpuntoff, tiene la costumbre de tomar notas, como le sucede a quien escribe, se obtiene como resultado el primer caso de cuadrofenia cinematográfica.

Pero no se trata de un mero ejercicio formal, sino por un lado de la expresión de la serie de divisiones mencionadas, que tienden a multiplicarse en otras (una multiplicación de la división), y por otro en el hecho de que desde su arribo a Buenos Aires, durante la crisis de 2001, Shpuntoff trabajó como traductor y subtitulador. A lo largo de Todo lo que se olvida en un instante el realizador, que como es frecuente en el campo del documental se hizo cargo de todos los roles técnicos, se pregunta por su doble condición territorial, el arraigo hacia “sus” dos ciudades (Nueva York y Buenos Aires), entrevista a su padre (dividido entre la Polonia de la infancia y la Nueva York adoptiva), analiza las tensiones políticas entre Estados Unidos y Argentina, halla puntos en común entre la urbanística de una ciudad y otra, y refiere, siempre de modo indirecto (mediante un tango que habla del lugar perdido para siempre) a la memoria, el olvido y la nostalgia. No por nada la película se llama como se llama.

Para inscribir los subtítulos sin que éstos “coman” parte de la imagen, Shpuntoff recurre a lo largo de toda la película a un reencuadre, con la imagen en cuadro pequeño (el que se usaba en el cine mudo) y alrededor de ella anchas zonas en negro. Esto tiene no sólo resultados prácticos sino también metafóricos, al generar un visible fuera de campo (si se permite la paradoja), que alude a lo otro, lo que no se ve. Ese “otro yo” que la traducción intenta suturar o no, según el caso. Traducción del inglés al castellano y viceversa, traducción de una ciudad a otra, traducción de uno de los yoes de Shpuntoff al otro. Pero el propio autor recuerda desde el off que “los subtítulos [la traducción, podría entenderse] no pueden traducir el original, son siempre malos”.

Mientras explora todas las variables de relación entre los tres planos de la película (imagen muda, tres relatos distintos, original en off subtitulado, subtítulos desplazados en relación con el original, off en castellano y subtitulado en inglés, o viceversa), Shpuntoff halla un eje que atraviesa toda la película, del mismo modo en que las autopistas de Nueva York y Buenos Aires atraviesan (cortan, dividen, reestructuran) las respectivas ciudades. Dos ciudades tajeadas, por el urbanista Robert Moses en los años 30 y por el intendente de la dictadura Osvaldo Cacciatore en los 70. En ambos casos se produce lo que podría llamarse “genocidio urbanístico”, con 180.000 ciudadanos evacuados en Buenos Aires y 500 mil en Nueva York, aislando las barriadas pobres del centro de la ciudad. Con desalojo de villas en el caso porteño, bajo la consigna literal de que “vivir en Buenos Aires no es para cualquiera”. La afirmación hace ver que el corte no es sólo espacial, sino histórico: allí están las marchas y movilizaciones contemporáneas que filma Shpuntoff, expresión de una Argentina erradicada, post autopistas y post dictadura.