Desde hace décadas, la poeta argentina Mercedes Roffé vive en Manhattan, pero podría decirse que su lugar en el circuito poético nacional no fue afectado por la distancia geográfica. En realidad, nunca se tiene la sensación de que Mercedes está lejos. Tal vez porque, como sabemos, la presencia suele ser efecto de la manera en que se habita un espacio y no de si se está físicamente en él de modo contínuo. Participar de festivales nacionales, atender a la agenda intelectual, social, feminista, hacer circular su obra entre las editoriales independientes, fueron algunos de esos modos de estar presente. 

Por estos días, la encuentra en Buenos Aires la aparición de Prosas fugaces, su título incluido en el catálogo de Las furias. Este libro exquisito -adjetivo que le sienta muy bien desde su definición de diccionario: “de extraordinaria calidad”- reúne una larga serie de micro ensayos en torno a temas como el arte, la poesía, el feminismo, el judaísmo, la modernidad y los modos de producción; todos escritos con erudición y, lo que no es tan corriente, gran dinamismo. Este volumen sigue el rastro de otro de su cosecha, Glosa continua, editado por Excursiones en 2018, con el que comparte la propuesta de las estampas reflexivas que forman un cuerpo coherente, dialógico entre sus partes. “Los temas los van dando las lecturas, algunas lecturas —por lo general aquellas de las que menos espero que produzcan ese efecto: el de la escritura como diálogo, como respuesta, como comentario. Otras veces los va dando el cruce entre ciertas experiencias y el testimonio de otrxs autorxs o artistas que se detuvieron en alguna vivencia similar”, dice.

¿Considerás a la feminista como una de las líneas más fuertes de tus reflexiones en relación a la poesía?

--Fijate que yo lo veo de otra manera. No creo que el feminismo ocupe un lugar central en mis reflexiones sobre la poesía o en los temas que trato en mis poemas, aunque claro que está presente. El feminismo tiene para mí una importancia en sí mismo que puede tocarse o no con mi experiencia y mi trabajo como poeta —o con la experiencia de otras escritoras y artistas. Más bien diría que tanto la poesía como el feminismo son dos territorios muy amplios, y ambos cruciales, que solo en algunos puntos coinciden, se cruzan, se lastiman, se explican, se resarcen…

Pienso en ese micro ensayo en el que contás que te encontrás con un estudiante que busca dar con un rasgo distintivo común a unos pocos poetas del siglo XIX. Cuando vos le hacés extensivo ese rasgo a Rosalía de Castro, él termina derribando su propia hipótesis diciendo “es una característica de todos los poetas de ese siglo”. ¿Cómo se llama esa operación de anulación? ¿Es el ambiente de la poesía un semillero patriarcal igual a cualquier otro?

--Qué interesante que me preguntes por el nombre que podríamos darle a ese tipo de exabruptos. Se me ocurre que sería algo como “matar muriendo”. Es decir, el procedimiento inverso a “morir matando”: voy a matar tu propuesta aunque para eso tenga que destruir la mía. Lo curioso es que la suya ya le había llevado años de trabajo. Y no le importó derribarla de un sablazo con tal de no aceptar esa pequeña ampliación del corpus que yo le proponía, ni siquiera de manera militante, por nombrarle a una poeta mujer, sino porque se me ocurrió que los Cantares gallegos también respondían en parte a su argumentación. El muchacho no era estudiante ni poeta, que yo recuerde. Era un joven profesor universitario, un ámbito que sigue no muy lejos de ser un semillero patriarcal como cualquier otro —a veces con muchas más pretensiones, y más hipocresía.

En otro de los microensayos, “El arte degenerado”, decís que a lo largo de la historia de occidente, para desacreditar una corriente estética se la calificó como afeminada, moralmente perniciosa, degenerada, entre otros adjetivos. Creo que precisamente estamos en un momento de la historia equilibrante, donde esos mismos términos cambian de signo, ¿resignificados, pasarían a representar una nueva hegemonía?

--Si te entiendo bien, creo que usar algunos de esos términos de manera irónica, como aludiendo, claro, a modo de critique, al despropósito de la valoración hitleriana, no sería exactamente lo mismo que resignificarlos. También pienso que el logro de un momento equilibrante de la historia sería, precisamente, no crear una nueva hegemonía, sino promover la coparticipación igualitaria (al menos hasta donde se pueda) de distintas corrientes, tendencias, concepciones, colectivos. A la vez, fijate que, si bien el feminismo y la luchas de ciertas minorías han tendido —desde hace mucho y con no pocos logros— a postular ese equilibrio que mencionás, las políticas que se han instaurado en la última década en tantos países, con el resurgimiento de los nazismos y de otros movimientos ultrareaccionarios, están logrando que el mundo esté dando marcha atrás en la historia de una manera alarmante.

En “Mujeres que matan” te referís a esa suerte de fantasía patriarcal sobre la venganza como motor del feminismo, ¿podrías desarrollarlo?

--Es un motivo común a varias mitologías: las bacantes descuartizan a Orfeo; las Amazonas matan a los niños varones y a los guerreros; las willis salen de noche a matar a los hombres que encuentran en su camino… En una novela del siglo XV español, las nobles del reino de Escocia se reúnen para quemar y descuartizar al misógino Torrellas… Algunas obras de corte popular han reproducido el motivo… El problema es que unx tiende a leer esos actos de las mujeres como si los autores estuvieran reivindicando el derecho de ellas a vengarse. Por el contrario, de lo que se trata, por lo general, es de una fantasía misógina, en la que lo que se plasma es el temor del varón a ser aniquilado por las mujeres si éstas decidieran vengarse por los agravios infligidos por ellos, o por alguno de ellos. Es decir, tendemos a leer esas escenas como una reivindicación de la ira —por demás legítima— de las mujeres, cuando lo que se está haciendo es asignarles una violencia vengativa que en la realidad rara vez se comprueba.

Hablemos de Siri Hustvedt respecto de Knausgaard, cuando la citás diciendo que las mujeres son para él un fuera de competencia...

--En realidad, es él mismo el que dice que las mujeres no son competencia, que por eso ni siquiera las nombra. Ella solo lo consigna. Y aun después recapacita y dice: “bueno, él al menos lo dice; peor todos los que opinan lo mismo y lo ocultan”.

También recorre Prosas fugaces la reflexión sobre el antisemitismo. Y respecto de esto, pienso en el creciente auge de las terapias junguianas y en tu preocupación a la luz de ese Jung racista que describís y del que poco se sabe...

--Varios de los libros de Jung, como el Libro Rojo, o como la mayoría de sus obras visuales, no se publicaron hasta hace relativamente poco. Tal vez sea por eso que se desconocen algunos aspectos importantes de su obra y de su ideología. También puede ser porque hasta hace muy poco se nos adiestraba para que leyéramos obviando, o no acusando recibo, de todo aquello que no se quería reconocer, como el racismo, la xenofobia, el antisemitismo, el clasismo, la homofobia o la misoginia de algunos de los artistas y científicos más encumbrados. Ahora, creo, hemos empezado a leer todo, incluso aquellos pasajes que nos ofenden, incluso lo que no honra al ser humano que lo dijo. Lo que nos está faltando es lograr leer todo y no por eso cancelar al autor o autora, ni lo que de sus obras pudiera rescatarse. Es decir, repudiar el odio/envidia a los artistas y el antisemitismo de Jung en pleno auge del nacionalsocialismo, sin negar por eso que la teoría de los arquetipos o la imaginación activa puedan ser interesentes. Claro que a veces esas posturas repudiables afectan directamente las teorías y las prácticas de esos autores o científicos. En esos casos, lo repudiable y lo supuestamente bueno resultan menos separables.

Vayamos al terreno de la poesía actual para hablar de sus modos de producción. En Prosas fugaces se expresa tu preocupación sobre el tiempo de maduración de una obra antes de ser dada a conocer por su autorx. ¿En qué, para vos, la favorecen la modernidad y la tecnología y en qué la afectan negativamente?

--Sí, el tiempo de maduración, de descanso de una obra antes de darla a conocer públicamente me parece fundamental. A veces lamento que el ritmo actual nos lleve a saltear ciertos pasos, especialmente ese tiempo de espera, de reposo, que toda obra necesita antes de darse a la imprenta o a cualquier soporte que la haga accesible a la comunidad. Creo que estaría bien controlar ciertas ansiedades, pero eso solo lo puede realizar cada unx. La tecnología te ofrece la posibilidad, no te obliga a nada. Y mucho menos te obliga a mostrar aquello que todavía no está en condiciones de ser exhibido. La tecnología en sí misma no es culpable de nuestra ansiedad. Personalmente, le estoy muy agradecida, tanto por todo a lo que me permite acceder, como por todo lo que me permite compartir. También es cierto que dedico un tiempo respetable a expurgar mis propias redes de todo lo que pueda ofenderme a mí o a mis amigxs.

Hablás de una suspensión del ruido ambiente para poder escribir y agregás al final de ese texto: “Como un detenerse para ser. Como un hacer silencio para oír mejor.” Se trata de principios muy a contramano de la época, sin embargo parece la única posibilidad para reconectar con lo humano amenazado o anestesiado...

--Yo creo que esos ruidos no son necesariamente privativos de nuesta época. Ruidos en los cuales distraerse, perderse, no ser, no escucharse, ha habido siempre. Aun si ahora pueden tener otras características, o ser más ubicuos, los ruidos no son nada nuevo. Y si algo ha sobrevivido de un silencio o de un diálogo interior, desde Homero hasta San Juan y hasta nosotrxs mismxs, se debió siempre a una lucha de ciertos seres humanos ante la capacidad de invasión de los circuitos de poder, y de comunicación y dispersión propios de cada época.