El tango y el jazz son primos, hoy quizás lejanos, pero décadas atrás en las noches de Buenos Aires fueron hermanos.

Celebrando y recordando a Louis Armstrong, vamos con unos tangos que tuvieron su sello (y que se pueden escuchar muy seguido en nuestra sección de música en vivo)


ADIOS MUCHACHOS

EL CHOCLO- KISS OF FIRE

TAKES TWO TO TANGO, THE DANCE OF LOVE


ARMSTRONG EN CANA

Fragmentos de Grandes del jazz en Argentina- de Claudio Parisi

A fines de octubre de 1957 aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza el avión de Aerolíneas Argentinas que traía a uno de los personajes más populares del espectáculo. Una verdadera leyenda viviente no solo del jazz, sino de la historia de la música en general. Para muchos, el “Padre del jazz”, el gran inventor de esta música: Louis Armstrong. “Satchmo” venía a presentarse en Buenos Aires con sus All Stars.

“Fue como si nos hubiera venido a visitar Jesucristo –dice Jorge “Negro” González–. Encima era un tipo muy piola, muy cariñoso, se bancaba cualquier cosa. Era un personaje que te compraba por todos lados y cuando tocaba o cantaba… ahí era impresionante. Armstrong es el músico más importante de toda la historia del jazz. El único músico que, a mi criterio, es perfecto. Además, inventó todo: antes de él no había nada. El quía era un superdotado”.

Tanto los seguidores del jazz tradicional como el público en general lo esperaban desde hacía más de veinticinco años. La popularidad de Armstrong trascendía a la música por muchos factores. Por un lado, su gran personalidad: toda esa gracia y simpatía que lo hacía un personaje único. Por otra parte, sus apariciones en TV y en cine. Recordemos que el año anterior a su visita se había estrenado la película High Society, donde actuaba junto a Frank Sinatra, Bing Crosby y Grace Kelly.

Por aquellos días, la actividad cultural y musical de Buenos Aires giró alrededor de la visita de Satchmo. La mayoría de los músicos de jazz se volvían locos por homenajear y agasajar a su ídolo. Así fue como comenzaron a aparecer invitaciones a distintas comidas en restaurantes, clubes o incluso casas particulares, que por lo general terminaban con inolvidables jam sessions. Una de aquellas cenas fue organizada por el Hot Club de Buenos Aires en la Cantina Di Napoli, ubicada en Paraná entre Corrientes y Sarmiento.

“Con Armstrong estuvimos en un restaurante que estaba sobre la calle Paraná, entre Corrientes y Sarmiento –dice Alfonso Ferramosca–. El gerente era Boris Farberman, una especie de director del Hot Club de Buenos Aires, calculo que desde la década del cuarenta hasta los años setenta. Cuando se entera de que Armstrong iba a venir a Buenos Aires, dijo: ‘Si Armstrong viene a Buenos Aires lo voy a traer a tocar a mi restaurante’. Por supuesto que nadie le creyó, pero como era un tipo tan insistente lo fue a ver a Lococo y le debe haber insistido tanto que al final Armstrong realmente fue a tocar a la Cantina. Eso fue increíble. Cuando nos dijeron que iba a tocar Armstrong nadie creía nada, pero la realidad es que apareció, comió y tocó. Ese día no toqué. Armstrong lo hizo con sus músicos y con algunos de acá como Baby López Furst y me parece que los Dixielanders también”.

Otra de las reuniones que se realizaron para homenajear al trompetista norteamericano fue organizada por el Círculo Amigos del Jazz en una residencia de la avenida Medrano. Todo parece indicar, la casa de Carlos Parera.

“El encuentro en la calle Medrano fue una cosa que surgió muy de golpe –dice Ferramosca–. Nos llamaron para tocar y fuimos. Seríamos cinco o seis. Me acuerdo vagamente que la casa era muy grande, que estaba llena de gente y que había mucho humo. Los que tocaron eran Armando Gómez en trombón, Baby López Furst tocaba el piano, yo toqué el clarinete. No recuerdo quién tocaba la batería, ni el contrabajo. Tocamos Saint Louis Blues y después algo más, pero bueno… cuando Armstrong se puso a tocar el tipo tenía un volumen impresionante. Todos sumados parecíamos un 10% de lo que tocaba y sonaba el tipo, en sonoridad, en calidad. Era terrible”.

Poco después sobrevino una historia desopilante que comenzó en el escenario del teatro y continuó con un almuerzo de comida judía en la casa del baterista Leo Vigoda. Al final de esa historia, todos terminaron declarando en la comisaría del barrio.

“La anécdota arranca el 31 de octubre de 1957 en el Teatro Ópera –recapitula Vigoda–. Yo tenía un amigo que era fotógrafo del ambiente artístico: el ‘Gordito’ Mauri. Era el fotógrafo oficial de todos los locales nocturnos como el Chantecler, el Tabarís. Esa noche me hizo subir al escenario del Ópera en un intervalo, cuando cierran el telón y se retiran los músicos. Entonces yo, dando vuelta entre los instrumentos, me siento en la batería de Barrett Deems… ¡Imaginate! Estaba totalmente deslumbrado. Me pongo a tocar un poquito, a jugar y de repente se aparece Armstrong y se pone a tocar unos pocos acordes conmigo. Era un tipo divino, un personaje maravilloso. Ese es el momento donde Mauri nos hace posar a los dos y me saca esa famosa foto”.

“Cuando nos sacamos la foto Armstrong mira en la solapa de mi saco y ve que tengo una Estrella de David. Automáticamente me pregunta en inglés: ‘¿Vos sos judío?’. Con mi inglés de Tarzán, le digo: ‘Yes, I am’. Entusiasmado, con esa voz ronca, me responde su característico ‘Oh, yeah!!!’ y me pregunta dónde podía comer comida judía. Yo me quedé duro, no podía creer nada de lo que me estaba pasando. Me pongo a pensar y no se me ocurre ningún lugar: ‘Esto no es Nueva York donde hay un montón de esos lugares así’. De repente se me cruza por la cabeza invitarlo a casa: ‘Un momentito… ¡mi mamá! –le digo–. Si usted acepta venir mañana a comer comida judía a mi casa yo lo voy a buscar al hotel, así no está dando vueltas por Buenos Ares’. Mi vieja me iba a matar, pero bueno, era Armstrong. Me vuelvo a casa y empiezo a contarles toda esta historia. Automáticamente mi viejo me pide que le ponga en el Winco todos los discos que tenía de Armstrong. Mi vieja protesta y protesta pero se pone a cocinar un plato que es muy conocido: varénikes. Son como una especie de empanadas hervidas con cebollita frita y todo eso.

Armstrong viene al día siguiente. Gran conmoción. Viene mi hermana, mi cuñado, hasta un alumno de mi papá que estudiaba clarinete. Nosotros vivíamos en una casa tipo chorizo en la calle Tucumán al 2100, entre Junín y Uriburu, que tenía lo que por aquellos años se llamaba sala a la calle: el living comedor (solamente para las visitas) que era también sala de ensayo, escuela de música, etc. Ahí estaba el piano, la batería y el resto de los instrumentos para los alumnos.

Nos ponemos a comer y Armstrong, enloquecido con los varénikes de mi vieja, se comió todo. Todo, ¿entendés? De repente se tira hacia atrás, se apoya en el respaldo de la silla, se abre la camisa y veo que también tiene una cadenita con la Estrella de David. Yo sabía lo que era eso. Blackie [la productora de televisión y cantante de jazz Paloma Efron] me había comentado que se había conocido con Armstrong en los Estados Unidos y le había contado su historia: de chico él consiguió una changa con una familia judía que repartía carbón en un carro tirado por caballos. De los suburbios de Nueva Orleans se iban al centro, al Storyville, donde estaban todas las prostitutas y los prostíbulos, y les entregaban carbón. La señora de esa familia le compró una corneta elemental que iba tocando para que las chicas salieran a la calle con la canasta a buscar el carbón. Un día esta señora le prestó cinco dólares para que se comprara una corneta de la Guerra de Secesión. Entonces comienza a practicar con esa corneta y es un hijo de puta cómo la toca. La mujer esta lo quería tanto que aparte de pagarle chaucha y palitos no lo dejaba ir de la casa sin comer. Y, por supuesto, le daba de comer la misma comida judía que a su familia. Los varénikes y todos esos platos típicos son comidas de la miseria: solamente harina, puré de papas y una cebollita. Louis se aficiona a eso y, en agradecimiento, se compra cuando puede la Estrella de David y ama todo lo que conocía del judaísmo. Todo esto es lo que me contó Blackie y yo lo recuerdo cuando se abre la camisa.

Entonces a Armstrong no se le ocurre nada mejor que decir: ‘¿Cómo puedo agradecerles todo esto?’. En ese momento, mi viejo le responde en idish: ‘¿Por qué no tocamos algo juntos?’. Y Armstrong responde: ‘Cómo no… pero no traje la trompeta’. ‘No se haga problema –le dice mi viejo–, acá hay una’. Sale corriendo a buscar una trompeta para Satchmo, él saca del bolsillo del chaleco una boquilla (después me la regaló y la guardo hasta el día de hoy como trofeo), mi vieja se sienta en la batería Ludwig y mi viejo en el piano Rachals. Yo agarré mi violín y el alumno de mi viejo su clarinete. Todos agarramos algún instrumento. Hasta mi hermana y mi cuñado agarraron una pandereta y una maraca. La cuestión es que se arma una pizza terrible. Esto era el primero de noviembre, entonces hacía calorcito y estábamos con las ventanas abiertas. Al clarinetista ese de trece años se le ocurre tocar algo que pudiera mezclar jazz con música klezmer: ‘¿Por qué no tocamos And The Angels Sings?’. Mi hermana y mi cuñado, que sabían ingles, eran los interlocutores. Entonces Armstrong dice: ‘Pero ese tema es de Benny Goodman y está Harry James en trompeta’. ‘No hay problema –le contesta mi viejo–, Harry James no está, así que no va a escuchar’ (risas). Lo tocamos con tanto bochinche que se empezó a juntar gente en la calle y el tranvía que pasaba, al ver tanta gente, paró. ¡Se juntaron tres tranvías! Al final vino el policía de la esquina y tocó timbre en casa:
 ‘Perdóneme pero esto es imposible, es una locura’. ‘Disculpe agente –le dijimos–, pero lo que pasa es que está el Negro Armstrong’. Te la hago simple: nos tuvimos que ir todos a la comisaría, incluido Armstrong. No estuvimos ni detenidos ni presos, pero vino el autito y nos llevaron, un poco por joder. Al final, aunque no tenían idea de quién se trataba, le terminaron pidiendo autógrafos. Después vino a la comisaría el agregado cultural y lo retó como a un chico: ‘¡Pero cómo vas a estar haciendo estas cosas! Si sabés que tenés que tocar a la noche en el teatro…’. Armstrong era un chiquilín”.


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