This Much I Know To Be True                     8 puntos

Reino Unido, 2022

Dirección y guion: Andrew Dominik.

Duración: 105 minutos.

Estreno en MUBI.

A diferencia de 20.000 Days on Earth, la película de los británicos Iain Forsyth y Jane Pollard de 2014 que entrelazaba sesiones de grabación con segmentos de ficción (aunque basados en la realidad) alrededor de la vida y obra de Nick Cave, This Much I Know to Be True está claramente destinada a los seguidores del músico australiano. De hecho, de los 105 minutos de duración total, al menos unos 80 están dedicados al registro en vivo de varias canciones de los álbumes Ghosteen y Carnage, este último firmado por Cave y su eterno compañero de ruta Warren Ellis, y grabado durante 2020 y comienzos de 2021 sin el apoyo de los Bad Seeds. 

El “vivo” es, en realidad, un poco engañoso: la versiones que pueden escucharse en la película están claramente mezcladas en estudio y el diseño visual incluye cortes de montaje con ostensibles cambios en la puesta de cámaras. En el fondo, el film del neozelandés Andrew Dominik –cuyo vínculo profesional con Cave va más allá de la participación del cantante en la banda de sonido de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, e incluye otro documental sobre el músico: One More Time with Feeling – es una suerte de mini recital con formato de videoclip extendido. En otras palabras: un cofre de tesoros para el fan.

This Much I Know to Be True, que toma su título de una línea de la letra de “Balcony Man”, incluida en Carnage, comienza con Nick Cave quejándose de las leyes impositivas inglesas (vive en Brighton desde hace dos décadas), que lo obligan a dejar de tributar como ceramista. Berretín y pasión, durante los tortuosos meses de la pandemia y los lockdowns imaginó y produjo una serie de figuras en cerámica que describen el nacimiento, vida, redención y muerte de un demonio; particular relato que, como es de esperarse, refleja intereses y emociones similares a muchas de sus letras. 

Ya en el enorme galpón que hará las veces de estudio de grabación y set de rodaje, el cantante y Ellis –este último armado de un pequeño pero poderoso sintetizador– comienzan a desgranar canciones. Primero solos, luego acompañados de un coro, un baterista y un trío de cuerdas, dependiendo del track. Las cámaras de Dominik, montadas sobre rieles de travelling, giran alrededor de los músicos o bien se acercan y alejan, dependiendo de la configuración elegida. El juego de luces, en tanto, acompaña los clímax y los momentos más reflexivos, como si se tratara de un gran recital sobre un escenario, pero reducido en escala.

Cada uno de los elementos del rodaje –los cables de las luces, las vías, los operarios de cámara, siempre con el barbijo bien puesto– aparecen en escena, reflejando desde lo audiovisual la hechura de las canciones. “La verdad es que la mayoría de las cosas que componemos no sirven para nada”, dice Ellis. “Warren es una gran antena emisora, pero cuando componemos no es capaz de actuar como receptor”, se queja entre risas Cave, antes de recordar, un poco en broma y un poco en serio, cómo su colega se fue “cargando” uno a uno a todos los integrantes de los Bad Seeds. Y que, seguramente, la próxima víctima será él mismo. De pronto, llega una visita: Marianne Faithfull, quien a pesar de llevar a cuestas un tubo de oxígeno, se aparece por el set para grabar un off destinado a coronar una canción. Más tarde, el hombre de la voz grave reflexiona sobre las tragedias en su vida, leyendo en voz alta algunas de las preguntas de los seguidores en el sitio web The Red Hand Files, uno de sus múltiples proyectos no musicales.

La muerte de un hijo, Arthur Cave, en 2015, marcó de allí en más la producción musical, recubriendo varias de sus canciones de un hálito melancólico, por momentos desgarrador (el fallecimiento de su hijo mayor, Jethro Lazenby, hace apenas dos meses, suma aún más dolor a esa pérdida innombrable). “Si los Bad Seeds volverán a tocar no lo sabe nadie. Las canciones de Carnage están alimentadas de ese estupor: no son apocalípticas, son la compañía de una larga espera y un desafío a la desesperanza”, escribió Mariana Enríquez en estas mismas páginas hace poco más de un año, cuando Carnage vio la luz. 

Como nota al pie de interés, Kylie Minogue, amiga personal y colaboradora de Cave en más de una ocasión, editó casi al mismo tiempo el luminoso álbum conceptual Disco, otra respuesta a la desazón de los días de la pandemia grabada en el encierro, no tanto opuesta musicalmente como complementaria. Las canciones de Cave-Ellis, en tanto, suben y bajan por un tobogán de emociones, del desasosiego a una extraña euforia, del piano mínimo y la ronquera al éxtasis de los violines que parecen querer tocar el cielo. Dominik, que en breve estará estrenando su esperada biopic sobre Marilyn Monroe, Blonde, observa todo desde el otro lado del monitor, con profesionalismo pero sin ocultar en lo más mínimo la admiración.